jueves, 30 de mayo de 2013

El irreparable daño causado por las comedias indies.


Desconozco su origen, pero una plaga incontrolable recorre el planeta. Dudo de si hemos de remontarnos a las comedias de Ed Burns en los 90 o a la deriva absurda de Sundance. Me planteo si la culpa de todo la tiene la influencia de Wes Anderson o el éxito comercial casi consecutivo de Entre copas, Pequeña Miss Sunshine y Juno. Blasfemo, incluso, y echo en cara a Woody Allen el haber hecho creer a una generación entera de cineastas que podrían quedarse con la guapa solo gracias a su ingenio a la vez que demonizo a Charlotte de Sexo en Nueva York por haber podido engañar a algún joven varón con la falacia de que la manera efectiva de conquistar a una mujer es la sensibilidad y no el orgasmo. Y mientras pierdo el tiempo buscando chivos expiatorios, y mientras la sociedad se distrae con problemas secundarios como el ciberacoso o las adolescentes que caen en coma etílico por empapar sus tampones en vodka, observo como el cine indie mediocre se extiende, atontando con total impunidad las cabezas de nuestros jóvenes más sensibles e impresionables.
Como digo, desconozco el origen primero de la plaga, pero sí que me aventuro a señalar el momento en que se disparó. Aunque alguno de los ejemplos que pondré son anteriores, para mí no cabe duda de que el éxito en los Oscars de Pequeña Miss Sunshine (2007) supuso el pistoletazo de salida para que infinidad de estudios vieran una vía rápida hacia el éxito en la glorificación barata del inadaptado. Desde ese momento, las pantallas se llenaron de películas que buscaban ser el nuevo éxito independiente del año con una fórmula que reincidía una y otra vez en protagonistas de disfuncionalidad hiperforzada, historias de amor inverosímiles sustentadas en la nada y supuestos viajes iniciáticos hacia la vida adulta. Todo ello condimentado con bien de romanticismo de baratillo y existencialismo de sala de urgencias.

Puede que la nostalgia nuble mi vista, pero al recordar las películas independientes* que de adolescente vi en los 90 (hablo de directores como Jarmusch, DiCillo, Solondz, Spike Lee o Wes Anderson), recuerdo que sus personajes, por un lado, eran auténticos outsiders, gente realmente fuera de lo común, y que a la vez no dejaban de ser personas reales que se enfrentaban a problemas reales con soluciones reales, aunque tuvieran una visión del mundo poco convencional. No había necesidad de inventarse a un abuelo adicto a la heroína para epatar a nadie, ni de buscar en el trastorno bipolar la base de todo tu sistema de escritura.

*Y aclaro que si menciono a estos directores, aunque sea de pasada, es por remontarme a ejemplos claros del primer éxito comercial del cine independiente para potenciar el contraste, y, de paso, tener la excusa de explicar que soy consciente de que el adjetivo 'indie' aplicado a las otras películas de las que voy hablar poco tiene que ver con el cine underground y realmente independiente de estos otros autores, sino que es más una etiqueta comercial destinada a encontrar con facilidad a su público objetivo.

Recuerdo también que, hasta en los sucedáneos más comerciales surgidos a partir del relativo éxito del cine independiente (me refiero a películas como Beatiful Girls - la voz en off del trailer es una pasada -  o las de Ed Burns) predominaba una temática adulta. Sí que era muy frecuente encontrarse con una crisis de madurez (fuese la de los treinta, fuese la de los cuarenta) como motor de la trama, pero no había este predominio casi absoluto de la angustia juvenil. Y, si bien habríamos de plantearnos qué dice de nosotros y de nuestra época la omnipresencia del existencialismo adolescente en la comedia contemporánea (sobre todo cuando se usa como vía hacia la identificación del público treintañero, y no de los propios adolescentes), el problema no es esta temática en sí, sino que la aproximación a ella es tan poco madura como los personajes representados.

Y recuerdo también, y esto tiene que ver tanto con la visión pueril como con la poca verosimilitud de las historias amorosas, que en aquellas películas de los 90 sí que existía pulsión sexual. Una vez leí unas declaraciones de Tarantino en las que decía algo así como que lo peor que le puede pasar a un director es olvidarse de su polla. Y, más allá de la boutade y lo chosco de la frase, creo que no es difícil entender lo que dice y aplicarlo a la forma en que el sexo es tratado en esta plaga de las comedias indies (y ya sé que curiosamente el sexo sería lo último a lo que se refería Tarantino al pronunciar la frase). El caso es que creo que no hace falta ser un gran narrador para darse cuenta de lo soso que puede quedar un relato de paso a la madurez o de crisis en ella cuando se elimina el sexo de la ecuación. Como si no fuese una fuente fundamental de los problemas en vida.

Comentaré por último, antes de concluir con estas reflexiones generales que espero no me estén quedando demasiado espesas (éste es un blog de voluntad frívola) y pasar a la lista de ejemplos más flagrantes de este tipo de cine que he encontrado, lo mucho que me ha sorprendido la falta de acuerdo entre mis amigos cuando he preguntado en facebook y twitter qué películas nombrarían ellos. Y es que la comedia indie, como Mou, saca lo peor de nosotros y polariza la sociedad. Hasta el punto de que un fan de Rusos, iracundo al descubrir que no compartíamos gustos cinematográficos, lo que para él parecía ser un más que justificado casus belli, nos soltó lo siguiente en nuestro muro:
"Para los amantes del cine. Me parece insultante, que un grupo como vosotros hagáis un blog criticando películas indie ( cine independiente). Me ha cambiado el concepto de grupo sobre vosotros. Cuando os escuche por la radio. Pondré el disco de cualquier otro cantante mediocre, que merezca más mi atención." (sic a todo)
Y acto seguido se borró como fan.
En fin, que no hace falta llegar a tanto.
A continuación os señalo unas cuantas películas que a mi juicio caen en los defectos arriba citados, y, para no extenderme demasiado, ya en los comentarios menciono algunas de las respuestas que obtuve en Facebook y twitter con las que yo no estoy de acuerdo, y explico por qué. Si queréis comentar cualquier otra, lo podemos hacer ahí también:
 
Reconozco que la tirria que le tengo a esta película no tiene tanto que ver con su calidad, no tan ínfima, como con la desproporcionada acogida que se le dio. Y es que durante el año siguiente a su estreno, estaba mejor visto negar el holocausto que ponerle alguna pega a la peliculita.
¿Que está bien rodada, interpretada y los diálogos funcionan? Pues sí. Pero, punto 1, no me parece nada divertida; y, punto 2, para mí es la piedra roseta de esa glorificación superficial del inadaptado y lo disfuncional que hoy nos invade. El abuelo heroinómano, el adolescente nietzscheano en voto de silencio, la niña gorda que quiere ser miss… De esos polvos, estos lodos.
Garden State (2004):
 
Tras año de ver esta película en las listas de mejores comedias indies, pero no ser capaz de recordar su nombre, por fin un día me acordé de bajarla y me dispuse a verla esperanzado. Por suerte, la misma amnesia que borraba su título una y otra vez de mi mente parece atacarme al intentar recordar su trama.
Cuando la busco en internet descubro que, cómo no, va de un joven que, después de no haber tenido tanto éxito en la vida como esperaba, regresa a su pueblo natal para el funeral de su madre consiguiendo, al reencontrarse con su pasado, encontrarse a sí mismo. Creo recordar también que la chica de la que se enamora, Natalie Portman, tiene algún tipo de enfermedad, no sé si mental o terminal o de qué tipo, lo que a su vez me ha recordado al momento en que Román, de Granjero busca esposa, manda a su casa a una pretendienta cuando le confiesa que tiene epilepsia. “Muerto el perro se acabó la rabia”, dijo el sabio vallisoletano.
A su vez, creo recordar que, vaya usted a saber por qué, el personaje de Natalie tenía un hermano negro. Pero negro, negro, eh. Lo que daría por haber visto esta película en una sala con Spike Lee y presenciar su reacción ante el uso de la negritud como exotismo.
El director, guionista y actor principal de Garden State, Zach Braff (quizás le recordéis de la serie Scrubs) parece creer que es encantador, divertido y hasta atractivo. Y no. Ése es Jason Scwartzman. Él simplemente tiene la cara rara.
Pero sobre todo le culpo por haber dirigido a Natalie Portman suficientemente mal como para que no me sintiese atraído por ella. Algo que nunca pensé que pudiera suceder.
 
City Island (2009):
 
Os podéis imaginar las dimensiones del desastre cuando lo más reseñable de una película es la interpretación de Andy García.
Atención, eh.
Andy García.
Sí.
Pensadlo.
Sí.
La película trata, one more time, el tema de la disfuncionalidad familiar. Por un lado tenemos un padre que es funcionario de prisiones y que lleva en secreto su pasión por la actuación, y que descubre a su hijastro perdido y desconocido de veintitantos años preso en una de sus celdas. Como en casa está teniendo bastantes problemas con su mujer, pues decide llevarse al bastardo a vivir con ellos para que le den la condicional. Él no le veía lagunas al plan, se conoce. Y por otro lado, tenemos una hija que vuelve a casa con el secreto de que trabaja de stripper para pagarse la universidad, y un adolescente desastre obsesionado sexualmente con las obesas mórbidas (única trama que me interesaba y único mérito, el de escapar de la mojigatería sexual reinante en este tipo de cine, que le reconozco a la película).
Su director y guionista, Raymond De Felitta (que, por cierto, tiene un físico y un pelazo italoamericano que le habría garantizado unas cuantas temporadas en Los Soprano), tiene el dudoso mérito de haber conseguido que no sea capaz de finalizar una película en la que sale Emily Mortimer, maravillosa feiguapa a la que no me importaría pasar observando el resto de mis días.
Todos los actores están increíblemente sobreactuados, sobre todo Ezra Miller, el niño obsesionado con las gordas, que está insoportable. Da la sensación de que el director les ha dejado improvisar sin parar, sobre todo en las escenas corales. Si fue así, espero que haya aprendido la lección: la inmensa mayoría de actores no saben improvisar comedia; NO SON DIVERTIDOS. Si no fue así, si no hubo improvisación alguna, espero que simplemente aprenda a escribir.
 
Otra historia de ritual de madurez. Un novato de la secundaria americana es acogido por dos hermanastros, chico y chica, seniors inadaptados, y le tutelan en su paso a la vida adulta. Le dan bienvenida al mundo real, según la promo de la propia peli. Sí, ya.
Los hermanastros están interpretados por Emma Watson, que está tan guapa y parece tan joven que casi me entrego a la policía como posible depredador sexual, y Ezra Miller, el mismo de la película de arriba, que en esta ocasión, aunque un poco pasado de punto, está bastante bien como marica adolescente. Tanto que, como espectador, fantaseas con presenciar la primera vez que muerda almohada al ser desvirgado por su novio, el capitán del equipo fútbol, lo que, SPOILER ALERT, no sucede, no.
La película, como retrato de los dramas adolescentes, no es que esté tan mal, aunque sí que cae en numerosos clichés y trucos demagógicos. ¿Por qué entonces no merece ser salvada, si en ella sale Paul Rudd, que además de ser un hombre maravilloso es primo hermano de una exnovia mía (de hecho se parecen mucho; tienen la misma nariz)? Fundamentalmente, por su protagonista. Primero, por el actor que lo interpreta, Logan Lerman, que tiene menos carisma que Liberto Rabal. Segundo, por toda la carga dramática que le meten al personaje, que a continuación detallo.
Resulta que (a ver si no me dejo nada) el chico tiene una enfermedad mental, una especie de esquizofrenia, derivada de la culpa que siente por la muerte de su tía favorita, que a su vez abusaba de él, y que falleció en un accidente de coche cuando fue a buscar helado, o no sé qué coño quería el niño. Resulta que esta misma enfermedad mental hace que, cuando se aturulla, sea porque hay varios chicos golpeando a su amigo el marica, sea porque no le sale una división con decimales, tenga lagunas de memoria y conducta en las que se lía a hostias con todo Cristo. Y estas mismas lagunas parecen proporcionarle una fuerza sobrehumana con la que consigue reventar a varios chavales del equipo de fútbol cuatro años mayores que él cuando están burlándose del bueno de Ezra. O eso, o que el guión también tiene lagunas.
Como decía la promo, el mundo real.
Amor y letras (2013):
 
Y he dejado para el final la joya de la corona, esta película dirigida por Josh Radnor, el Ted de Como conocí a vuestra madre.
Hace poco escuché a un periodista que lo peor que se puede decir de Rajoy es que ha hecho bueno a Zapatero. Bien, pues lo peor que se puede decir de Josh Radnor es que ha hecho bueno a Ed Burns.
También recuerdo la leyenda urbana que decía que a Mark Hamill se le fue la olla después de rodar La guerra de las galaxias y que andaba por ahí creyéndose que era un Jedi. Me temo que al pobre Josh le ha pasado lo mismo con Ted y que de tanto repetir soliloquios romanticones, el sentimentalismo asexuado ha hecho mella en su mollera. Y lo peor no es que nadie le haya dicho que precisamente ese es el elemento que los fans de Como conocí a vuestra madre más detestan, sino que encima él le ha sumado ciertas pretensiones vacuoexistenciales de andar por casa que terminan por redondear el dislate.
Cuando en 2011 se estrenó en España Happythankyoumoreplease, ante las magníficas reseñas que leía (periodistas cinematográficos del mundo: dejad de preguntarle al pobre Josh si se ve como un heredero de Woody Allen para luego juntaros todos y descojonaros de él) quise ir a verla. Por suerte, Sabina, mi novia y amante por aquella época, se me adelantó arrastrada por una amiga, y, horrorizada, me disuadió de mis intenciones.
Hace un par de meses, a Laura le tocaron unas entradas para el cine en una promoción, y, como el resto de películas en cartelera, o bien las habíamos visto, o bien nos interesaban aún menos, me propuso ver Amor y letras. Yo tenía mis reservas, pero había leído alguna crítica que decía que sí, que ésta sí que era buena, y unas cuantas entrevistas en las que insistían en las comparaciones con Woody Allen (insisto: no le hagáis esto al pobre Josh; está feo reírse de la gente con problemas), así que accedí.
EL HORROR.
 
Nunca he sentido tanta vergüenza ajena en una sala. Al finalizar la película, ni Laura ni yo mediamos palabra. Salimos del cine y nos fuimos cada uno por nuestro lado. Ella, directa a casa, se metió en la ducha con la ropa aún puesta, encendió el grifo y pasó las tres horas siguientes al trauma sentada junto al sumidero. Yo me puse a correr por el Templo de Debod, tal era el grado de enajenación en que me encontraba, y cuando terminé comí dos docenas de churros con chocolate.
 
Tardamos cinco días en volver a hablarnos y casi dos semanas en poder estar el uno junto al otro sin sentir escalofríos.
 
Gentes del mundo, seáis hombres o mujeres, creedme, si alguna vez os sorprendéis disfrutando una película de Josh Radnor, es que definitivamente estáis faltos de un buen polvo.

martes, 28 de mayo de 2013

Extraños ritos: Lo estamos buscando

 
La semana pasada, un amigo me decía que su hermana le había obsequiado con una caja de condones prácticamente entera. Sorprendido ante el regalo de una hermana mayor, aparentemente, no muy dada a la generosidad, él le respondió que no le parecía mal que hubiese decidido renunciar al sexo, pero que igual el timing no era el más apropiado, ahora que por fin había encontrado un novio formal, después de tanto buscarlo.
La realidad era que, nada más lejos de cualquier renuncia sexual, la hermana de mi amigo y su novio habían decidido empezar a buscar un bebé. No uno ajeno que robar, en parques o centros comerciales, sino uno propio. Querían quedarse embarazados (qué expresión más cursi); tener un hijo. Y así se lo hicieron saber a mi amigo, primero, y más tarde al resto de la familia, que recibió la noticia con júbilo, especialmente por parte del padre.

“Champán para todos. ¿Que qué se celebra? Este hombre aquí presente no parará de eyacular en las entrañas de mi hija durante las próximas semanas. Eso se celebra.”
Me imagino (espero) que el padre de mi amigo no soltó ningún discurso ni remotamente parecido al de arriba, pero la historia me recordó a otras reuniones, familiares o de amigos, en que se emitieron comunicados similares. Y básicamente, fue algo así lo que pensé la primera vez en que asistí a la emisión de LA NOTICIA. Yo tenía unos quince años, y, en medio de una comida familiar, mi primo y su mujer nos informaron de sus intentos. Y es que, por lo visto, la convención social indica que el lugar apropiado para comunicar a tu familia que te estás follando asiduamente a tu novia sin condón es ése, y no otro.

Ciertamente, a mí me pareció algo bastante fuera de lugar, primero, porque no necesito saber nada de eso; y segundo, porque el motivo inicial de la celebración era el cumpleaños de mi abuela y está feo que una octogenaria se vea privada de la atención que merece por un festival de eyaculaciones internas. Pero parece que el resto de mi familia no compartía mis remilgos acerca de qué temas son apropiados alrededor de una mesa y de qué se necesita saber y qué no de lo que tus parientes hacen con su pareja. Todos aplaudieron. “Ay, qué alegría, hijo, qué alegría”, balbuceó mi abuela entre lágrimas. Dudé de si, para que su gozo fuera pleno, mencionarle el número de veces que me masturbaba yo al día por aquella época (ya sabéis, adolescente + primer advenimiento del porno en la red = no parar hasta que te salga fuego), pero por suerte me contuve.

Con los años he presenciado varios momentos similares, y he comprobado aliviado que el mal rato que pasé en aquella ocasión no tuvo demasiado que ver con una mentalidad timorata adolescente, sino con un quizás excesivo sentido lo socialmente apropiado. Quiero decir, cuando en una cena, una pareja amiga de confianza me ha informado de sus tentativas reproductivas, lo he visto tan normal y hasta me he sorprendido sintiendo cierta alegría por ellos. No me ha sucedido lo mismo cuando en una reunión de amigos del colegio, estando reunidos un montón de gente, siendo ya casi desconocidos los unos para los otros, una pareja dio LA NOTICIA y se sirvieron de ella para escaquearse los primeros de una fiesta que era un coñazo.

Y es que, algo que me fascina, bajo la excusa de estar buscando un hijo, una pareja puede hacer casi lo que le dé la gana en relación con sus conocidos. Especialmente si están teniendo dificultades para ello. Y esto incluye, desde irse antes de una fiesta porque están en sus días fértiles del mes y tienen que follar, hasta pedirte que les cambies el menú, el asiento o la ropa interior para facilitar la producción de esperma.

Pero, tal y como decía antes, nada tiene que ver el contexto de las amistades con el familiar, y, pensaba yo, que nada tendría que ver el comunicarlo en casa del varón, con decírselo a los padres de ella.
Y así fue que años después de aquella comida familiar con mi primo, volví  a presenciar una escena similar, pero como visitante, jugando fuera de casa, lo que siempre lo vuelve más vergonzante. En esta ocasión, estaba cenando en la casa de una novia de familia muy, pero que muy cristiana, cuando su hermana mayor nos dio LA NOTICIA. “Y ahora sí que se lía”, pensé yo, porque una cosa es comunicarlo a la familia del varón de la pareja, y otra que viniesen a decirle a ese meapilas que mi ex tiene por padre lo que hacen o dejan de hacer con la vagina de su hija mayor. Pero de nuevo me equivocaba. De nuevo jolgorio, risas y palmaditas en la espalda. Y para celebrarlo, de postre, whisky y un puro para los hombres.

Mientras mis potenciales suegro y cuñado me atufaban con el humo de los habanos y las mujeres recogían la mesa, yo solo podía pensar que por aquel entonces yo ya llevaba varios meses corriéndome dentro de su otra hija. Cierto es que, cuando lo hacía, lo hacía en su culo y no en el coño, ya que ella no tomaba la píldora. Pero me divertía pensar en nosotros dos informándoles de ello a su familia con la misma pompa con que lo había hecho su hermana, y en mí siendo sacado a hostias de la casa para no volver jamás.
Para aquel hombre, los dos centímetros que separan un orificio del otro, sumados a su objetivo de supervivencia de la especie, suponían un diferenciador moral irrebatible: el fin reproductivo justifica la corrida.

martes, 21 de mayo de 2013

Orfidal y caballero.

 
Orfidal y caballero es la más antigua de todas las canciones que hay en Tiempo de nísperos, aunque tardamos en decidirnos a recuperarla para el disco. La primera versión de la canción, que tiene muy poco que ver con la definitiva, surgió antes que la mayoría de las canciones de Hijo único, antes incluso de que saliese Sí a todo, entre octubre de 2010 y febrero de 2011. Y me acuerdo tan bien de la fecha aproximada en la que probamos con esta canción por primera vez porque en esos primeros intentos no era Eli quien tocaba la batería, sino Pablo Magariños.
No es que los Rusos nos diésemos un tiempo con nuestra pelirroja favorita, sino que, jovencita ella, se fue de Erasmus a Bélgica dejándonos compuestos y sin ritmo. Eli aprovechó su estancia para, entre otras cosas, sernos infiel con algún proyecto musical en el que ella llevaba la voz cantante, y nosotros la correspondimos buscándole sustituto en la forma de un riojano fornido.
Creo que en el mismo ensayo en el que probamos Orfidal por primera vez también hicimos un primer intento de Mono divertido y de Pelo largo, una canción muy Beach Boys que nunca llegamos a terminar en cuya letra contaba cómo evoluciona la historia de amor entre un chico y una chica a través de los diferentes cortes de pelo que ella se hace: “El verano en que te conocí tenías novio y el pelo largo. Me besaste por primera vez la noche antes de irte de Erasmus”. Luego Betacam cogió un poquito de esta idea para la letra de Los días, de Templeton, cosa que queda del todo convalidada por “las cosas guarras” que yo le cogí de su Machintosh para la letra de Broma antisemita. Como veis, somos gente incestuosa.
Supongo que el motivo de que nos saliesen tantas canciones por aquella época residía en la frustración de tener el Sí a todo grabado y guardado en el cajón sin nadie con quien editarlo (tiempo después descubrimos que los cd-r’s que mandamos a los sellos estaban mal grabados y no se oían). Y además de esa frustración, era el primer año del grupo con esta formación y, con el entusiasmo, no podíamos parar de crear. Ya sabéis que en los primeros meses de una relación se folla mucho. Luego ya se folla menos, pero mejor.
Dentro del apartado personal, yo, por aquella época, y tras haber pasado mi particular travesía del desierto por el mundo del ligoteo después de mi ruptura con Arti (¿no os pasa que, después de romper con alguien, tenéis la certeza de que no seréis capaces de encontrar alguien con quien follar nunca más?), me veía con bastantes chicas. Pero no era feliz con ninguna y todas terminaban por echarme en cara cierta melancolía intrínseca a mi carácter, lo que me desconcertaba mucho, porque yo ya les había avisado claramente de que, sí, soy un hombre triste. El hecho de que lo diga con una sonrisa no lo hace menos cierto.
El caso es que a mí, a partir de esto, se me ocurrió la idea de hacer una canción de tono festivo en la que un hombre nos hablase de su tristeza y de cómo ésta le impide triunfar en sus relaciones amorosas, pero no lamentándose por ella, sino celebrándola en cierto modo. Como si fuese su particular Desfile del Orgullo Triste. Y pensé que a la hora de contar miserias de forma festiva, poca gente hay mejor que The Magnetic Fields. Y me obsesioné con estas dos canciones:
 

Pero, como os decía, a pesar de haber llegado antes que otras canciones que teníamos, la dejamos aparcada. Por un lado, porque el tema tenía desde el principio cierta vocación electrónica que hacía que no encajase para nada en las intenciones guitarreras de Hijo único. Por otro, y aunque a Laura y a mí nos gustaba bastante el concepto de la canción (creo que a Iván y a Eli tampoco les parecía mal), a Betacam no terminaba de convencerle. Y es que creo que, por lo general, la curiosidad de Javi a la hora de acercarse a una canción, se despierta mucho más a través del tipo de producción que ésta le pueda sugerir que por la canción en sí misma. Así que me costó convencerle para que nos pusiéramos a trabajar en ella. Hasta que le propuse que llevase la canción totalmente a su terreno, esto es, que hiciera un hit electrónico. Yo tenía en mente algo como esto, que es otra canción que me obsesiona:
 
Y parece que a Betacam le convenció más lo de tirar la canción por ese camino que mis constantes referencias a Stephin Merritt, así que cuando acabamos de dar forma a la estructura de la canción, y solo tres horas después de haber salido de su casa, ya me mandó una versión solo a base de sintes que, la verdad, de bien que le quedó, está para publicar tal cual. Orfidal y caballero es la primera canción que tuvo remezcla antes que versión oficial.
Pero lo cierto es que, aunque esa versión está muy bien y esperamos poder editarla en algún disco de remezclas, era un poco excesiva en lo electrónico para nosotros. Tenía más de Betacam que de Rusos, y casaba regular con las demás canciones. Y si a Betacam no le convencía del todo las primeras aproximaciones a la canción, ahora era a Laura a quien no le gustaba el toque techno. Así que tuvimos que llevar la canción al local y empezar de cero.
Durante todo el proceso de preproducción del disco, volvíamos una y otra vez a Orfidal, y no había manera de sacar nada de ella. Cambiábamos la estructura, arrancábamos con el estribillo, con el coro de las chicas, cambiábamos el orden de entrada de los instrumentos, el ritmo de la canción… Pero nada. Intentásemos lo que intentásemos, la canción no caminaba. Llegó a ser muy frustrante, y llegué a dudar seriamente que la pudiésemos incluir en el disco.
Pero cuando Pablo vino a Madrid a ensayar con nosotros antes de bajar al Puerto, aportó una visión completamente nueva a la canción a partir de una idea bastante simple. Nos propuso que empezásemos con la canción a tope, desde su punto más álgido. Que estuviese arriba desde el principio. Y a partir de ese concepto tan sencillo, la canción empezó a salir. Pablo y Eli empezaron a jugar con el ritmo, y Betacam se vino arriba con la idea de hacer una canción bailable que a la vez fuese superépica. En sus propias palabras: “una canción que sirva para los anuncios de la Vuelta”.
Y la verdad es que la primera vez que terminamos de tocar Orfidal en el local y, por fin, funcionaba, me emocioné mucho.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Mi breve idilio con el laboratorio de ideas de la derecha española.

¿Que quería que le llamases qué? Jajajaja. Ay, qué cosas tienen las peperas...
 
Eran las tres de la mañana de una noche del verano de 2007 y yo me encontraba con unos amigos por Malasaña cuando recibí un mensaje de S. En él me informaba de que había salido por el centro y que, aprovechando que su compañía se retiraba a casa ya, quería verme. Me daba precisas indicaciones para encontrarnos en veinte minutos en la esquina de Gran Vía y Fuencarral, y lo hacía sin emplear ningún signo de interrogación, ningún “si te apetece…” o cualquier otra fórmula que pudiera poner en duda su seguridad respecto al sentido de mi respuesta.
Sin revelar mi plan de huida, encaminé a mis amigos hacia la cola del Nasti, el lugar idóneo donde hacer una bomba de humo, sino elegante, al menos efectiva. Y cinco minutos después y habiéndome podido ahorrar el chantaje de “¿ahora te vas? para una vez que nos vemos…”, yo ya bajaba por la calle Fuencarral.
Al llegar al punto de encuentro, y después de esperar apenas dos minutos, un nuevo SMS: “Te estoy viendo. Estoy enfrente. Baja por Tres Cruces y nos vemos en El Carmen”.

Obedecí de nuevo, aunque empezaba a estar algo inquieto por el toque de novela de espionaje que tomaba el asunto. Y también bastante excitado, para qué negarlo.

No, no tengo Google Maps.
 
Había conocido a S. dos o tres semanas antes en la terraza de verano de una discoteca pija de Majadahonda. Tengo un par de amigos que viven en casas con piscina por la zona, de manera que, en los años de universidad, visitarles durante el fin de semana se acabó convirtiendo en un clásico en los meses de julio y agosto.
Las salidas nocturnas por los locales de la zona con las que completábamos nuestras jornadas resultaban tremendamente exóticas para alguien de Alcorcón como yo. Los bronceados nucleares, las sonrisas blanquérrimas, las mechas rubias elevadas al infinito… Por supuesto que yo era consciente de la existencia de este mundo, e incluso alguna vez había tenido la oportunidad de verlo en persona en el tramo bueno de la línea 4. Pero en dosis mucho menores, nada que ver con este paraíso del hedonismo en el que único sinónimo de etiqueta era el vestido ibicenco y donde los efectos de la ley de la gravedad se paralizaban en favor de los flequillos masculinos.
Evidentemente yo, pelo largo, barba desaliñada, pantalones no rotos, porque el puerta no me habría dejado pasar, pero de lavado gastado, como si el grunge se hubiese inventado la semana anterior (no es que yo estuviese para criticar el look de nadie precisamente, la verdad), no tenía ninguna esperanza de ligar en el Reino del Zapato Náutico. No desperdiciaba, sin embargo, la oportunidad de hablar con todo aquel que pudiera, como si fuese un etnólogo, por simple curiosidad científica. Y fue así como conocí a S.
Coincidimos en la barra y empezamos a hablar. Le hice reír un par de veces y parecía preferir seguir conmigo antes que volver con su grupo, que se encontraba en la otra punta del local. De manera que no tardé en envalentonarme y la besé. Pero ella me apartó rápidamente y me dijo “Aquí no, que tengo novio y están mis amigas. Pero agrégame al Messenger.”

Imagino que muchos de vosotros recordaréis el Messenger con nostalgia, mientras que los más jóvenes quizás ni siquiera sepáis de lo que estoy hablando. Para estos: el Messenger durante nuestra postadolescencia vino a ser lo mismo que para vosotros son hoy el Facebook o, digo yo, el Tuenti: una herramienta que, debajo de un millón de fotos de gatitos y de bebés de mamás primerizas, tras innumerables comentarios más o menos ingeniosos y actualizaciones de estado demasiado íntimas de personas a las que apenas conoces, y a pesar del spam del Indepedance, se utiliza fundamentalmente para follar, y, especialmente, para ser infiel.

Empecé así a hablar con S. y ella no tardó en hacerme saber dos cosas:

1º Que me quería follar. “No eres mi tipo, no es que me resultes especialmente guapo y no sé por qué me gustas, pero me gustas”, me dijo. Vaya, no es la declaración soñada por ningún hombre, pero en toda negociación hay que saber llegar a un acuerdo de mínimos.

2º Que no sabía cuándo ni dónde podría ser y que habríamos de ser muy discretos al respecto porque ella tenía novio.
Aunque yo era algo más joven que ella (yo tenía 22, ella tendría 28 o 29, dudo que más), no es que esa fuera a ser mi primera experiencia en una relación a tres bandas, sino que ya había tenido la oportunidad de ocupar cada uno de los tres vértices del triángulo amoroso: había sido infiel, había sido infidelizado y se me había utilizado como infidelizante. Quiero decir con esto que lo de que S. tuviera novio en absoluto me escandalizaba o me hacía pensar peor de ella. Ya tenía claro que, en el amor, estas cosas pasan. Pero su caso era algo distinto, y de ahí el extra de discreción.

Resulta que S. formaba parte de las FAES, esa fundación sin ánimo de lucro de la derecha española. No era un alto cargo, pero sí tenía cierta relevancia. Y a su vez, su novio, o prometido, como ella le llamaba cuando habíamos terminado de follar, sí que tenía un puesto bastante importante, no en las FAES, sino en el propio Partido Popular. En Valencia.

Sí. Lo digo one more time: en el Partido Popular de Valencia.

Plas, plas, plas...
 

Cuando llegué a la plaza del Carmen, S. me estaba esperando al lado de la salida del párking. Me acerqué a ella y al abrir la boca para saludarla, antes de que pudiese decir nada, me besó metiéndome la lengua hasta la campanilla a la vez que me agarraba la entrepierna. Paró en seco: “Vamos a un hostal que hay por aquí cerca.” Y sin soltarme, pero agarrándome ya de la mano, me guio hasta el sitio.
Pasamos por la recepción sin pararnos, directos hacia el cuarto que ella ya había cogido con antelación, lo que me hacía pensar que, o estaba muy segura de que realmente no le iba a fallar, o no era su única opción de la noche.

Apenas habíamos empezado a enrollarnos, cuando S. me pidió que la insultara. Y ahí sí que me descolocó.

 
Como os decía, yo tenía 22 años, esa época en la que te encuentras en la plenitud de tus condiciones físicas (que en mi caso nunca es que hayan sido muy, muy plenas, pero más en forma que entonces no he estado en la vida, vaya) y con ellas te sobras y te bastas para disfrutar del sexo. Aún no había descubierto esos maravillosos condimentos que pueden ser los insultos, las máscaras de animales o pagar al portero para que mire y saque fotos. Ingenuo (y aburrido) de mí, pensaba que solo existían en las películas porno.

Tímidamente me atreví con un “zorra” que fue bastante bien recibido, seguido de un indudable éxito de crítica y público protagonizado por “puta” hasta llegar a mi más ambiciosa obra hasta la fecha “¿quieres que te folle, eh?”

"¡¡¡¡¡SÍ, SÍ. FÓLLAME, ROJO, CABRÓN!!!!!”, fue su respuesta.

Y como podéis imaginar, me quedé completamente descolocado.

Por un lado, por fin comprendí que parte de la atracción que S. podía sentir por mí se basaba en el tabú, en hacer algo que, no solo estaba prohibido, sino que a la vez lo hacía con alguien a quien despreciaba, cuanto menos, ideológicamente. El problema era que todo eso se sustentaba en unos supuestos un tanto erróneos. Yo soy una persona de izquierdas, incluso, muy de izquierdas (puedo follar debajo de un busto de Lenin sin que se me baje, por ejemplo), pero de ahí a que alguien se erotice al pensar en mí como una posible encarnación de la revolución de los soviets hay un trecho.

Pero al mismo tiempo, ¿quién era yo para corregir a esa chica que estaba dispuesta a descubrirme todo un nuevo mundo de filias sexuales?

¿Y dices que tú me notas seca?
 
 
S. y yo nos vimos unas pocas veces más durante el verano y el otoño de 2007, siempre en circunstancias similares, hasta que la cosa se apagó. Yo conocí a una chica con la que empecé a salir, y S. tampoco parecía tener especial interés en que la cosa siguiese.

Meses después, cuando lo dejé con la otra chica, estando soltero y salido, la llamé esperando un nuevo encuentro, pero ella me respondió que, literalmente, “ya estaba a otro rollo” y que en breve se casaba y se mudaba a Valencia.
S. nunca me dio muchos datos de su vida. Ni su edad, ni dónde vivía, ni, evidentemente, el nombre de su novio. Incluso bromeaba con que su nombre (del que, por cierto, “s” no era la inicial), el que me había dado, podía ser falso. Tampoco me habría dado nunca por investigar, o por cometer indiscreciones al respecto, pero sí que reconozco que sigo el caso Gürtell con especial interés con la esperanza de poder volver a verla de nuevo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Guilty pleasures del amor platónico.


Tori Spelling, patrona de las feiguapas del mundo.
 
La semana pasada os hablaba en una entrada de mi gusto por la bajista de Jens Lekman, una feiguapa maravillosa. Para los no familiarizados con el término, diré que feiguapa es aquella mujer que, sin entrar dentro de los cánones de belleza convencionales, sin que sus rasgos sean precisamente armónicos, que teniendo una dentadura espantosa, un ojo tuno, la nariz enorme u orejas gigantescas, que, siendo en definitiva objetivamente fea, tú encuentras increíblemente bella.
El término es controvertido en sí mismo. Por un lado, porque hay quien se refiere a estas mismas mujeres con el nombre de sus archienemigas, las guapifeas. Para mí, las guapifeas son el polo opuesto: mujeres que presentan rasgos tradicionalmente asociados con la belleza (pelo rubio, ojos claros, sonrisas perfectas, labios carnosos...) y que, sin embargo, no resultan guapas. O que, si acaso, acaban teniendo una belleza anodina. Dentro de este grupo podemos incluir a casi cualquier pareja de todo deportista de éxito, a actrices porno teñidas de rubio, a Carme Chaparro, a las Amaias (Salamanca y Montero) y a Anne Hathaway.
A veces el todo es menor a la suma de las partes.
 
Desconozco también si las chicas y los gays tienen un término equivalente para los hombres, si ellos llegan a hablar de feiguapos. Puede que esa palabra existiera en su día, en lenguas ya muertas, pero que haya desaparecido atrofiada por falta de uso, como en el futuro lo hará el dedo meñique del pie de la especie humana.  Esto significaría que todos los gays y mujeres de generaciones pasadas habrían estado de acuerdo con una amiga mía que sostiene que, por norma general, los hombres somos muchos más feos que las mujeres (sobre todo los españoles, dice la hijaputa) y habrían optado entonces por limitarse a ese vacío legal a la hora de la búsqueda de la belleza que es el atractivo.
Traducido para la heterosexualidad masculina, cuando una mujer dice ‘atractivo’ no quiere decir otra cosa que “mira, sé que guapo no es, pero me lo tiraría”. Y tampoco es a eso a lo que nos referimos con feiguapa.
Jessica Paré, por ejemplo, es atractiva. Supongo que si no fuera por su desbocada dentadura sería considerada guapa sin más, pero eso rasgo fuera del canon tradicional de belleza (que, por cierto, personalmente es lo que hace que me guste muchísimo) no hace que se la pueda considerar fea ni por asomo. Sí que podría entrar dentro de cualquier lista de feiguapas su compañera en Mad Men Elisabeth Moss, Peggy en la serie, que al principio no me gustaba nada, pero que esta temporada está bellísima.
Una mujer que sin embargo no sabría si calificar como feiguapa o atractiva es Claire Danes. A mí me vuelve loco, hasta el punto de que al ver Homeland la prefiero a Morena Baccarin un millón de veces, pero pensaba que era una cosa subjetiva. Sin embargo, parece que hay cierta unanimidad acerca de la belleza de Claire, a pesar de su narizota y sus rasgos masculinos.
La misma dicotomía entre atractivo o feiguapez la encuentro en Luján Argüelles, aunque aquí se me suele apoyar menos. No creo que a una chica con una sonrisa tan perfecta y unos ojos tan espectaculares se le pueda considerar fea, pero parece que no gusta demasiado entre mis congéneres. Eso sí, yo por mi parte, mientras anoche veía Un príncipe para Corina solo pensaba “Dios, mataría por una cita con Luján”.

Amo tanto a Luján, que en sus pies de foto no hago chistes.

Evidentemente, quedan excluidas de esta lista aquellas chicas que te gustan porque, aun siendo muy feas, tienen un cuerpazo de aúpa. Un amigo se ha referido a ellas como “gambas”, expresión que yo he escuchado sobre todo a chicas y a mis amigos maricas y que nunca he terminado de encontrar apropiada, porque las cabezas de las gambas en verdad gustan mucho. En cualquier caso, no, Yola Berrocal no cuenta como feiguapa.
Tampoco me vale como parte de la definición de feiguapa aquellas mujeres por las que te sientas atraído porque te hagan reír. Todos sabemos que, al igual que les pasaa las mujeres, lo que más valoramos los hombres a la hora de elegir compañía femenina es que nos hagan reír (fuera de broma, en mi caso esto es totalmente cierto). Pero no por eso podemos incluir en nuestra lista a, por ejemplo, Paz Padilla. Por mucha gracia que te hagan los chistes gaditanos, aquí hablamos de atracción física, de deseo estético.

Eso sí, si la feiguapa de tus ojos en cuestión, además es graciosa, sin duda suma puntos. Así me pasa a mí con Tina Fey, con la que me rio mucho, pero a la que también arrancaría la ropa a bocados, y no solo para comer burritos desnudos en la cama (cosa que, si con suerte se parece en algo a su personaje Liz Lemon, también haría encantada). O con Alyson Hannigan, Lily en Como conocí a vuestra madre, a la que, sin importar lo raro que le crece el pelo en la frente, llevo deseando desde su primera aparición en American Pie. O también me pasa, y sé que aquí tampoco generaré mucho consenso, con Eva Hache, que tampoco me parece muy graciosa, pero siempre me puso mucho con sus ojos de teleñeco (¿le darán vueltas al follar?).

Tina, por muy nerd que sea, también se sabe trucos para enseñar canalillo.
 
Otro elemento que parece estar muy presente en la coyuntura de la feiguapez es lo cool que pueda ser la chica en cuestión. Lo digo porque, cuando he empezado a escribir sobre ello esta tarde, he preguntado a mis amigos en facebook acerca de sus celebrities feiguapas y la mayoría ha coincidido en nombrar a actrices o músicas inopinablemente guays: Christina Ricci, Chloe Sevigny, Charlotte Gainsbourg o PJ Harvey (a la que más que fea o guapa, por lo general, suelo ver falta de una buena ducha). Fijaos también que las cuatro son mujeres que han sacado un gran partido a su sexualidad a lo largo de su carrera. A veces con mejor resultado artístico, a veces con peor (aunque yo me quedo con el segundo caso).
Dentro de esta lista de la feiguapez por la vía de lo cool yo incluiría, aunque sea un cliché bastante pasado de moda, a Sarah Jessica Parker, a la que seguiría poniendo contra la pared cada vez que la veo en Sexo en Nueva York (y cuanto más mamarracha vaya vestida, mejor).
A la Jenni también le pone palot su mamarrachez.
 
¿Pero por qué nos gustan tanto las feiguapas a algunos hombres? Puede que haya un cierto componente de inseguridad en el tema. Yo tenía un amigo que, cuando cortó con una chica guapísima con la que salía, me dijo sentirse muy aliviado. “Un Ferrari requiere mucho mantenimiento”, decía, refiriéndose no solo al tiempo aparentemente excesivo que la chica invertía en su cuidado físico, sino también al que tenía que invertir él como respuesta, y a lo incómodo que se sentía cuando otros tíos no paraban de entrarla en su presencia, diciendo sin disimular, “¿pero tú qué haces con éste?”

¿Puede haber también una cierta voluntad de diferenciarse del resto? Pues puede ser, porque que Bar Rafaeli es guapísima lo sabemos todos, mientras que con Thais Villas igual no hay tanto acuerdo, pero a mí me parece la mujer más guapa de la televisión española.

Lo que sí que tengo claro es que tanto la perfección como la belleza objetiva son un rollo, y que con el físico sucede a veces lo mismo que con la personalidad, que acabamos sintiéndonos más atraídos por los defectos que por las supuestas virtudes. Al menos a mí me sucede eso, y al igual que una chica que me dijo que lo que más le gustaba y recordaba de mí era mi diente roto, el ojo que se me cierra cuando estoy cansado y una enorme estría de exgordo que tengo en el hombro y que a veces consigo hacer pasar por una cicatriz, si pienso en qué es lo que más me gustaba físicamente de las chicas a las que he amado, pienso en una cicatriz en la frente, en una sonrisa rarísima o en una nariz en la que bien podría aterrizar una avioneta.

¿Y de mí no va a decir nada? De BLOSSOM!!!!!

sábado, 11 de mayo de 2013

Dudo que el amor nos salve.


 
Uno de los objetivos que tenía cuando abrí el blog era escribir sobre Rusos Blancos en general, para que la gente que nos sigue pudiera tener una imagen más cercana de nosotros, y para ello tenía pensado hablar un poco de nuestras canciones. Al final he retrasado ese propósito más de lo debido (y de lo querido), pero desde hoy le pongo remedio. Próximamente iré haciendo entradas que hablen de las canciones de Tiempo de nísperos. Empiezo por orden, con Dudo que el amor nos salve.
Mientras que en Sí a todo y en Hijo único la mayoría de las canciones las hice a medias con Iván, en Tiempo de nísperos todas las canciones las hice con Javi Carrasco (al que nos referiremos como Betacam a partir de ahora, para poder diferenciarlo de Javi Monserrat, y por ser una imagen de marca de solvencia contrastada). El cambio responde simplemente a que, en junio del año pasado, que fue más o menos cuando empezamos a hacer canciones nuevas, Iván encontró trabajo en Torrelavega y se fue a vivir allí para poder estar más cerca de su novia. Así que lo de quedar a componer nos quedaba un poco a desmano, mientras que de Betacam me separaban apenas doscientos metros. Cruzar la Gran Vía y listo.
Como yo no sé tocar ningún instrumento musical, lo que suelo hacer es idear la letra y la melodía vocal (a veces primero lo uno, a veces primero lo otro, aunque por lo general suelen surgir a la vez) y luego se la canto a alguno de los dos, que buscan los acordes adecuados, y poco a poco damos forma a la canción. Creo que más o menos todos, sepáis poco o mucho de música, podéis imaginar el ridículo que preside el momento en que te arrancas a cantar, sin acompañamiento musical alguno, algo en lo que te expones bastante a nivel emocional. Iván parece que siempre lo ha llevado relativamente bien, pero Laura aún me recuerda que la primera vez que nos vio componer así, se fue con la convicción de que yo era “un poco tontico”.
No sé muy bien lo que pensaría Betacam la primera vez que me planté en su casa y empecé a cantar a capela cualquiera de las letras del disco con alguna melodía aún desdibujada. Por suerte no fue ésta, porque si hubiéramos empezado con un estribillo en falsete que dice “ya es tarde para que el amor nos salve…”, los dos sentados en el sofá blanco del salón de Betacam, mirándonos a la cara, sudados por los calores del verano madrileño, con pantalones cortos que dejaban nuestros muslos al aire, seguramente Javi habría salido de su casa y no habría vuelto nunca más.
Tampoco recuerdo muy bien qué idea de canción tenía en mente antes de ir a su casa. Sí que recuerdo usar varias veces la palabra “baladón” para explicarle lo que quería, y aunque por un lado quería hacer algo relativamente elegante, a lo Richard Hawley, también quería que tuviese un cierto tufillo hortera. Tufillo que Eli cazó a la legua desde la primera escucha. Así, en la primera maqueta del tema, se la oye decir, según cruza la puerta de casa de Javi, mientras nosotros terminábamos de grabar, conmigo emocionado en el falsete: “Dios. ¿Esto qué es? ¿Carlos Baute? Te has pasado, Manuel.” Y oye, Carlos Baute, no. Pero para qué engañaros, yo quería hacer Elton John:
 
Y bueno, lo cierto es que por suerte Betacam acabó sofisticando mucho el tema, y a la vez dándole un rollo muy oscuro en el que yo no había pensado, sobre todo en la estrofa, pero que va muy bien con la letra de la canción.

Hay quien dice, no sin razón, que Dudo que el amor nos salve se parece mucho a esta versión de Beck de Everybody's Gotta Learn Sometimes:

Pero a mí a lo que más me recuerda es alguna de las baladas pesadas de John Lennon, y creo que es eso lo que Betacam tenía más en mente.

Y luego, en cuanto a que la canción acabara tomando un aspecto elegante, de balada sofisticada, fue una cosa más del estudio de grabación. Por ejemplo, teníamos claro que a la canción, al tener un rollo un poco bluesero, con la modulación de tono para el crescendo final, le podía ir muy bien un coro de chicas. Teníamos muy presente los coros de negras que habían utilizado Girls en su último disco, pero reproducirlo tal habría sido una paletada. Al final, Paco tenía una idea muy cincuenta’s de la canción, que con los arpegios muteados de guitarra, los coros infantiles de las chicas combinados con los beatleinanos de Monserrat y los arreglos de cuerda y vientos que hizo Betacam, llevaron la canción a un terreno muy Elvis que me gusta mucho.

Ya dije que será la canción idónea para cerrar nuestras actuaciones en Eurovegas.
En cuanto a la letra de la canción, que desarrollé en el relato Svetlana (pero que es un relato, no algo que sucediera en la realidad; salvo alguna cosa), me han preguntado varias veces por ello, algunos de forma más directa, y otros menos, algunos con más elegancia, otros con menos. Como podréis esperar, me han preguntado sobre todo acerca de lo de las venéreas.
Sucede que, por un lado, me gusta mucho jugar con los procesos de extrañamiento, con las rupturas de protocolo, con aquellos mecanismos que descolocan al oyente y le obligan a prestar verdadera atención a lo que está sonando. No me gusta que nuestras canciones puedan ser un simple hilo musical para los quehaceres diarios. Y en ese sentido, no es muy de esperar encontrar la palabra “venérea” en el marco de una canción pop.
No creo que sea bueno abusar de ese tipo de recursos, que pueden llegar a hacerte perder a parte de la audiencia. No funcionan siempre, ni lo hacen con todo el mundo. Pero con aquellos con quien sí, con esos que, después de haberse sentido descolocados, deciden quedarse con la canción, consigues que lo hagan con todo, que la hagan suya.
En cualquier caso, no utilicé lo de las venéreas simplemente por eso. Por un lado, como ya expliqué en el diario de grabación que hicimos para JNSP, realmente me parece una metáfora idónea para expresar cómo el equipaje emocional que arrastramos puede impedir que te entregues con todo en una nueva relación.
Por otro, era una broma privada que tenía con la chica con la que salía antes de hacer el disco, y cuya ruptura acabó inspirando la mayoría de mis canciones en él. No la conocí, ni a ella ni a ninguna otra, en una clínica de venéreas. Sí que tenía, sin embargo, un adorno encima de su cama en el que las letras colgantes formaban la palabra “disoluta”, lo que sin duda era una señal más que evidente de que lo nuestro difícilmente iba a salir bien.

Desde que sacamos la canción, he tenido que responder unas cuantas veces a la pregunta “¿de verdad crees que tarde para que el amor nos salve?”, no solo en entrevistas de promo, sino también a mí mismo, a alguna nueva amante o a la propia Disoluta. Cuando me siento especialmente negativo respecto a la respuesta, me acuerdo del mensaje que le escribió su madre cuando estrenaron Dudo… en la radio: “La canción, preciosa. Que no sufra nadie. El amor aún puede salvaros”. Las palabras de una madre siempre reconfortan, incluso cuando ya no crees en ellas.