viernes, 27 de septiembre de 2013

Una charla de hombre a hombre.


Tengo un amigo que a menudo comenta que ser mujer, a día de hoy, no debe ser nada fácil porque, según él, en el cerebro femenino se enfrentan dos ideas irreconciliables: por un lado, la sociedad actual les dice que han de ser mujeres independientes, liberadas sexualmente y más preocupadas de desarrollar sus carreras profesionales o proyectos vitales que de encontrar una pareja y formar una familia (como en su momento lo estuvieron la mayoría de nuestras madres) aspirando, por tanto, a puestos y  formas de vida que hasta hace pocos años parecían reservadas para los hombres; por otro lado, ese constructo al que hemos bautizado como “reloj biológico” y que no es otra cosa que el instinto animal, presente en nosotros como lo está en las demás especies, les pide que encuentren un macho, formen el nido y se reproduzcan.
 
“Y es por eso que van como locas”, suele concluir mi amigo como colofón a esta teoría 100% suya, sobre la que yo no me he pronunciado y a propósito de la cual le remitiré gustoso vuestras críticas.
Si hay algo de razón en sus palabras o no es algo que no sé con certeza, pero lo que sí os puedo garantizar es que la vida de los hombres actuales es igualmente complicada gracias a luchas similares que tienen lugar en nuestras cabezas debido a los caminos opuestos que en ocasiones recorren el instinto y la evolución social. Sin necesidad de entrar en temas tan espinosos y trascendentales como los del primer párrafo, voy a poner como ejemplo algo que se encuentra entre mis mayores temores en todo el Universo (muy por encima de la hecatombe nuclear), temor al que, por circunstancias de la vida, he tenido que enfrentarme muchas más veces de las que quisiera hasta convertirme en un maestro en su dominio: la charleta.
La charleta, o conversación trivial intrascendente con un desconocido, es una realidad al que el adulto común no tiene que enfrentarse a menudo, a no ser que su sitio favorito para socializar sean los velatorios (el bar del tanatorio es el único after que nunca cierra), se frecuenten clubes swinger o se cambie mucho de trabajo, como ha sido mi caso. Cuando la charleta se desarrolla dentro de un grupo siempre resulta menos tensa que cuando tiene lugar entre dos personas solas, especialmente si las personas en cuestión son hombres, porque por todos es conocida la maldición gitana que impide que dos varones adultos que acaban de conocerse tengan una conversación medio sensata que no se reduzca a clichés übermasculinos propios de la mili.
 
Puesto que años de evolución social nos han permitido a los hombres que aceptemos el uso de cremas faciales o que nos depilemos las pelotas, pero no han conseguido ningún avance en nuestra capacidad comunicativa con nuestros congéneres desconocidos, aquí recojo algunos highlights que me han resultado de gran ayuda:
1. Hablar de fútbol: Cuando dos hombres heterosexuales que no se conocen se quedan a solas, hablarán de fútbol. No importa su edad, no importa su condición social, no importa su ideología; cuando se produzca el primer silencio incómodo, ante ambos resplandecerá el fútbol como ese tema de conversación que acude al rescate del tedio que les provoca su mutua compañía. Por no importar, ni siquiera importa que no se sepa absolutamente nada de fútbol. Es más, el 90% de estas conversaciones se producen entre hombres que a duras penas sabrían nombrar a cinco futbolistas que no jueguen en el Madrid o el Barça.
Y, tal y como sucede cuando se quiere destacar en cualquier tema de conversación sobre el que no se tiene ni puta idea, es por eso que muchos se aventuran a soltar boutades indefendibles con las que fingirse en posesión de una verdad revelada fuera del alcance del resto de los mortales, tipo “Butragueño habría sido un gran mediocentro defensivo”,  “Iván Campo es un central de técnica exquisita” o “Messi es muy bueno, pero Cristiano es mejor”. De hecho, si hasta ahora tenía claro que el origen de la suplencia de Casillas en el Madrid se encontraba en una vez que Mou se quedó encerrado en el ascensor con un desconocido y, para quedar por encima del otro (ya sabéis cómo es Mou), no se le ocurrió nada mejor que decir que el mejor portero del mundo en realidad no era tan bueno, ahora sé que la otra persona presente en ese ascensor era Ancelotti, que, obligado por la gentileza masculina de aceptar como verdadero cualquier disparate de tu interlocutor, no tuvo más remedio que darle la razón. Y de esos polvos, estos lodos.
 
2. Actuarás como si fueras un manitas y vivieras pegado a un cinturón de herramientas: Si hay cualquier cosa (mueble, máquina o electrodoméstico) rota en vuestro entorno, intentaréis arreglarla para llenar vacíos de la conversación. Si no estás especialmente dotado para estas tareas, te acercarás y, tras mirar fijamente al objeto roto (con suerte, en algún momento tu mirada coincidirá con lo que sea que esté roto en él) dirás “si tuviera aquí mi caja de herramientas…”. En el caso de que el objeto roto esté en vuestro entorno, pero no tengáis potestad para arreglarlo y haya una tercera persona haciéndolo, miraréis desde lejos, criticaréis la manera en que se desenvuelve y afirmaréis que vosotros lo haríais mucho mejor.
Lo importante es dejar la idea de que eres un genio de la mecánica, lo que inevitablemente llevará a otro tema de conversación comodín en el que no tener ni puta idea no será ningún problema: el motociclismo y la Fórmula 1 (único tema de los aquí expuestos al que no me rebajo a hablar a con NADIE, lo que tradicionalmente ha generado desconfianza por parte de mis acompañantes de charleta).

3. Utilizarás motes para referirte a tu compañero: Como apenas acabáis de conoceros, es posible que te cueste recordar el nombre de la persona que te acompaña. Es por eso que te referirás a él de las siguientes maneras: ‘máquina’, ‘compi’, ‘rey’, ‘jefe’, ‘fiera’, ‘campeón’, ‘tigre’, ‘compae’, ‘artista’, ‘primo’ o, incluso, ‘champion’. Al ser todos motes de connotaciones positivas, al utilizarlos, aliviaréis cualquier duda que el otro pueda albergar acerca de cómo os sentís respecto a su compañía.
 
4. Evaluarás a cada mujer que pase por vuestro lado: Por lo general, cuando estoy con mis amigos, con la gente con la que tengo confianza, solo nos detenemos para hacer notar una presencia femenina cuando ésta realmente destaca por encima de lo habitual: una chica realmente preciosa, de culo especialmente perfecto o tetas paranormalmente gigantes.
Eso no sucede así cuando estás acompañado por otro hombre con el que no tienes de nada de que hablar, sino que el miedo aterrador al silencio incómodo os llevará a valorar a cada mujer que se encuentre en un radio de cincuenta metros y a clasificarlas en dos grandes grupos: “me la tiraría” y “no me la tiraría”. En ocasiones se podrá recurrir a un tercer grupo, a veces bautizado “en un momento de apuro”, a veces bautizado “a las seis de la mañana” o “para hacerle un favor”, en el que incluirás a esas mujeres que, definitivamente, te tirarías, pero no quieres reconocerlo por temor a que tu nuevo amigo se pueda llevar una mala imagen de ti.
En ocasiones, y para demostrar que tienes un fino sentido del humor, dirás “a ésa sí que me la tiraría”, señalando de forma irónica a alguna mujer de avanzada edad que, a ser posible, tenga alguna tara física, como que le falte una pierna, esté calva o sufra de obesidad mórbida. Esta broma se puede hacer cada dos horas y siempre funciona, a no ser que la mujer de avanzada edad a la que le falta una pierna, está calva o sufre de obesidad mórbida, sea familiar de vuestro interlocutor.
 
5. Hablarás mal de tu novia: No importa que tu vida fuese un pozo negro sin fondo ni esperanza hasta que esa maravillosa mujer que es hoy tu pareja acudió al rescate, cuando hables de ella con un varón desconocido dejarás bien claro que, aunque la quieres, ES UNA PESADA. No importa en absoluto que no sea así. No importa que seas tú quien de manera ultraposesiva le pone cincuenta whassaps al día, lo que transmitirás es que ella quien vive obsesionada por  saber dónde estás. No importa que te encante quedar con sus amigas y no puedas esperar a que llegue la noche para ver a Estela, Fani y Piluca y te cuenten qué tal les fue el finde, tú dirás “la pesada de mi novia me hace ir con sus amigas y me pierdo el Granada – Betis”. No importa que seas tú quien insiste en ver Sálvame o ¿Quién quiere casarse con mi hijo? mientras ella te suplica que pongáis una película de Bergman, cuando al día siguiente comentes esos programas, dejarás bien claro que fue ella quien te arrastró a verlos.

Expuestos estos cinco puntos que evidencian lo increíblemente jodidos que están nuestros cerebros, solo puedo pediros, chicas, que seáis comprensivas con nosotros. Ser un hombre es muy difícil.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Bautismo de sangre.

 
Hace un par de semanas, después de bromear en twitter acerca de que no me podía creer que fuese a cenar solo tras haber preparado unos deliciosos filetes rusos acompañados de salmorejo, una ex me escribió el siguiente mensaje: “He estado a punto de autoinvitarme a tu casa, pero he tenido un problema con un mooncup”.
Después de buscar qué es mooncup en google, surgieron en mi cabeza dos preguntas que transmití a mi ex: 1) “¿Tan claro tenías que la cena iba a acabar pasando por esa parte de tu cuerpo?”; 2) “¿Qué demonios hace un cáliz menstrual dentro de tu vagina?”
 
La primera pregunta respondía a que soy un hombre de naturaleza pícara que sabe que, en la vida, hay pocas cosas tan placenteras y decadentes como el sexo con una ex. O, dicho de otra manera, “si cuela, cuela”. La segunda pregunta, por su parte, encontraba su razón de ser en que, como tantos hombres, a pesar de haber tenido unas cuantas novias y de incluso haber vivido con alguna de ellas, no tengo ni la menor idea de la regla ni de cualquier cosa relacionada con ella.
Mi grado de desconocimiento no se me hizo evidente hasta que, hace tres años, trabajando como profesor particular, tuve que hacerme cargo del refuerzo de biología de un alumno de 3º de la E.S.O. al que daba otras materias (alumno al que perdí para siempre cuando, al llegar al aparato digestivo, no se me ocurrió nada mejor que contarle, a modo de anécdota para distender la clase, que en el ano tenemos unas papilas gustativas poco desarrolladas que explican por qué los pedos pueden escocer después de comer comida muy picante. Mi fiable fuente de información para aventurarme a dar tal dato: una tira cómica de Mauro Entrialgo). En cualquier caso, antes de tal debacle educativa y de que mi alumno no pudiera estar conmigo sin parar de reírse a la vez que repetía en voz baja “pedos…”, tuvimos que pasar por el aparato reproductor.




No puedo decir que estos días de clase fueran especialmente cómodos para mí. Llamadme inmaduro, pero no me siento a gusto viendo fotos de genitales y repitiendo sus nombres en voz alta con un chico de catorce años, por mucho que sus padres me paguen por ello. Y si no me siento cómodo es porque, si dejamos de lado los órganos externos (que no es que quiera presumir, pero no conozco mal del todo), no tengo ni idea de qué demonios pasa ahí dentro. El interior de vuestro cuerpo, al igual que el nuestro, es todo un enigma para mí.
Trompas de Falopio, cérvix, útero… en éstas estábamos cuando llegamos a la menstruación. Si hasta entonces había conseguido disimular a duras penas, llegados a este punto, era evidente que aquello que leía era nuevo para mí. Fase folicular, fase lútea… Por no tener claro, no tenía claro ni que el ciclo medio dura 28 días. No ha habido ni una sola vez en que, estando en pareja, cuando mi chica me decía que le había bajado la regla, mi respuesta no fuese “¿Ya? ¿Otra vez?”.
 
Volviendo a la conversación con mi ex, no sé cómo el tema derivó en que, según ella me decía un tanto malhumorada, en cualquier caso, si había mooncup, no había manera de que hubiera sexo, puesto que yo siempre me negaba a follar cuando ella tenía la regla. Y esta acusación me ofendió sobremanera, puesto que, aunque no es que yo tenga ningún tipo de filia por la menstruación, tampoco tengo ninguna fobia, sino que más bien me sitúo en un área de gris indiferencia con respecto a ella en el que la posibilidad del sexo es tan esperanzadora y hermosa como siempre y el hecho de que se consume o no depende de la voluntad de la mujer.
¿Por qué podía pensar entonces mi ex que yo tenía problemas a la hora de follar cuando ella tenía la regla? Bien, yo creo que la información en este tema no fluye demasiado bien entre hombres y mujeres. Hay mucho secretismo, algo de doble moral y poca comunicación.
Por un lado, a lo largo de los años, me he encontrado con varias chicas que entendían que su manera de ver la cuestión no era una manera de ver la cuestión, sino la manera acertada. Esto es, que pensaban que lo normal es que, si tienen la regla, quieran hacerlo igualmente, porque lo contrario es de mojigatas, o, por el contrario, que querer hacerlo teniéndola, es de cerdas. Y las posturas intransigentes no se limitan a estos dos extremos, sino que abarcan todas las posibilidades, que son casi infinitas: mujeres a las que hacerlo en los últimas días del periodo les parece perfecto, pero durante los dos primeros les resulta una ofensa a los mismos dioses; mujeres que convierten esa semana en una auténtica feria reivindicativa del sexo anal en la que la felación pasa a estar proscrita; mujeres a las que les encanta hacer mamadas o pajas durante esos días, pero vetan cualquier aproximación a su zona genital bajo amenaza de muerte.
Y, ni que decir tiene, que cualquiera de estas opciones me parece perfecta. Faltaría más. Lo que me sorprende, como digo, es lo mal recibidas que han sido cualquiera de las alternativas por mis amantes y exnovias, de manera que cuando alguna de ellas pronunciaba por primera vez en nuestra relación las fatídicas palabras “me ha bajado la regla”, nunca sabía de primeras lo que me quería decir exactamente, si esperaba que me diera igual o era un aviso de que ese día no iba a pasar nada.
En fin, mujeres, en serio os digo que nos invitéis a un gran bautismo de sangre en el que todos bebamos de ese cáliz siliconado llamado mooncup, porque si nos dejáis solos, nunca dejaremos de ser tardoadolescentes que se ríen de pedos que pican.