martes, 24 de junio de 2014

Cosas que la modernidad creemos guays (y al resto del mundo no se lo parecen tanto).

Miranda Makaroff, patrona de la modernidad, que me gusta más que comer con los dedos.

Cada vez que en alguna entrevista me preguntan acerca del estado-de-lo-indie intento explicar que, aunque nosotros creamos que somos muchos por la cantidad de ruido que generamos, en realidad somos una isla, una burbuja con un microclima de intereses y modos de vida compartidos que poco o nada tienen que ver con los de la mayoría de la juventud española.  Creo que no os estoy diciendo nada que os resulte nuevo, que en cenas familiares o reuniones con amigos de la infancia todos habéis gastado energía explicando que el-vinilo-ha-vuelto o el-bigote-se-vuelve-a-llevar mientras el resto de la mesa os miraba con extrañeza.

Para aquellos que trabajáis en profesiones guays (ilustradores, fotógrafos, guionistas, coolhunters… yo qué sé), la prolongación de esa falsa realidad es más duradera que para los que tenemos trabajos más convencionales y que a diario comprobamos que, a pesar de nuestros contactos del Facebook, de nuestros mil y pico seguidores en Twitter, de lo que digan Playground y la VICE o incluso Radio 3, en el fondo no hemos dejado de ser los raros de la clase.

Porque la Tierra no es más que un aula de instituto de 510.072.000 km², aquí tenéis una pequeña lista de cosas que la modernidad creemos guays, y que al resto del mundo no se lo parecen tanto.


1. Ser blogger: Intenta explicarle a tu tía que tienes un blog. Aunque insistas en que tienes muchas visitas y que te puede ser útil como parte de tu currículum, ella no podrá evitar pensar que simplemente tienes un diario, como lo tenía ella a los ocho años de edad.

Donde tú quieres verte como... LA VOZ DE TU GENERACIÓN.


El resto del mundo ve...


2. Tener un grupo: Hasta no hace tanto (cuando yo era joven aún pasaba), sacar una guitarra en una reunión de adolescentes era garantía de que esa noche se pillaba. Pero, afrontémoslo, eso ya no es así. A la inmensa mayoría de la población española la música se la suda a niveles estratosféricos. 

Es por eso que cuando dices que tienes un grupo y tú quieres verte como...


Lo que el resto del mundo ve es...


3. El look geek: Intenta explicarle a tus amigos del instituto que no llevas lentillas porque, con las gafas, ligas. Verás su cabeza explotar.

Porque donde tú quieres ver...


Ellos solo ven...


4. El bigote: "¿Y te creerás que vas guapo?", me pregunta mi padre cuando voy a visitarle y llevo bigote.

Porque donde yo quiero ver...


Él ve... LA REALIDAD:


5. Los pantalones de cintura alta: Después de haber pasado toda mi adolescencia siendo rapero y llevando los pantalones, como mi madre solía decir, cagaos, explícale ahora tú a la buena mujer porque lo llevas más arriba que John Wayne.

"Verás, mama, es que yo me creo que..."


Cuando en realidad...


6. El vello corporal: Aunque intento explicarle a mis compañeras de trabajo que la mayoría de las chicas de mi entorno social (casi todas con las que me he acostado, al menos, así lo afirman) prefieren a los hombres con pelo frente a los depilados, ellas son mucho más partidarias del hombre metrosexual. Es más, me temo que piensan que esas chicas de las que hablo solo existen en mi cabeza.

Es por eso que donde yo les querría hacer ver...


Ellas imaginan...


7. Las bicis: He de decir que aquí me posiciono con el resto de la humanidad, que un medio de transporte que te hace llegar sudado a los sitios se ponga de moda me parece una involución. Piensa en ello la próxima vez que llegues a trabajar en este plan...


Mientras que tus compañeras te ven así...


8. Leer: 


Con la de ocasiones en las que poco o nada nos falta para follarnos el radiador, mandaría cojones que ahora nos pusiéramos tan exquisitos como para rechazar a alguien que se quiera ir a la cama con nosotros solo porque no tenga libros. Porque, se pongan como se pongan John Waters o los de Jot Down, leer no es sexy. Leer es leer, copón.

Y si dudáis de lo que digo, acercaos a ligar con una tía un sábado hablándole de libros, que mientras vosotros intentáis haceros pasar por...


Ella verá...


9. Los vinilos: Cada vez que tengo que explicarle a algún familiar porque hemos editado un disco de vinilo acabo derrotado y he de reconocer que, sí, es por esnobismo.

Así, lo que nosotros percibimos como una melomanía encantadora...


El resto del mundo lo ve como...


10. Los cómics: Por mucho que queráis disimular llamándolos "novelas gráficas", para la mayoría de la población los tebeos son una pila de mortadelos y zipizapes que olvidar en la infancia.

Y  mientras tú fantaseas con...


Ellos ven...

jueves, 19 de junio de 2014

Saber romper: el estilo no es negociable.


Me encanta el concepto “primera cita” en su versión más americana, la que hemos aprendido a través de sitcoms y comedias románticas, bases, no nos engañemos, de la educación sentimental de nuestra generación. Por cómo se desarrollan nuestras vidas, cuando menos la mía, hoy en día es más habitual que la parte sexual a la hora de iniciar una relación preceda a la parte de conocer a la otra persona: hablas con una chica en un bar, os hacéis un par de bromas, os vais a casa y os acostáis; coincidís alguna vez más y se repite la jugada e incluso recurrís a alguna booty call que da sus frutos, de manera que apenas sabéis nada el uno del otro cuando ya os habéis acostado unas cuantas veces, creándose así cierta intimidad con una persona a la que en realidad apenas conoces.

Frente a ese esquema de relación, al que en absoluto me opongo y que en ocasiones me resulta enormemente atractivo, a veces añoro la mezcla de nervios, incertidumbre y excitación que domina una primera cita con una persona con la que aún no te has acostado, cuando comienzas a conocer al otro más a través de la conversación que del sexo y el juego de seducción pierde la verticalidad propia de las noches etílicas para convertirse en un tiqui-taca más pausado, pero potencialmente más hermoso y profundo.

(Podría haber dicho algo tan petulante como que no hay mejor manera de conocer a una persona que follártela, pero, por efectiva que pudiera resultar la frase, todos sabemos que eso es solo una media verdad, que hay personas que follando pueden ser generosas y entregadas y ser Satanás en la vida real, igual que hay magníficas personas que en la cama se vuelven egoístas y mezquinas).

Hará un par de semanas tuve una primera cita como las que arriba describo, de las de verdad, no con alguien con quien ya me hubiera acostado, y me llamó la atención que, en un momento dado, de manera casi simultánea, en el pequeño interrogatorio con el que ambos pretendíamos valorar nuestra idoneidad como potenciales parejas se nos ocurrió la misma pregunta: “¿cómo te llevas con tus ex?”.

Desconfío enormemente de la gente que sistemáticamente se lleva mal con sus ex. Es más, la mayoría de estas personas ni siquiera sienten pudor al exhibir lo mal que se llevan con aquellos a los que en otro tiempo amaron, sino que se muestran hasta orgullosos, convirtiéndolo en su estandarte.

Sé que hay ex con los que es imposible mantener una buena relación y de los que incluso es imposible guardar un buen recuerdo porque pueden haber sido muy dañinos para nuestra vida. Todos tenemos a alguien así, pero lo normal, por pura estadística, es que sean los menos. E incluso en aquellos casos, no puedo evitar sentir como un fracaso personal el que lo negativo supere a lo positivo al final de la relación.

En definitiva, la manera en que nos relacionamos y hablamos de aquellos que en su día nos hicieron felices, dice mucho de nosotros.

¿Y a qué viene todo esto?

España ha sido eliminada del Mundial en primera ronda y muchos de los que hasta hace nada enarbolaban eslóganes tan terribles como “Soy español, ¿a qué quieres que te gane?”, como si ellos hubieran tenido nada que ver en las victorias, hoy claman contra los jugadores y piden la cabeza de Del Bosque en un ajusticiamiento tan revanchista como cobarde.

Tanto mi generación como las inmediatamente anteriores teníamos apuntado “ganar un Mundial” en nuestra Lista de Cosas Imposibles, debajo de “acostarnos con una supermodelo” y encima de “ver la llegada de la III República”. Atacar sin piedad ahora a aquellos que convirtieron una quimera en realidad es como renegar de aquella persona que nos dio los mejores años de nuestra vida cuando ya no creíamos en el amor. Ni el fútbol ni el amor son eternos, y tan complicado como saber detectar el momento en que cada uno ha de seguir su camino es conseguir hacerlo con elegancia.

A Del Bosque se le pueden achacar muchas cosas hoy. Tan elogiable es el decidir morir con una idea y un grupo como reprochable es apostar por la comodidad de algo tan seguro como agotado, en lugar de afrontar el riesgo que supone adentrarse en algo nuevo, seguramente aterrador, posiblemente exitoso. Pero lo que nadie puede criticar a nuestro entrenador es el estilo, en la victoria y en la derrota. A la hora de romper, a la hora de permanecer juntos o poner tierra de por medio, a la hora de amar o de dejar de hacerlo, en todas las facetas de la vida en general, el estilo no es negociable.

Decía Santiago Segurola, en un artículo, como siempre, brillante que “en el fútbol basta esperar para cargarse de razones”, pero “en el caso de la selección ha habido que esperar una eternidad”. Volviendo brevemente a las relaciones, pasa algo parecido, porque todos cometemos errores, es imposible que, tarde o temprano, en algún momento, no puedas a fallar a quien te quiere, igual que quien quieres te podrá fallar a ti. Como dice una amiga, “si buscas mierda, al final la encuentras”. Que ese fallo borre todo lo bueno o no, es decisión tuya.

Puedes quedarte con esto:


O con esto:


Yo elijo quedarme con lo bueno.

jueves, 12 de junio de 2014

Sabor a mí. Marraneo, prácticas y filias sexuales en las letras del pop español.


“Pasarán más de mil años, muchos más; yo no sé si tenga amor la eternidad, pero allí tal como aquí, en la boca llevarás sabor a mí.”

Sabor a mí es una canción que me gusta mucho y que he escuchado con atención en incontables ocasiones. Sin embargo, a lo largo del último año, al formar parte de la rueda del hilo musical del centro comercial en el que trabajo, quizás ha estado más presente en mi vida de lo que quisiera. Después de escucharla durante un año diez o doce veces por semana, las interpretaciones retorcidas de la misma no podían hacerse esperar y, como la cabra tira al monte, no he podido evitar verla desde un punto de vista marrano.

Si en Reservoir dogs el Sr. Marrón interpretado por Tarantino se mostraba convencido de que Like a virgin de Madonna hablaba de “una putita que es una máquina de follar” (sic) que después de miles de pollas por fin se encuentra con una que la vuelve a hacer sentir como una virgen, yo he llegado a la certeza de que Sabor a mí es la maldición que un hombre tan enamorado como despechado echa a su antigua pareja condenándola a llevar el sabor de su semen en la boca por el resto de sus días (long last flavour cum).

Así, si Sabor a mí es en el fondo la historia de una felación, me hizo gracia pensar en una lista de prácticas y filias sexuales a partir de las letras de la música en español.

Cunnilingus: Ay qué gustito pa mis orejas, de Raimundo Amador: 


Una regla básica de urbanidad sexual es que, si te gustan que te coman, también habrás de comer (a no ser que tu compañero o compañera te indique lo contrario, pero, cuanto menos, ofrécete). Es por ello que si este listado ha empezado con una felación, a la fuerza debe ser seguido de una comida de coño.

Respecto a la canción, solo puedo decir que es la traslación perfecta al campo musical de las películas eróticas que Telecinco solía programar en los veranos: tiene momentos tan vergonzantes que querrías morir (“ay no te oigo bien, / porque ando sumergido en tu miel”, glups) guiados por un ritmillo tan hortera como pegadizo, pero alguna perlas maravillosas que te convencen de hacer un segundo visionado: “y tú me dices, ay, que te responda / yo todavía no te he escuchao, ay, tu pregunta”.

69: Quiero que ahora me folles, de Sólo los Solo: 


Mi teoría es que el 69 es el mainstream del sexo, el Sonia y Selena de las posturas sexuales: conocido por todo el mundo, muy útil para hacer bromas, pero que no sabes muy bien quién cojones compra sus disco. Para mí, es una práctica que solo resulta útil para que nuestros padres se miren y pongan sonrisas picaronas cuando la bola con dicho número sale en el bingo familiar de Nochebuena, pero en cuanto a su utilidad a la hora de llevarla a cabo, tengo mis reservas. Creo que es incómoda, y a mí, cuando estoy comiendo, me gusta centrarme en comer, y cuando me están comiendo, me gusta centrarme en que me la coman. Nunca una postura sexual estuvo tan popularizada y sobrevalorada al mismo tiempo.

Dicho esto, Sólo los Solo es un grupo que me fascina, que hispanizó y sofisticó el hip hop a niveles impensables en España en esos momentos. Cómo acabaron haciendo un estribillo tan chusco como “quiero que ahora me folles / que me la metas. / Yo lameré tu polla / si tú lames bien mi chocha”, cantado además, por la que debía ser su vecina del quinto, es todo un misterio. Sí que recuerdo que cuando salió el disco yo tenía quince años y corría como alma que le llevaba el diablo a pasar la canción cuando lo ponía en el salón de casa.

Bola de nieve: Emborracharme, de Lori Meyers: 


Debería tener unos once o doce años y me encontraba en pleno despertar sexual, cuando escuché a una chica un poco mayor en el autobús explicar su teoría de que el sexo tiene cinco estadios principales:

1       1- Magrearse
2       2- Pajas
3       3- Chuparla
4       4- Bola de nieve
5       5- Follar

Inexperto como era, le pregunté a un amigo mayor en qué consistía eso de “la bola de nieve”, y me explicó que en que la chica, después de habértela chupado y tú haberte corrido en su boca, te besaba de manera que ambos compartíais tu propio semen.
Insisto en que yo era absolutamente inexperto, pero aun así ya tuve claro que esa práctica no debía estar tan estandarizada como para formar parte de ningún top-5 al uso.

Ah, y la canción… Digamos que si el “batido” ese que embriaga y luego cae rendido y se levanta de nuevo no se refiere a esto, yo no tengo ni idea de qué cojones habla esta canción.

Petting: Estoy por ti, de Amistades Peligrosas: 


El petting no deja de ser otra cosa que el magreo que la chica que comentaba situaba en el alpha de su particular ABC de la jodienda. Lo que viene siendo refrotarse, de toda la vida.

En cuanto a Amistades Peligrosas, ya hay que ser looser para montar un grupo con ínfulas marranas y acabar escribiendo cosas tan pueriles como “hoy voy a ir al grano / te voy a meter mano”.

Glory hole: Chas y aparezco a tu lado, de Álex y Christina: 


“Cuando crees que me ves / cruzo la pared…” El glory hole es una práctica sexual consistente en introducir, generalmente, el pene a través de un agujero en una pared realice una felación (o cualquier otra práctica), siendo la relación anónima por las dos partes. “…hago CHAS y aparezco a tu lado”.

Riesguing: Warro, de Da: 



Por la piedra todo lo que pillo / sin ningún tipo de protección”. Como desconozco si existe un nombre para la gente que disfruta, a modo de filia, practicando de manera sistemática el sexo sin protección, he acuñado un término: riesguing (mi buena amiga Tang de Naranja ha propuesto “familia Douglas; ya veremos cuál de los dos formatos se vuelve el hegemónico). El caso es que parece que la protección sexual está pasando de moda, y me preocupa.

Foto mía preocupado por el tema del sexo sin protección.

Como anécdota, os contaré que hace un par de años una amante con la que tenía una relación abierta (en una época en la que éramos bastante promiscuos los dos, además) me afeó que de todos los chicos con los que estaba, yo era el único que no quería follarla sin condón, y no entendía por qué. Fue sencillo hacerle ver que en la propia pregunta podría encontrar la respuesta.

Antiriesguing: Lola, de El Chojín: 


También es cierto que canciones tan terribles como esta de El Chojín ayudan poco a la hora de difundir el sexo seguro.

Sexo anal: Dry Martini S.A., de Nacho Vegas. 


"Mientras alzo una mano con la que podré rozar el cielo / la otra acaricia tus entrañas con la punta de sus dedos".

Voy a darle un toque reivindicativo a la entrada: a diferencia de esos varones heterosexuales que se jactan de que a ellos “por el culo, ni el pelo de una gamba”, yo disfruto enormemente de la estimulación anal, tanto a la hora de practicarla como de recibirla, sin que por ello me sienta en absoluto inseguro de mi condición es sexual. Es más, estoy convencido de que a muchísimos tíos les pasa igual pero se lo callan, porque muchas chicas en seguida se lanzan con el dedito o la lengua sin que yo les diga nada, y creo que, por simple proceso de Estímulo – Respuesta, si en anteriores ocasiones con otro tíos sus avances no hubieran sido bien recibidos, habrían dejado de hacerlo.

Y, efectivamente, esto será lo más profundo que nadie nos va a conocer jamás.

Ursusagalmatofilia: Oso panda, de Papá Topo: 


"He salido a merendar con mi amigo el puercoespín". Úrsula, para los amigos, consiste en las prácticas sexuales vestido de animal de peluche. Oso panda, dime por dónde andas.

Sexo vainilla: Amo a Laura, de Los Happiness:


El sexo vainilla es el sexo en su versión más convencional y aburrida. Lo que viene siendo misionero y luces apagadas. Y, sinceramente, en los tiempos que corren, no se me puede ocurrir una perversión más retorcida.

viernes, 6 de junio de 2014

Comunicación interrumpida.


Vivo en un edificio con garaje en el centro de Madrid. La entrada que da a la calle no es la que da directamente al edificio, sino que es una gran verja, una entrada compartida por personas y coches que da acceso a la finca (nunca pensé que utilizaría la expresión “finca” para referirme a un lugar en el que viviera; me hace sentir un poco pijo, aun sin ser nada lujosos ni mi bloque ni mi calle, y a la vez me hace sentir un poco impostor, como cuando intento pronunciar el nombre de algún director francés). Una vez se cruza la verja, hay que andar unos cuantos metros hasta la puerta que efectivamente da paso al portal.

Por costumbres de la vida moderna, con frecuencia llego hasta mi casa mirando el móvil a la vez que camino, bien escribiéndome con alguien, bien curioseando twitter o facebook, consumiendo los datos 3G por los que todos los meses pago a mi compañía telefónica. Y cada día observo cómo, desde que cruzo la verja y hasta que entro en el portal, al pasar justo por debajo del cuarto piso en el que vivo, mi móvil deja de consumir datos para, por misterios de las ondas electromagnéticas, conectarse al Wi-Fi de mi casa. En ese breve tramo, sin embargo, quedo completamente incomunicado, puesto que la señal es demasiado débil como para emitir o recibir nada. He de esperar, por tanto, a entrar en el ascensor, para que mi servicio de mensajería instantánea se llene de double checks.

Me ha parecido una figura retórica interesante: estar lo suficientemente cerca de un lugar como para sentir que perteneces a él y desechar el resto, y a la vez, lo suficientemente lejos como para que resulte inaccesible.

miércoles, 4 de junio de 2014

Me gusta pa ti: una de teoría de amor y moda en torno a Agag y Bowie.


Decía Jerry Seinfeld en un monólogo que, con la ropa, llega un día en el que decidimos algo así como “ya está. Aquí me planto: a partir de ahora SIEMPRE vestiré de acuerdo a este estilo. Este es el rollo que voy a tener por el resto de mis días”. Y creo que es una gran verdad, puesto que se puede comprobar indistintamente en Alejandro Agag o en David Bowie (mi sistema de creencias se basa en que cualquier circunstancia que sea igual de válida para Agag que para Bowie se convierte automáticamente en una verdad universal) que llevan ya varios años anclados en la misma forma de vestir. La diferencia es que, mientras que el yerno de Aznar decidió plantarse en el estilo que llevaba en el convite de después de su primera comunión, el otro ha pasado prácticamente por todas las modas del planeta (cuando no las ha inventado) hasta que, el día después de que le diera el infarto, se miró al espejo y pensó: “Aquí me quedo, que no voy ni tan mal y ya está bien de hacer el mamarracho”. Y por eso su último disco se llama The Next Day.

"Vosotros reíos de la sudadera, pero les faltan dedos a los chinos para contar lo que he follado"

Expuesto el punto de partida, de entrada ya os digo que yo desconfío de cualquier persona que de joven no haya sido rapero, heavy, punk, bakala, mod, gótico, chulapo o cualquier otra tribu urbana, y no por tópicos como lo de que la-adolescencia-es-la-edad-de-la-rebeldía, sino, simplemente, porque no se me puede ocurrir existencia más gris que aquella que haya transcurrido inmersa en la mediocridad normcore en su totalidad.

Yo, después de un breve coqueteo infantil con el rock urbano, fui rapero durante toda mi adolescencia (pero muy rapero, eh, con pantalones gigantes, medias en la cabeza y hasta algún cordón de oro), para de ahí pasar al look alternativo de Mercado de Fuencarral y, de ahí, al filohippismo con pantalones de campana, pelo largo y unas gafas aún más Lennon que las que llevo ahora.  Desde ese punto evolucioné al rollo mod para poco después involucionar a un estilo difícil de etiquetar, pero que casi seguro que todos reconoceréis, cuyos pilares eran dos: por un lado, el archiconocido llevo-dos-años-de-relación-estable-y-cuido-mi-aspecto-entre-poco-y-nada; y, por otro, el no tener un puto duro y llevar cuatro años sin comprar ropa. Y así llegué hasta el momento actual, en el que, para mi sorpresa (pero sobre todo, para sorpresa de Elisa, la batería de Rusos), de vez en cuando hay hasta quien me alaba el gusto al vestir. Lo que para mí valida otra teoría: parecer elegante es sencillo cuando se tiene dinero, aun cuando es poco, como es mi caso.


¡¡Me creía nigga!!

El caso es que, desde mi punto de vista, estoy seguro de que el extraño placer que nos provoca el ridículo y la vergüenza ajena de nosotros mismos que sentimos al revisar las viejas fotos en las que aparecemos una pinta grotesca nos resulta mucho más reconfortante que el sucedáneo de seguridad o autoafirmación que pueda sentir cualquier persona que ve cómo su look permanece tan inalterable en las fotos en las que tenía quince años como en las que tenía treinta.  Y ya no me refiero solo a aquellos que van a pasar toda su existencia con el estilo click de Famobil que te regalan de serie al ingresar en Nuevas Generaciones, sino también al rapero que con cuarenta años lleva la misma pinta que cuando tenía dieciocho o a la hippie que viste igual desde los quince (por no hablar de los abertxales que llevan la misma coletilla ahora presentándose por BILDU que en sus primeros días de kale borroka. En definitiva, frente al inmovilismo, creo que reconforta ver que se ha vivido, que se han probado diferentes cosas, por ridículas que fueran algunas de ellas.

Bien, pues en esta línea de pensamiento me encontraba yo el otro día, cuando pensé que con las parejas sucede algo similar a lo arriba comentado respecto a los estilos de vestir. Todos tenemos al típico amigo dispuesto a emparejarse CON LO QUE SEA. Y cuando digo emparejarse, me refiero exactamente a eso, no a follar, sino a formar una pareja. Todos conocemos a la típica chica que, en cuanto se queda soltera, sabemos que el siguiente tío que le preste un poco de atención será su novio. Y todos hemos visto a la típica pareja que a pesar de llevarse a matar y hacerse terriblemente desdichados sigue junta contra viento y marea, sin saber muy bien por qué. Al igual que todas las mañanas Alejandro Agag se mira al espejo y, sin saber por qué, decide seguir con ese look de marinerito con el que su madre le vistió, aunque le haga infeliz, aunque en el fondo anhele probar a dejarse a rastas, todas esas personas miran a su pareja y piensan “mira, ya está bien. Aquí me quedo, que tampoco se está tan mal”.


Francis Scott y Zelda.

Frente a ellos, estamos los que nunca conseguimos asentarnos emocionalmente, los que siempre acabamos encontrando alguna pequeña pega con la que sabotear a la persona que nos quiere, o nos dejamos fascinar por todo aquel que se cruce en nuestro camino y corremos a seguirla, para enseguida desecharla como lo haríamos con cualquier moda pasajera.

Este es un tema que me obsesiona especialmente, me imagino que porque en mi interior conviven las dos tendencias: el deseo a plantarme y ser feliz y, la feliz amargura de seguir buscando lo que quizás nunca encuentre (también os digo, ningún encuentro puede superar nunca al placer de la búsqueda). A menudo he visto cómo parejas amigas resistían momentos realmente difíciles mientras que la mía se desmoronaba a la menor discusión o cómo otros eran capaces de construir algo sólido y hermoso con mimbres mucho más pobres que los que a mí me ofrecieron y deseché.

Ahora bien, podría deciros que no sé que es peor, si tener cincuenta años y haber vestido siempre con polito Lacoste, chinos y naúticos, o tener cincuenta años e intentar seguir torpemente la última moda, pero lo cierto es que prefiero lo segundo. Prefiero estar gordo y arrugado y llevar el pelo rosa y pendientes de colores (o la moda que se lleve por aquel entonces) y seguir buscando aquello que quiero. Por ridículo que me sienta al día siguiente.