martes, 25 de noviembre de 2014

Fascinación por el Mal: Mariló Montero y el Capitalismo Bobo.


Todo aquel que me conoce o que me sigue mínimamente en redes sociales sabe de mi más absoluta y sincera fascinación por Mariló Montero. Sin embargo, explicar que este enamoramiento catódico no responde exclusivamente a la frivolidad me suele resultar bastante complicado.

Efectivamente, si todo se redujese a la adictiva contemplación de una estupidez de máxima categoría cien por cien pura y sin cortar, el fenómeno se diferenciaría bastante poco de la cruel ridiculización del tonto del pueblo. Dejando de lado, eso sí, que a esta tonta en concreto la pagamos entre todos.

Y algo de eso hay. Ver El programa de Mariló (me niego a referirme a él con otro nombre que no sea el que realmente merece) se parece bastante a dar al play en esos vídeos de Youtube que tu amigo manda sin cesar al grupo de Whatsapp  y a los que ya nadie responde: el factor sorpresa ha desaparecido, porque sabes que el desastre inminente, y aun así no puedes apartar los ojos de la pantalla ansioso por comprobar cómo será la hostia de hoy.

Pero para explicar mi irrefrenable atracción por ella también hay que tener en cuenta factores externos, como su indudable atractivo físico. No es solo que Mariló esté muy buena; que sea, lo que se dice, “un mujerón”; sino que está mucho más buena ahora, que tiene casi cincuenta años, que cuando era joven.

La joven Mariló lista para sustituir a Hillary en El príncipe de Bel Air.

Fascinantes enigmas espacio-temporales, como el de que sea la mujer más andaluza de España después de la Pantoja y el alto de los Morancos, siendo ella de Navarra.

Y a eso, súmale la cómica ternura que provocan aquellas personas que se creen elegantes y que luego…

Mariló hace sus pinitos en Bollywood tras el fracaso del casting anterior.

Pero, como digo, todas estas razones responden únicamente a mi lado más frívolo, que no es el que predomina cuando hablamos de mi fascinación por la presentadora. Y si he de explicar por qué Mariló me fascina hasta tal punto se debe a dos motivos: primero, porque es mala; segundo, porque si alguien quiere comprender qué es España y cómo funciona el Capitalismo Bobo que nos gobierna, lo mejor que puede hacer es poner su programa.

Mariló es MALA. Para comprobarlo hace falta poco más que ver el tono pasivo-agresivo que utiliza con cualquier invitado o compañero que pueda hacerle sombra (o que, simplemente, sea un mejor profesional que ella), o cómo no pierde la ocasión de convertirse en la protagonista de toda entrevista que realice, aunque para ello necesite ridiculizar al entrevistado.

Mariló y Anne Igartiburu dando la idea para el nombre la sección Amigas y conocidas.

¿Llamar gordo al entrevistado sin venir a cuento? Why not?

Para comprobar que Mariló es mala basta con ver cómo trata de manera despiadada y humillante a aquellos que están por debajo de ella afeándoles cualquier error en directo, al tiempo que se queja de las mofas que recibe por sus meteduras de pata. A la vez, no duda en postrarse a los intereses de sus amos, aun cuando ello signifique dar la espalda a unmatrimonio inocente que ha sufrido un linchamiento público por parte de lasinstituciones.

Mariló poniendo en práctica la Técnica Mourinho de Gestión de Equipos.

Cuando digo que si tuviese que explicar a un extranjero recién llegado a nuestro país qué es España le pondría el programa de Mariló no se trata de una boutade. ¿Qué es España? Cuatro horas en la televisión pública que disfrazan de servicio al ciudadano la propaganda gubernamental, destinadas a una población envejecida a la que se adormece convirtiendo la enfermedad (y no la salud) en la única de sus preocupaciones y a la que se infantiliza hablando de personajes que resultan anacrónicos incluso para la propia prensa rosa, que se usa para dar trabajo a los amigos (en la plantilla actual están reliquias televisivas de la talla de Fernando Ramos o Luis Rullán) y que concluye con un grupo de personas poco o nada formadas dando su opinión sobre temas sobre los que no tienen ni puta idea.

Eso es España. Eso es el Capitalismo Bobo, aquel que combina con la misma potencia estupidez y maldad.

Mariló es el CAPITALISMO BOBO. Es esa persona que, nadie sabe muy bien cómo, llega hasta un puesto para el que no está capacitada y que la sitúa por encima de profesionales mucho mejor preparados que habrán de ponerse a sus órdenes. Es esa persona que, ante su falta de aptitudes, en lugar de optar por tener un perfil bajo y dejarse ayudar por aquellos que la rodean, que suplen sus carencias y de los que bien podría aprender, decide enfrentarse y deshacerse de ellos porque prefiere ser la capitana de una nave mediocre dirigida hacia el desastre a una simple tripulante de un barco que llegue a buen puerto.

(Así, de su programa han sido poco a poco eliminados el famoso doctor Gutiérrez y la copresentadora Inés Paz –enterados ambos de su despido por la prensa-, el también copresentador Carlos Córdoba, el colaborador Ciudadano García o el cocinero Sergio Fernández, que, como el doctor, llevaba quinceaños trabajando en el programa).


Es esa persona que quiere hacer pasar su poca prudencia por “falta de pelos en la lengua”, sus irreflexivas y desinformadas opiniones por “incorrección política” y sus meteduras de pata por “espontaneidad”. Esa persona dispuesta a hacerte comulgar con que “arriba” es “abajo”, “blanco” es “negro” y sus errores, aciertos; sosteniendo que, gracias a sus disparate con las siglas Q.E.P.D. muchas personas pudieron aprender su significado (meses antes, también nos enseñó que los coches fúnebres transportan cadáveres y que no está científicamenteprobado que alma no se transplante junto a los órganos).

Es esa persona que, en lugar de escarmentar y mostrarse prudente y agradecida por haber llegado mucho más lejos de lo que sus capacidades auguraban, ambiciona más y decide hacer algo tan fuera de su alcance como sacar un libro, al que, además, titula El corazón de las mujeres no tiene reglas, presentándose como supuesta adalid del feminismo. Porque Mariló Montero, como gran ejemplo del Capitalismo Bobo que es, no duda en venderse como ejemplo de todo aquello a lo que se opone: cercana, humilde, empática, preparada, hecha a sí misma.

Mariló es una supervillana fantásticamente construida. Y por eso me resulta fascinante.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

El amor y el umbral de sufrimiento.


Lo que se ha roto siempre se puede arreglar, (pero) lo arreglado siempre estará roto.

Hace casi un mes que mi novia y yo rompimos y durante estos días he pensado bastante en esta frase cantada por Jens Lekman en Your arms around me. Si he empezado a hacer esta asociación es porque se trata de la tercera vez que cortamos en el año y medio que ha durado nuestra relación, lo que también me hace acordarme de un amigo que, hace ya varios años, cuando yo estaba intentando reconquistar a una novia que acababa de dejarme, me dijo que las parejas que rompen nunca logran prolongar sus reconciliaciones. Bien, pues ese amigo lleva cinco años cortando y volviendo con su novia y ahora se van a vivir a juntos en un esperanzador ejemplo de convivencia pacífica que les debiera convertir en mediadores entre Israel y Palestina.

Como todo hombre inseguro sobre lo acertado o no de sus decisiones, he pasado los últimos días repasando mis relaciones recientes, intentando encontrar qué es lo que hice mal en ellas, preguntándome si llegará el momento en que lo pueda corregir. He recordado, por ejemplo, la sensación que tuve con otra chica con la que estuve hace un par de años. Recuerdo pensar que la mayoría de sus amigos y los míos, también emparejados, no tenían relaciones que funcionasen mejor que la nuestra: constantes discusiones, reproches mutuos, pocas cosas en común y la sensación de que no estaban siendo precisamente felices. Sin embargo, fuimos nosotros, a los que aparentemente todo nos iba a las mil maravillas, los que terminamos por romper en cuanto tuvimos la primera pelea. Recuerdo pensar que no era la primera vez que algo así nos pasaba a ninguno de los dos. Recuerdo pensar que éramos como boxeadores primerizos, que salíamos entusiasmados al ring, danzábamos y danzábamos con la guardia baja convencidos de la victoria, y el primer directo nos mandaba a la lona.

El mes pasado me apunté al gimnasio, la mañana siguiente al día de mi treinta cumpleaños. Mi desconcierto ante la práctica del deporte es absoluto. He oído hablar del umbral de sufrimiento y sé que para que el ejercicio sea realmente efectivo he de llevar a mi cuerpo más allá de sus límites. El problema es que yo no sé cuáles son mis límites. Me encantaría tener un manual de instrucciones que me indicase hasta dónde he de forzar para mejorar mi forma física y a partir de qué punto es probable que sufra un infarto. Pero no lo tengo. Y por eso, siempre salgo del gimnasio con la sensación de que podría haberme esforzado mucho más de lo que he lo he hecho. Me comparo entonces con aquellos que ya estaban en las máquinas cuando llegué y que siguen cuando me voy. Entiendo que ellos están trabajando por su recompensa, y me acuerdo de aquellas parejas amigas que siguieron corriendo mientras nosotros nos frenamos temerosos del dolor que provoca un músculo lesionado.


Conclusión: para aprender a amar hay que aprender a sufrir. ¿Pero cuánto podemos sufrir cada uno sin rompernos?