miércoles, 29 de abril de 2015

The Wire vs. Juego de Tronos: Cómo Podemos perdió el rumbo en la sección de DVDs de unos grandes almacenes.


Hace un par de semanas, todos los periódicos y telediarios destacaron entre sus noticias el regalo que Pablo Iglesias hizo al rey Felipe VI en su visita al Parlamento Europeo: los DVD’s de la serie Juego de Tronos. Es curioso cómo en ocasiones el más superficial de los síntomas puede ser el que con mayor claridad exponga la enfermedad contraída.

Evidentemente, el hecho de que el líder de Podemos decidiera romper el protocolo del encuentro para hacer una especia de proclama política, en absoluto me parece mal, si bien, la forma en que decidió hacerlo me hace recordar la entrevista a Pepe Mujica en Salvados. En ella, el expresidente uruguayo decía que la patología de la izquierda es el infantilismo, patología que se manifiesta con especial virulencia en el caso de Pablo Iglesias, que semana sí, semana también, decide romper el vergüenzajenómetro de sus posibles votantes con estos actos más propios de un niño de catorce años que acaba de descubrir al Che Guevara que de un líder supuestamente revolucionario.

Quiero decir, que puestos a romper el protocolo con un acto simbólico, regálale una tricolor, una antología de ensayos de Manuel Azaña o un listado de los muertos republicanos aún pendientes de identificación junto a una copia de la insatisfactoria (y aun así, no del todo aplicada) Ley de Memoria Histórica. O niégale el saludo al no reconocer a una institución antidemocrática y arcaica. O regálale un DVD de Hostal Royal Manzanares si es que de verdad quieres ser transgresor y original. O el DVD de la que hasta hace no tanto parecía tu serie de cabecera y a la que mencionabas a la menor oportunidad: The Wire.

Curiosamente, la serie creada por David Simon (de la que en absoluto se puede decir que sea minoritaria, pero que tampoco es tan popular como la inspirada en los libros de George R. R. Martin) ha vuelto a la actualidad estos días a partir de los conflictos raciales que están teniendo lugar en Baltimore, ciudad en la que se situaba la acción de The Wire, cuyo punto de partida precisamente está muy vinculado al choque entre la policía y la población negra: el trapicheo de drogas, los abusos y negligencias de parte de los primeros, la falta de alternativas reales para los segundos, la violencia como caldo de cultivo en el que crecen las nuevas generaciones, los intereses políticos particulares como obstáculo que frena las posibles soluciones…

Como decía, hasta no hace mucho el líder de Podemos no perdía la oportunidad de mencionar a The Wire cada vez que era preguntado por sus gustos e intereses, y no era para menos, puesto que se trata de uno de los análisis más certeros, profundos y completos que ninguna obra de ficción haya hecho del capitalismo en las últimas décadas. Prácticamente todo está en The Wire: la violencia institucional, los excluidos del sistema, el proletariado precario, la educación deficiente y cortoplacista, el deterioro de los medios de comunicación, los intereses particulares de las élites… En la tradición del mejor film noir americano, el retrato que la obra de Simon (y Ed Burns, y George Pelecanos, y David Mills, y Richard Price…) hace del capitalismo como la inevitable tragedia urbana de nuestro tiempo es incontestable.

Frente a esto, tenemos a Juego de Tronos, que, sinceramente,  es una serie fantástica que me encanta, pero que no deja de ser un culebrón con dragones (pocos), asesinatos (muchos) y desnudos (cada vez menos). El contenido político que Pablo Iglesias le atribuye es terriblemente superficial y poco o nada aplicable a la realidad española, más allá de su insistencia en reconocerse en la Khaleesi, lo que en todo caso no hace sino insistir en la preocupante e infantil imagen mesiánica que el líder de Podemos tiene de sí mismo.

¿Qué encontramos entonces cuando comparamos ambas obras? Una notable rebaja ideológica en sus respectivos contenidos que camina paralela a la adaptación para todos los públicos que Podemos ha hecho de muchas de sus propuestas y que le han valido los reproches de muchos de quienes desde un principio les apoyaban (el análisis que hace Ángel Cappa en este artículo para eldiario.es, más allá de su gusto por la retórica, es espectacular; además de lo mucho que me flipa que sea el segundo de Valdano quien se alce como una de las voces más indisimuladamente radicales del periodismo de nuestro país).

Al principio de su boom mediático y preguntado por su afán de ocupar la centralidad del tablero político español, Pablo Iglesias decía que uno se desnuda para follar, pero quea ligar se va vestido (declaraciones que me siguen pareciendo escandalizantes por el poco crédito que dan al criterio de los votantes). Y por eso cubrió sus revolucionarias propuestas iniciales con un bonito vestido socialdemócrata que no escandalizase a la familia del novio. Así, por el camino se fueron el proceso constituyente, la auditoría a la deuda, la renta básica…

Y, efectivamente, la idea podía no ser mala y durante un par de meses pareció funcionar en las encuestas… hasta la llegada de Ciudadanos, que se presentó a la fiesta con el mismo vestido, ocultando en este caso una aterradora figura neoliberal que parece poner bastante cachondo al poder establecido y que tiene todas las papeletas para acabar formando una alianza con el PP o el PSOE, o ambos, que deje todo como estaba.

Llegados a este punto en el que empezamos a sospechar que no tenemos nada que ganar, y sabiendo como sabíamos que no tenemos nada que perder, lo último que queremos es un líder socialdemócrata que regale DVDs a la monarquía. Lo que necesitamos es un líder que se inspire en Baltimore, bien para poner sus ojos en The Wire, bien para hacerlo en las barricadas y los coches patrulla incendiados. Ha llegado el momento de quitarse la ropa.

jueves, 9 de abril de 2015

Sin perdón: Sobre la 'justicia' de Ciudadanos y la 'venganza' de Podemos.


Empezar un artículo compartiendo la escena final de la famosa película de Clint Eastwood y defender su monólogo rebosante de odio como único faro moral válido en estos tiempos de urgencia son síntomas claros de una flipadez importante. A pesar de ello, lo hago, lo defiendo y lo mantengo.


“Ciudadanos quiere justicia y Podemos quiere venganza”. Durante los últimos meses, en el tiempo transcurrido entre que la opción de que Ciudadanos se transformase en el Podemos de la derecha pasase de ser una posibilidad bastante remota a una realidad cada vez más amenazante, Albert Rivera repitió este eslogan en todos los medios en los que le dejaron. Imagino que porque “Ciudadanos: el cambio para que todo siga igual”, mucho más certero en la descripción del partido y sus intereses, no resultaba igual de rentable en términos electorales.

Hay dos circunstancias de la naturaleza humana de las que Ciudadanos saca especial partido:

1. A los humanos nos gusta engañarnos a nosotros mismos. Cuando alguien es capaz de desarrollar un producto de la naturaleza de la nata desnatada, colocarlo en las estanterías de los supermercados y  que la gente lo compre sin vergüenza, no es de extrañar que a la hora de hacer unas elecciones, haya quien se plantee que un Podemos despodemizado (“Todo la novedad de Podemos, pero sin tíos con coleta, con pijas buenorras fritas a rayos UVA y sin medidas que asusten a los mercados”) pueda tener el éxito que efectivamente está teniendo.

Y esto es así porque, en el momento en que dejamos de ser homo sapiens para convertirnos en homo consumus (alarma de sociología barata a punto de dispararse, sí), es mucho más fácil que nos cuelen un producto por su aparente atractivo, aun cuando no satisfaga ninguno de nuestros intereses. Me explico: si quieres comer nata por su sabor y su textura, come nata; si no puede hacerlo por su exceso de calorías, búscate una receta más adecuada a tus necesidades. Pero la nada desnatada, no nos dará el rico el resultado que encontraríamos en la original, y sí el montonazo de calorías que en principio queremos evitar. Queremos comer nata y no engordar, y todo no se puede ser. Y esto es así porque…

2. A los humanos nos cuesta reconocer nuestras bajas pasiones. Decir que quieres justicia es algo socialmente aceptado. Pero es que igual resulta que queremos venganza. Y no, no tiene nada malo.

Podríamos ahora adentrarnos en una larga disertación sobre dónde colocar la fina línea que separa a la justicia de la venganza. Personalmente, llegados a cierto punto, creo que son difícilmente distinguibles. Especialmente, cuando venimos de décadas en las que el falso argumentario que distinguía entre ambas invitaba siempre a los mismos a ceder en sus posturas y aproximarse a las de los otros. Así se hizo con el fin del franquismo, así se hizo con la refundación en falso del capitalismo, y en ambas ocasiones, aquellos que hacían propósito de enmienda cuando se veían entre la espada y la pared, nos la volvieron a clavar.

A la hora de examinar la justicia propuesta por Ciudanos, partido que insiste en el infantil argumento de ser “un partido de la gente”, conviene hacerse una pregunta bien sencilla y que pocas veces falla: ¿A quién beneficia?

A Ciudadanos lo apoyan Isabel San Sebastián, Pedro J. Ramírez, Hermann Tertsch, Eduardo Inda y Alfonso Rojo; la patronal FEDEA, fundada por el Bando de España y presidida por el director del Banco Sabadell y que integra a las principales cabezas del IBEX 35 (Abertis, BBVA, Banco Sabadell, Banco de España, La Caixa, Iberdrola, Bolsa de Madrid, Fundación Ramón Areces, BANKIA, Banco Santander, Repsol, Corporación Financiera Alba, S.A., Telefónica y Fundación ACS). También los apoya el Banco Popular, con cuyo crédito financiaron su campaña en Andalucía y medios como El Mundo y Libertad Digital. Ah, y también varios tertulianos de Jugones. Me cuesta ver cómo mis intereses van a coincidir con ninguna de estas personas. Especialmente con los últimos.

La justicia que propone Ciudadanos vuelve a parecerse demasiado a un acuerdo extrajudicial en el que el agresor es el beneficiado y puede seguir haciendo de las suyas mientras que el agredido celebra las migajas: neoliberalismo económico, deterioro de las condiciones laborales en beneficio de las grandes empresas, sometimiento a los mercados, ultranacionalismo español y xenofobia.

No soy un gran fan de Podemos en general (salvo algunas excepciones), ni de Pablo Iglesias en particular. En repetidas ocasiones he manifestado mi intención de votar por Alberto Garzón, cuyo ideario y claridad comparto frente a las muchas ambigüedades y medias verdades del partido de los círculos.

Ahora bien, entre el cambio y el recambio, la venganza de Podemos o la justicia de Ciudadanos, no tengo duda. Me quedo con la primera. Ser misericordioso con aquellos que se mostraron despiadados con nosotros es un lujo que ni puedo ni me quiero permitir.