Tengo un amigo que a menudo comenta que ser mujer, a día de
hoy, no debe ser nada fácil porque, según él, en el cerebro femenino se
enfrentan dos ideas irreconciliables: por un lado, la sociedad actual les dice
que han de ser mujeres independientes, liberadas sexualmente y más preocupadas
de desarrollar sus carreras profesionales o proyectos vitales que de encontrar una
pareja y formar una familia (como en su momento lo estuvieron la mayoría de
nuestras madres) aspirando, por tanto, a puestos y formas de vida que hasta hace pocos años
parecían reservadas para los hombres; por otro lado, ese constructo al que
hemos bautizado como “reloj biológico” y que no es otra cosa que el instinto
animal, presente en nosotros como lo está en las demás especies, les pide que
encuentren un macho, formen el nido y se reproduzcan.
“Y es por eso que van como locas”, suele concluir mi amigo
como colofón a esta teoría 100% suya, sobre la que yo no me he pronunciado y a
propósito de la cual le remitiré gustoso vuestras críticas.
Si hay algo de razón en sus palabras o no es algo que no sé
con certeza, pero lo que sí os puedo garantizar es que la vida de los hombres
actuales es igualmente complicada gracias a luchas similares que tienen lugar
en nuestras cabezas debido a los caminos opuestos que en ocasiones recorren el
instinto y la evolución social. Sin necesidad de entrar en temas tan espinosos
y trascendentales como los del primer párrafo, voy a poner como ejemplo algo
que se encuentra entre mis mayores temores en todo el Universo (muy por encima
de la hecatombe nuclear),
temor al que, por circunstancias de la vida, he tenido que enfrentarme muchas
más veces de las que quisiera hasta convertirme en un maestro en su dominio: la
charleta.
La charleta, o conversación trivial intrascendente con un
desconocido, es una realidad al que el adulto común no tiene que enfrentarse a
menudo, a no ser que su sitio favorito para socializar sean los velatorios (el
bar del tanatorio es el único after que
nunca cierra), se frecuenten clubes swinger
o se cambie mucho de trabajo, como ha sido mi caso. Cuando la charleta se desarrolla
dentro de un grupo siempre resulta menos tensa que cuando tiene lugar entre dos
personas solas, especialmente si las personas en cuestión son hombres, porque
por todos es conocida la maldición gitana que impide que dos varones adultos
que acaban de conocerse tengan una conversación medio sensata que no se reduzca
a clichés übermasculinos propios de
la mili.
Puesto que años de evolución social nos han permitido a los
hombres que aceptemos el uso de cremas faciales o que nos depilemos las
pelotas, pero no han conseguido ningún avance en nuestra capacidad comunicativa
con nuestros congéneres desconocidos, aquí recojo algunos highlights que me han resultado de gran ayuda:
1. Hablar de fútbol: Cuando dos hombres heterosexuales que
no se conocen se quedan a solas, hablarán de fútbol. No importa su edad, no
importa su condición social, no importa su ideología; cuando se produzca el
primer silencio incómodo, ante ambos resplandecerá el fútbol como ese tema de
conversación que acude al rescate del tedio que les provoca su mutua compañía. Por
no importar, ni siquiera importa que no se sepa absolutamente nada de fútbol. Es
más, el 90% de estas conversaciones se producen entre hombres que a duras penas
sabrían nombrar a cinco futbolistas que no jueguen en el Madrid o el Barça.
Y, tal y como sucede cuando se quiere destacar en cualquier
tema de conversación sobre el que no se tiene ni puta idea, es por eso que
muchos se aventuran a soltar boutades indefendibles
con las que fingirse en posesión de una verdad revelada fuera del alcance del resto de los mortales, tipo “Butragueño habría sido un gran mediocentro defensivo”,
“Iván Campo es un central de técnica
exquisita” o “Messi es muy bueno, pero Cristiano es mejor”. De hecho, si hasta
ahora tenía claro que el origen de la suplencia de Casillas en el Madrid se
encontraba en una vez que Mou se quedó encerrado en el ascensor con un
desconocido y, para quedar por encima del otro (ya sabéis cómo es Mou), no se
le ocurrió nada mejor que decir que el mejor portero del mundo en realidad no
era tan bueno, ahora sé que la otra persona presente en ese ascensor era
Ancelotti, que, obligado por la gentileza masculina de aceptar como verdadero
cualquier disparate de tu interlocutor, no tuvo más remedio que darle la razón.
Y de esos polvos, estos lodos.
2. Actuarás como si fueras un manitas y vivieras pegado a un
cinturón de herramientas: Si hay cualquier cosa (mueble, máquina o
electrodoméstico) rota en vuestro entorno, intentaréis arreglarla para llenar
vacíos de la conversación. Si no estás especialmente dotado para estas tareas,
te acercarás y, tras mirar fijamente al objeto roto (con suerte, en algún
momento tu mirada coincidirá con lo que sea que esté roto en él) dirás “si
tuviera aquí mi caja de herramientas…”. En el caso de que el objeto roto esté en
vuestro entorno, pero no tengáis potestad para arreglarlo y haya una tercera
persona haciéndolo, miraréis desde lejos, criticaréis la manera en que se desenvuelve y afirmaréis que vosotros lo haríais mucho mejor.
Lo importante es dejar la idea de que eres un genio de la
mecánica, lo que inevitablemente llevará a otro tema de conversación comodín en
el que no tener ni puta idea no será ningún problema: el motociclismo y la Fórmula
1 (único tema de los aquí expuestos al que no me rebajo a hablar a con NADIE,
lo que tradicionalmente ha generado desconfianza por parte de mis acompañantes
de charleta).
3. Utilizarás motes para referirte a tu compañero: Como
apenas acabáis de conoceros, es posible que te cueste recordar el nombre de la
persona que te acompaña. Es por eso que te referirás a él de las siguientes
maneras: ‘máquina’, ‘compi’, ‘rey’, ‘jefe’, ‘fiera’, ‘campeón’, ‘tigre’, ‘compae’, ‘artista’, ‘primo’ o, incluso, ‘champion’. Al ser todos motes de connotaciones
positivas, al utilizarlos, aliviaréis cualquier duda que el otro pueda albergar
acerca de cómo os sentís respecto a su compañía.
4. Evaluarás a cada mujer que pase por vuestro lado: Por lo
general, cuando estoy con mis amigos, con la gente con la que tengo confianza,
solo nos detenemos para hacer notar una presencia femenina cuando ésta
realmente destaca por encima de lo habitual: una chica realmente preciosa, de
culo especialmente perfecto o tetas paranormalmente gigantes.
Eso no sucede así cuando estás acompañado por otro hombre
con el que no tienes de nada de que hablar, sino que el miedo aterrador al
silencio incómodo os llevará a valorar a cada mujer que se encuentre en un
radio de cincuenta metros y a clasificarlas en dos grandes grupos: “me la
tiraría” y “no me la tiraría”. En ocasiones se podrá recurrir a un tercer
grupo, a veces bautizado “en un momento de apuro”, a veces bautizado “a las
seis de la mañana” o “para hacerle un favor”, en el que incluirás a esas
mujeres que, definitivamente, te tirarías, pero no quieres reconocerlo por
temor a que tu nuevo amigo se pueda llevar una mala imagen de ti.
En ocasiones, y para demostrar que tienes un fino sentido
del humor, dirás “a ésa sí que me la tiraría”, señalando de forma irónica a
alguna mujer de avanzada edad que, a ser posible, tenga alguna tara física,
como que le falte una pierna, esté calva o sufra de obesidad mórbida. Esta broma
se puede hacer cada dos horas y siempre funciona, a no ser que la mujer de
avanzada edad a la que le falta una pierna, está calva o sufre de obesidad
mórbida, sea familiar de vuestro interlocutor.
5. Hablarás mal de tu novia: No importa que tu vida fuese un
pozo negro sin fondo ni esperanza hasta que esa maravillosa mujer que es hoy tu
pareja acudió al rescate, cuando hables de ella con un varón desconocido
dejarás bien claro que, aunque la quieres, ES UNA PESADA. No importa en
absoluto que no sea así. No importa que seas tú quien de manera ultraposesiva
le pone cincuenta whassaps al día, lo
que transmitirás es que ella quien vive obsesionada por saber dónde estás. No importa
que te encante quedar con sus amigas y no puedas esperar a que llegue la noche
para ver a Estela, Fani y Piluca y te cuenten qué tal les fue el finde, tú
dirás “la pesada de mi novia me hace ir con sus amigas y me pierdo el Granada –
Betis”. No importa que seas tú quien insiste en ver Sálvame o ¿Quién quiere
casarse con mi hijo? mientras ella te suplica que pongáis una película de
Bergman, cuando al día siguiente comentes esos programas, dejarás bien claro
que fue ella quien te arrastró a verlos.
Expuestos estos cinco puntos que evidencian lo
increíblemente jodidos que están nuestros cerebros, solo puedo pediros, chicas,
que seáis comprensivas con nosotros. Ser un hombre es muy difícil.