Gandhi se pone juguetón.
Me sucedió el fin de semana pasado en un bar del centro. Me
encontré con una amiga de unos amigos míos; una chica muy guapa y, sobre todo,
muy, muy divertida. Me acerqué a saludarla y empecé a hablar con ella con
intenciones claramente deshonestas.
La música estaba muy alta, lo que no favorecía a la
conversación, y por extensión a mí, que cuando hablo, en combinación con las
gafas y la camisa, puedo parecer divertido y hasta inteligente, una especie de versión
de Woody Allen con menos cultura y menos gracia, pero más pelo, que en realidad
es la versión de Woody Allen que a Woody Allen siempre le habría gustado ser, y
que en España encarna a la perfección David Trueba (esto no es un palo a
Trueba, eh, que Woody nos queda lejos a todos y encima le estoy llamando guapo)
y en el resto del mundo, pongamos, el protagonista de Ruby Sparks, sobre todo para las jóvenes de corazón limpio.
David Trueba pidiendo otra caña.
Paul Dano pasando la resaca de las cañas que se tomó ayer con Trueba.
Si,
como decía, cuando hablo y el ruido de mis palabras te distrae de lo que sea que esté diciendo en realidad, puedo llegar a parecer interesante, cuando hablo y no
se oye lo que digo, bien porque tu cerebro me ha puesto en mute, o bien porque la música está muy alta, como era el caso, no
parezco un tío interesante, sino un tío con un diente partido y una sonrisa que
da miedo que se está esforzando más de la cuenta en hacerte reír. Pero esto no
le debió parecer tan mal a la chica, porque me dio bola.
Llevábamos un rato hablando de naderías, apartados de
nuestros respectivos grupos de amigos, muy pegados el uno al otro. Cuando yo
hablaba, cambiaba constantemente el oído que acercaba a mi boca con el fin de
vencer al volumen de la música y entender lo que fuera que le estaba contando,
y al girarse, pegaba mucho su cara a la mía, de manera que nuestras narices se
tocaban sin parar, cada vez más cerca la una de la otra, chocándose de manera
suave, hasta que nuestros labios también terminaron por rozarse. Bien podría
haber sido que la chica padeciese algún tipo de sordera grave que la impidiera
entenderme y que no fuese capaz de decidir con cuál de sus dos oídos me
escuchaba mejor y por eso se cambiase de lado sin parar, pero preferí quedarme
con la parte del contacto físico que me interesaba y entenderla como una
invitación a que la besara.
La besé y se quedó quieta. No devolvió el besó, pero tampoco
se apartó. Planteándome que quizás se estaba debatiendo entre una de estas dos
opciones, volví a besarla para reforzar mi punto de vista, que soy un tío
bastante besable. Pero de nuevo nada. Ni me besaba ni se apartaba. En lugar de
ello, me miraba y sonreía. Una sonrisa preciosa, por cierto.
Me di cuenta entonces de lo estaba haciendo. Ella renunciaba
conscientemente a la violenta cobra, cuyo repentino giro de cuello ha provocado
más lesiones cervicales a las mujeres
que esas felaciones etílicas de sábado a las 9 de la mañana en las que:
1) vamos muy borrachos, no, no se nos va a poner dura; 2) en el improbable caso
de que se nos ponga dura, no nos vamos a correr, te estoy diciendo que vamos
muy borrachos. Pero como digo, ella había renunciado al sinsentido de la cobra.
En su lugar, estaba ejerciendo su derecho a la Resistencia Pasiva No Amorosa.
Es decir, me estaba haciendo un Gandhi.
Para cerciorarme de ello, me acerqué y la besé una última
vez. De nuevo no me devolvió el beso, de nuevo no se apartó. Volvió a
sonreírme, y empezó a hablarme muy bajito, técnica de negociación básica para
desconcertar a tus adversarios. Joder, no contenta con hacerme un Gandhi, me
estaba haciendo un Michael Scott: http://www.youtube.com/watch?v=zDp-KA7-hnY
Entre la música y su poco volumen, yo no entendía casi nada.
Si acaso algo así como que le recordaba a su primo, lo que solo tendría porqué
ser malo en función de lo feo que fuese el primo. Pero en fin, cada uno tiene
sus razones, y yo puedo ponerme a rebatir a Gandhi y su no violencia, pero
Michael Scott es un tótem para mí.
“Nunca me han rechazado de manera tan gentil”, le hice saber
mientras ella no paraba de sonreír.
Eso sí, la gentileza de Gandhi no impidió que las tropas
inglesas le siguieran entrando cuando se lo encontraban un sábado noche por los
bares del centro. La lucha sigue.
JAJAJAJAJA
ResponderEliminarBuenísimo, tomo nota.
Jajajajajjaaja buenísimo
ResponderEliminarTécnica sutil donde las haya, pero un poco directos se puede ser también xD Pobrecito.
ResponderEliminarMe ha parecido interesante...tengo la impresion q para escribir como lo haces es necesario vivir cierto tipo de cosas...cotidianas aunq bastante interesantes
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