Divertido por el error tecnológico, y sin poder pulsar la “v”, como era su intención inicial, por un extraño bloqueo de la pantalla táctil, sí que pudo borrar la “a”, quedándose la pantalla solo con un “te”, en principio, lleno de posibilidades. Sin embargo, las tres opciones propuestas por el autotexto volvieron a coincidir, si no en forma, sí en fondo: “amo”, “quiero” y “deseo”; formando, respectivamente, “te amo”, “te quiero” y, el más pasional, pero no tan alejado de los otros dos como se pueda creer, “te deseo”. Dani borró entonces en este orden la “e” y la “t”, y aunque las posibilidades sugeridas por el autotexto no cambiaron demasiado, sí que se volvieron significativamente más concretas: “Ana, te amo”, “Ana, te quiero” o “Ana, te deseo”. Ésas eran sus opciones si quería comunicarse con Ana.
Cristalizó entonces en su cabeza la idea de que,
efectivamente, estaba enamorado de Ana. Se dio cuenta de que su sonrisa,
irregular y con un colmillo fuera de sitio, no era la sonrisa más bonita que
había visto, pero sí su sonrisa favorita. De que ese extraño gesto que se dibujaba
en el lado izquierdo de la cara de Ana al reírse, una especie de guiño en el
que el pómulo sube, el párpado inferior permanece inmóvil, y el párpado superior
baja y sube casi imperceptiblemente como en un espasmo, era lo primero en que
pensaba al despertarse por las mañanas. Se dio cuenta de que su cuerpo, tan
delgado y desgarbado, le atraía mucho más que el de las voluptuosas chicas con
las que él solía acostarse. De que era más feliz estando con ella de lo que
había sido y nunca sería con todas esas chicas. De que no solo quería y amaba a su amiga, sino que realmente la deseaba. Y así se lo hizo saber enviando los siguientes mensajes:
DANI: Ana, te amo.
DANI: Te quiero.
DANI: Te deseo.
ANA: Jajajaja.
ANA: Qué dices?
El autotexto no ofrecía ya más que una palabra a cada vez, y
Dani las iba presionando una tras otra, sin saber qué frase formarían ni
adivinar la siguiente, por evidente que ésta pudiera ser. Conforme aparecían en
la pantalla, dispuestas en su particular combinación, esas palabras iban convenciendo
al joven de la sinceridad de su amor por Ana. Para ella debieron resultar
igualmente convincentes, de manera que a la salida del trabajo se dirigió
directamente a casa de su amigo. Esa noche durmieron juntos por primera vez.
Durante sus primeros días como pareja, Ana no dio
importancia a lo diferente que era su relación con Dani a nivel comunicativo
cuando estaban juntos y cuando hablaban por mensaje telefónico. La desbordante
pasión amorosa que a lo largo del día aparecía sin freno en la pantalla de su
blackberry desaparecía cuando se encontraban por las noches, casi siempre en
casa de él, donde, si dejásemos de lado el aspecto físico de la relación y
juzgásemos solo sus conversaciones, bien parecía que siguiesen siendo solo
amigos. Y aunque Ana quiso justificar esta asimetría amparándose en la extrema
timidez de su nuevo novio, según pasaron las semanas no pudo evitar sentir
cierta inquietud.
Dani era consciente de la preocupación de Ana, y aunque
sentía y pensaba todo aquello que le decía a través de los mensajes móvil,
cuando estaban juntos se quedaba sin palabras. Ni “te quiero”, ni “estás
guapa”, ni “me gusta tu peinado”. Nada.
Cero. Sin la chuleta del autotexto, se
encontraba perdido en el apartado amoroso de la comunicación verbal.
Se le ocurrió entonces un plan. Se compró un segundo móvil,
y cada vez que, estando juntos, Ana se ponía especialmente romántica y él no
sabía qué responder, se disculpaba e iba al servicio, a por otro vaso de vino o
a bajar la basura. Transcribía entonces en el nuevo aparato aquello que Ana le
había dicho y se lo reenviaba al suyo, consiguiendo así la respuesta del
autotexto. No es que a Ana le hiciese mucha gracia que Dani desapareciese
siempre en momentos tan poco oportunos, pero las respuestas de éste siempre la
hacían encontrarse entre sus brazos para el momento en que recordaba su enfado.
Fue una buena semana aquella en la que el Plan Doble
Telefonía se mantuvo exitoso. Hasta que Ana descubrió los mensajes telefónicos
que Dani enviaba a una tal Ana2, enfadándose no tanto por el engaño en sí, como
por el hecho de que utilizase exactamente la misma retórica amorosa con ella y
con la otra Ana.
Durante dos meses, Ana evitó leer ninguno de los mensajes de
Dani, y también se negó a responder a sus llamadas telefónicas. Sí que acepto
abrirle la puerta en dos de las muchas ocasiones en que él se presentó en su
casa, pero cuando lo hizo, Dani no supo qué decir. Poco importa el proceso a través del cual se consiguió, pero tanto las explicaciones como el perdón llegaron. Lo que no evitó que, durante algún tiempo, Ana siguiese guardándole un cierto rencor a Dani. Sucede que la empatía es a veces una quimera, y que no podemos ponernos en el lugar del otro hasta que accidentalmente nos encontramos allí. Y a veces, ni eso.
Dani tardó los cinco primeros años de vida de su hija Carlota en darse cuenta de que Ana se encontraba perdida en un lugar en el que él ya había estado. El día de la celebración, la niña no entendió, pero Ana sí, por qué tras las obligadas muñecas, juegos de consola y el pijama de parte la abuela, su padre le entregaba un último regalo como si fuera la coronación de todos los anteriores, y al abrirlo no había más que un móvil bastante obsoleto. “Es para que lo compartas con mamá, para que te diga cosas bonitas, que ya sabes que le cuesta. Las palabras están dentro de ella. Solo hay que ayudarle a buscarlas.”
Maravilloso placer de domingo el leer tu entrada
ResponderEliminarMuchas gracias :)
EliminarCuesta mucho expresar los sentimientos, nunca está de mal una ayudita, pero siempre que sea sincero lo expresado. Un saludo ^^
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