Empezar un artículo compartiendo la escena final de la famosa película de Clint Eastwood y defender su monólogo rebosante de odio como único faro moral válido en estos tiempos de urgencia son síntomas claros de una flipadez importante. A pesar de ello, lo hago, lo defiendo y lo mantengo.
“Ciudadanos quiere justicia y Podemos quiere venganza”.
Durante los últimos meses, en el tiempo transcurrido entre que la opción de que
Ciudadanos se transformase en el Podemos de la derecha pasase de ser una
posibilidad bastante remota a una realidad cada vez más amenazante, Albert
Rivera repitió este eslogan en todos los medios en los que le dejaron. Imagino
que porque “Ciudadanos: el cambio para que todo siga igual”, mucho más certero
en la descripción del partido y sus intereses, no resultaba igual de rentable
en términos electorales.
Hay dos circunstancias de la naturaleza humana de las que
Ciudadanos saca especial partido:
1. A los humanos nos gusta engañarnos a nosotros mismos.
Cuando alguien es capaz de desarrollar un producto de la naturaleza de la nata desnatada, colocarlo en las
estanterías de los supermercados y que
la gente lo compre sin vergüenza, no es de extrañar que a la hora de hacer unas
elecciones, haya quien se plantee que un Podemos
despodemizado (“Todo la novedad de
Podemos, pero sin tíos con coleta, con pijas buenorras fritas a rayos UVA y sin
medidas que asusten a los mercados”) pueda tener el éxito que efectivamente
está teniendo.
Y esto es así porque, en el momento en que dejamos de ser homo sapiens para convertirnos en homo consumus (alarma de sociología
barata a punto de dispararse, sí), es mucho más fácil que nos cuelen un
producto por su aparente atractivo, aun cuando no satisfaga ninguno de nuestros
intereses. Me explico: si quieres comer nata por su sabor y su textura, come
nata; si no puede hacerlo por su exceso de calorías, búscate una receta más
adecuada a tus necesidades. Pero la nada desnatada, no nos dará el rico el
resultado que encontraríamos en la original, y sí el montonazo de calorías que
en principio queremos evitar. Queremos comer nata y no engordar, y todo no se
puede ser. Y esto es así porque…
2. A los humanos nos cuesta reconocer nuestras bajas
pasiones. Decir que quieres justicia es algo socialmente aceptado. Pero es que
igual resulta que queremos venganza. Y no, no tiene nada malo.
Podríamos ahora adentrarnos en una larga disertación sobre
dónde colocar la fina línea que separa a la justicia de la venganza.
Personalmente, llegados a cierto punto, creo que son difícilmente
distinguibles. Especialmente, cuando venimos de décadas en las que el falso
argumentario que distinguía entre ambas invitaba siempre a los mismos a ceder
en sus posturas y aproximarse a las de los otros. Así se hizo con el fin del
franquismo, así se hizo con la refundación
en falso del capitalismo, y en ambas ocasiones, aquellos que hacían
propósito de enmienda cuando se veían entre la espada y la pared, nos la
volvieron a clavar.
A la hora de examinar la justicia
propuesta por Ciudanos, partido que insiste en el infantil argumento de ser
“un partido de la gente”, conviene hacerse una pregunta bien sencilla y que
pocas veces falla: ¿A quién beneficia?
A Ciudadanos lo apoyan Isabel San Sebastián, Pedro J.
Ramírez, Hermann Tertsch, Eduardo Inda y Alfonso Rojo; la patronal FEDEA,
fundada por el Bando de España y presidida por el director del Banco Sabadell y
que integra a las principales cabezas del IBEX 35 (Abertis, BBVA, Banco
Sabadell, Banco de España, La Caixa, Iberdrola, Bolsa de Madrid, Fundación
Ramón Areces, BANKIA, Banco Santander, Repsol, Corporación Financiera Alba,
S.A., Telefónica y Fundación ACS). También los apoya el Banco Popular, con cuyo
crédito financiaron su campaña en Andalucía y medios como El Mundo y Libertad
Digital. Ah, y también varios tertulianos de Jugones. Me cuesta ver cómo mis intereses van a coincidir con
ninguna de estas personas. Especialmente con los últimos.
La justicia que propone
Ciudadanos vuelve a parecerse demasiado a un acuerdo extrajudicial en el que el
agresor es el beneficiado y puede seguir haciendo de las suyas mientras que el agredido
celebra las migajas: neoliberalismo económico, deterioro de las condiciones
laborales en beneficio de las grandes empresas, sometimiento a los mercados,
ultranacionalismo español y xenofobia.
No soy un gran fan de Podemos en general (salvo algunas
excepciones), ni de Pablo Iglesias en particular. En repetidas ocasiones he manifestado
mi intención de votar por Alberto Garzón, cuyo ideario y claridad comparto
frente a las muchas ambigüedades y medias verdades del partido de los círculos.
Ahora bien, entre el cambio y el recambio, la venganza de
Podemos o la justicia de Ciudadanos, no tengo duda. Me quedo con la primera. Ser
misericordioso con aquellos que se mostraron despiadados con nosotros es un
lujo que ni puedo ni me quiero permitir.
Sí a todo, sí a Garzón.
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