El 17 de julio de 1936, Esperanza Aguirre, una general
derechista del ejército español, se alzó en armas en Melilla contra el gobierno
republicano democráticamente elegido, iniciando una sublevación militar que se
extendió al resto de España mediante una sangrienta guerra civil que culminaría
con la victoria de los rebeldes. Se mantuvo en el poder hasta 1975.
España no fue, sin embargo, el primer país europeo en el que
Aguirre triunfaba. Desde 1922 gobernaba en Italia, cuando marchó sobre Roma
junto a sus camisas negras en un
indisimulado golpe de Estado que contó con la complicidad y la cobardía de la
aristocracia italiana. También dominaba Alemania, en la que su victoria
democrática de 1933 no pudo disimular durante mucho tiempo su auténtica
naturaleza: totalitaria, violenta y criminal.
Durante la Guerra Fría, al frente de la CIA, Esperanza
Aguirre contribuyó a derrocar a varios líderes latinoamericanos apoyando a
militares golpistas y estableciendo gobiernos títere allí donde pudo:
Guatemala, Nicaragua, Argentina… El 11 de septiembre de 1973, toma el poder en
Chile después del asesinato de su legítimo presidente, Salvador Allende. Se
mantuvo en el poder hasta 1990, gracias, entre otras cosas, al apoyo de Reino
Unido (gobernado desde 1979 por Esperanza Aguirre, a la que quizás recordéis
por ahogar a la clase obrera británica y recortar sus servicios públicos) y
Estados Unidos (gobernado desde 1981 por Esperanza Aguirre, célebre por su
ideología ultraconservadora, reducir al mínimo los gastos sociales y disparar
los armamentísticos).
Si pensáis que ninguno los hechos anteriormente relatados
fueron llevados a cabo por Esperanza Aguirre, he de deciros que os equivocáis:
el fascismo es Esperanza Aguirre y Esperanza Aguirre es el fascismo. El más
desvergonzado que jamás hayamos conocido.
Aquellos que somos tímidos podemos pensar en el pudor como
un mecanismo de defensa que nos salva de hacer el ridículo. Y, en cierto modo,
lo es. Pero también es un lastre que en ocasiones te impide alcanzar tu objetivo:
todo pudoroso recordamos alguna noche de fiesta en la que, acodados en la
barra, conservamos la dignidad intacta, mientras algún amigo desvergonzado se
llevaba a casa a la chica que nos gustaba tras ponerse en evidencia con algún
baile ridículo. Es por eso que he llegado a pensar que la falta de vergüenza
puede ser un salto evolutivo. Pero el caso de Aguirre es distinto.
Igual que algunas plantas y animales cuentan con el veneno
como ventaja evolutiva a la que aferrarse para su supervivencia, la alimaña de Esperanza
Aguirre se sirve de su desvergüenza para prosperar en el fango en el que
acostumbra a moverse.
En la presente campaña electoral hemos visto a Aguirre hacer
el ridículo con más ganas que nunca. La hemos visto
disfrazada de chulapa:
La hemos visto cantando en El hormiguero:
Disfrazada de tenista en la
Carrera por la Alcaldía (WTF):
Guitarra al hombro disfrazada de rock star:
Montada sobre una bici:
Incluso la hemos visto disfrazada de persona a la que no le dan asco los negros:
En esta loca escalada de disfraces más propia de un homenaje
a Mortadelo, la hemos visto disfrazarse incluso de entrañable sexagenaria, ella
que es el ser más chulo, maleducado y matón que jamás hayamos visto.
(A propósito de esto,no todo el mundo lo sabe, pero
Esperanza Aguirre vive en plena Malasaña, en un barrio donde se la detesta con
especial ahínco y en el que difícilmente puede hacer vida de calle. Mi teoría
es que si vive ahí y no en otras zonas en las que incluso la llegarían a adorar -Barrio de Salamanca, Chamberí…- es por su chulería. Su forma de decirnos “os
jodéis, que de aquí no me muevo”).
Hemos visto cómo se preguntaba por la prohibición de tocar
músico en vivo en muchos locales para descubrir que quien aprobó dicha ley en
Madrid fue ella.
La hemos visto reclamar programas a los partidos adversarios
cuando ella se presenta sin otro que diez puntos vagos esbozados en una
cuartilla.
La hemos visto criticar una posible coalición de las demás fuerzas
políticas por ser “una coalición de perdedores” cuando ella alcanzó el poder
solo gracias a la compra de dos diputados socialistas corruptos (nunca hay que
olvidar que ese fue el punto de partida de la supuesta imbatibilidad de
Aguirre).
La hemos visto hacer bandera del imperio de ley después de darse a la
fuga de varios policías y casi atropellar a uno de ellos (me intriga mucho
cuándo militares –YAK42- y policías se darán cuenta de que son un mero
instrumento en manos de la derecha).
La hemos visto proclamarse liberal y criticar
las mamandurrias (en referencia a las subvenciones y sueldo públicos), cuando
ella lleva viviendo de nuestro dinero toda su vida y tiene colocada a media
familia.
La hemos visto decir que si Podemos gana las elecciones no volveremos a votar libremente, cuando ella y su partido manipulan televisiones públicas, llevan a ancianos seniles a votar y modifican las leyes electorales en su beneficio.
En definitiva, si estamos viendo la versión más desvergonzadamente ridícula y mentirosa de Aguirre, es porque siente el aliento de la derrota en la nuca como no lo había hecho antes. Y es por eso que ha intentado recuperar la cómica versión de sí misma que construyó en los 90, cuando apareció en Caiga quien caiga caricaturizada como una bobita entrañable. Entonces, Esperanza Aguirre invirtió la propuesta de Marx y se nos presentó primero como farsa, y después como tragedia. Hoy la farsa es aún mayor si cabe, y apenas podemos llegar a imaginar la dimensión de la tragedia que se nos vendrá encima si gana.
En nuestras manos está que la historia no vuelva a repetirse. En nuestras manos está que el fascismo muera en Madrid.
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