Ayer me escribió mi amiga Frédérique después de varios años de no saber nada el uno del otro. “Hola fantasmatico” decía el asunto de su mail, en lo que no sé si es un error de expresión derivado de la falta de práctica del español, o una brillante licencia poética. En él me decía que iba a venir unos días de visita a España con su novio, y quería saber si podríamos vernos en algún momento para tomar café.
Fred fue mi último amor adolescente. Lo que no tendría por
qué tener nada de malo si no fuese porque cuando me enamoré de ella yo ya tenía
22 años (la misma edad que tenía ella, eh; ésta no es una historia de
pedofilia).
Cuando hablo de amor adolescente, me refiero a ese tipo de amor que
no tiene ninguna base en la realidad, en que idealizas completamente a la otra
persona y te convences de que tu única posibilidad para ser feliz es serlo a su
lado, a pesar de que todo indique lo contrario.
En noviembre de 2006 Frédérique llegó a Madrid desde París
gracias a las añoradas becas Erasmus (tal y como dice Fran Nixon, ¿cómo se
hacen hombres los jóvenes ahora, que no hay ni mili ni Erasmus?). La primera vez
que la vi en clase no sabía si darle un beso o un bocadillo. Fred es muy
bajita, en torno al metro cincuenta, y muy, muy delgada. Si la pesásemos justo
después de comer, llevando varios jerseys y botas de montaña, podría llegar a
pesar… No sé, ¿40 kilos? Al menos por aquel entonces, así era. Pero además de
eso, era rubia ceniza, tenía los labios muy carnosos y los pómulos
marcadísimos. Y nunca he visto a nadie bailar mal tan bien como lo hacía ella.
Y a mí me
volvía loco.
“¿Ves a esa chica que parece recién salida de un campo de concentración
alemán?”, le dije a mi amigo Javi Agudo el siguiente día que Fred apareció por
clase. “Estoy enamorado de ella”.
Frédérique era básicamente el prototipo de chica francesa
que había aprendido a idealizar en las películas. Sabía, de hecho, muchísimo de
cine, y consiguió una beca en la Filmo para trabajar restaurando películas
viejas. Que los gases tóxicos que respiraba al hacerlo fueran sumamente nocivos para
sus pequeños pulmones y no hicieran más que hacerle toser sin parar, no hizo
sino darle aún más encanto.
En la parte de los contras, Frédérique no tenía ni el más mínimo
gusto musical.
El caso es que tardamos poco en hacernos muy amigos, y tal y
como os podéis imaginar, pasé el resto del año enamoradísimo de Fred en secreto.
Y no, no lo llevé de una manera muy madura, y dediqué gran parte del tiempo a
fustigarme por no poder estar con ella. Lo que en realidad era exactamente lo
que buscaba enamorándome de alguien así.
En cualquier caso, y dentro de ese “sufrimiento gozoso”,
tuve muchos momentos de felicidad con Fred. Son unos momentos de felicidad muy nerds, pero que recuerdo con mucho
cariño.
Un día, bebiendo en su casa a las 9 de la mañana, mientras
ella cocinaba arroz y yo le descubría música española, se acercó a mí mientras
yo estaba tumbado en el sofá. Mirándome con nuestras caras invertidas, como en
el beso de Spiderman, se puso muy seria y me dijo: “Sé artes marciales. ¿Sabes
que puedo matarte de más de mil maneras?” Me tiró entonces al suelo, me
inmovilizó (o me dejé inmovilizar, porque aunque no sea el tío más fuerte del
mundo, con una chica de 40 kilos, puedo) y me llenó la cara de queso
Philadelphia a la vez que me la lamía. De ahí saqué una cacerola de arroz
quemado, y la canción (Todo esto es tan)
Teenager.
Otro día que recuerdo con mucha ternura fue cuando escuchamos la Superbowl juntos por la radio en su
casa. Su abuela acababa de morir, y ella no tenía dinero para ir al entierro,
así que se pasó la tarde llorando abrazada a mí. Tenía la radio puesta, porque
le gustaba escuchar los partidos de fútbol en ella, aunque no entendiese nada. Le
recordaba a su padre. Cuando se hizo de noche, empezaron a retransmitir la
Superbowl, en el tono cómico en que Carrusel Deportivo solía hacerlo. Ella
llevaba varias horas dormida, y yo me había quedado quieto escuchando el
fútbol. Se despertó antes del descanso y me preguntó “¿quién gana?” Y los dos
nos reímos mucho.
En fin, vivimos muchas historias como éstas, que si las
vives tienen encanto y son hasta divertidas, pero contadas parecen un poco
tontas.
El caso es que Fred se volvió a Francia en julio, sin que yo
pudiera convertirme en su novio, como habría querido. Para empezar, porque
nunca me atreví a dar el paso necesario para ello (ya digo que era un amor muy,
pero muy, adolescente). Continuando con que ella ya tenía un novio en París (al
que yo odiaba sin razón, pobrecillo), y finalizando con que ella en realidad
estaba enamorada del compañero de piso del chico en cuestión, por el que acabó
dejándole. Y el “pobrecillo” anterior viene porque a este chico le tocó
entonces comerse que la que era su novia siguiese yendo a su casa, solo que
acababa en el cuarto de al lado en lugar de en el suyo.
En fin. Hay partidos que no puedes ganar, y sin embargo, quieres
jugarlos. Supongo que a algo así es a lo que se refieren esos equipos de tercera
a los que le toca con el Madrid o el Barça en el cruce de copa cuando dicen que
va a ser un partido muy bonito, aunque les vayan a meter ocho. Y bueno, a pesar
de todo lo contado, de ser consciente de la idealización absurda y de que Fred
y yo nunca tuvimos en realidad demasiadas cosas en común, ni mucho menos nada
sobre lo que sustentar una relación sana, cuando leí “con mi novio”, sí que me
dio algo de rabia.
Supongo que sigo con ganas de jugar ese partido, en el que
no tenía nada que ganar y en el que seguramente me habrían destrozado. Supongo
que me habría gustado que viniese sola y tener un poco de tiempo para estar
juntos a solas, para enamorarme de manera absurda de ella otra vez.
Cuando esos equipos pequeños consiguen llegar con el
marcador apretado al final del partido, pero no ganan, dicen que el fútbol les
debe una. Creo que el amor nos debe una a Fred y a mí.
PAra bien o para mal, creo que el amor nos debe una a mucha gente. Me ha encantado. Saludos.
ResponderEliminarBonita historia de amor. Quizá te hubiese gustado saber que hubiera pasado si hubierais comenzado una relación, y te queda esa espinita.
ResponderEliminarSaludos ^^
creo que el amor, a veces, sólo es jugar ese partido. sin entrenamientos ni comentarios deportivos al final
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