martes, 28 de mayo de 2013

Extraños ritos: Lo estamos buscando

 
La semana pasada, un amigo me decía que su hermana le había obsequiado con una caja de condones prácticamente entera. Sorprendido ante el regalo de una hermana mayor, aparentemente, no muy dada a la generosidad, él le respondió que no le parecía mal que hubiese decidido renunciar al sexo, pero que igual el timing no era el más apropiado, ahora que por fin había encontrado un novio formal, después de tanto buscarlo.
La realidad era que, nada más lejos de cualquier renuncia sexual, la hermana de mi amigo y su novio habían decidido empezar a buscar un bebé. No uno ajeno que robar, en parques o centros comerciales, sino uno propio. Querían quedarse embarazados (qué expresión más cursi); tener un hijo. Y así se lo hicieron saber a mi amigo, primero, y más tarde al resto de la familia, que recibió la noticia con júbilo, especialmente por parte del padre.

“Champán para todos. ¿Que qué se celebra? Este hombre aquí presente no parará de eyacular en las entrañas de mi hija durante las próximas semanas. Eso se celebra.”
Me imagino (espero) que el padre de mi amigo no soltó ningún discurso ni remotamente parecido al de arriba, pero la historia me recordó a otras reuniones, familiares o de amigos, en que se emitieron comunicados similares. Y básicamente, fue algo así lo que pensé la primera vez en que asistí a la emisión de LA NOTICIA. Yo tenía unos quince años, y, en medio de una comida familiar, mi primo y su mujer nos informaron de sus intentos. Y es que, por lo visto, la convención social indica que el lugar apropiado para comunicar a tu familia que te estás follando asiduamente a tu novia sin condón es ése, y no otro.

Ciertamente, a mí me pareció algo bastante fuera de lugar, primero, porque no necesito saber nada de eso; y segundo, porque el motivo inicial de la celebración era el cumpleaños de mi abuela y está feo que una octogenaria se vea privada de la atención que merece por un festival de eyaculaciones internas. Pero parece que el resto de mi familia no compartía mis remilgos acerca de qué temas son apropiados alrededor de una mesa y de qué se necesita saber y qué no de lo que tus parientes hacen con su pareja. Todos aplaudieron. “Ay, qué alegría, hijo, qué alegría”, balbuceó mi abuela entre lágrimas. Dudé de si, para que su gozo fuera pleno, mencionarle el número de veces que me masturbaba yo al día por aquella época (ya sabéis, adolescente + primer advenimiento del porno en la red = no parar hasta que te salga fuego), pero por suerte me contuve.

Con los años he presenciado varios momentos similares, y he comprobado aliviado que el mal rato que pasé en aquella ocasión no tuvo demasiado que ver con una mentalidad timorata adolescente, sino con un quizás excesivo sentido lo socialmente apropiado. Quiero decir, cuando en una cena, una pareja amiga de confianza me ha informado de sus tentativas reproductivas, lo he visto tan normal y hasta me he sorprendido sintiendo cierta alegría por ellos. No me ha sucedido lo mismo cuando en una reunión de amigos del colegio, estando reunidos un montón de gente, siendo ya casi desconocidos los unos para los otros, una pareja dio LA NOTICIA y se sirvieron de ella para escaquearse los primeros de una fiesta que era un coñazo.

Y es que, algo que me fascina, bajo la excusa de estar buscando un hijo, una pareja puede hacer casi lo que le dé la gana en relación con sus conocidos. Especialmente si están teniendo dificultades para ello. Y esto incluye, desde irse antes de una fiesta porque están en sus días fértiles del mes y tienen que follar, hasta pedirte que les cambies el menú, el asiento o la ropa interior para facilitar la producción de esperma.

Pero, tal y como decía antes, nada tiene que ver el contexto de las amistades con el familiar, y, pensaba yo, que nada tendría que ver el comunicarlo en casa del varón, con decírselo a los padres de ella.
Y así fue que años después de aquella comida familiar con mi primo, volví  a presenciar una escena similar, pero como visitante, jugando fuera de casa, lo que siempre lo vuelve más vergonzante. En esta ocasión, estaba cenando en la casa de una novia de familia muy, pero que muy cristiana, cuando su hermana mayor nos dio LA NOTICIA. “Y ahora sí que se lía”, pensé yo, porque una cosa es comunicarlo a la familia del varón de la pareja, y otra que viniesen a decirle a ese meapilas que mi ex tiene por padre lo que hacen o dejan de hacer con la vagina de su hija mayor. Pero de nuevo me equivocaba. De nuevo jolgorio, risas y palmaditas en la espalda. Y para celebrarlo, de postre, whisky y un puro para los hombres.

Mientras mis potenciales suegro y cuñado me atufaban con el humo de los habanos y las mujeres recogían la mesa, yo solo podía pensar que por aquel entonces yo ya llevaba varios meses corriéndome dentro de su otra hija. Cierto es que, cuando lo hacía, lo hacía en su culo y no en el coño, ya que ella no tomaba la píldora. Pero me divertía pensar en nosotros dos informándoles de ello a su familia con la misma pompa con que lo había hecho su hermana, y en mí siendo sacado a hostias de la casa para no volver jamás.
Para aquel hombre, los dos centímetros que separan un orificio del otro, sumados a su objetivo de supervivencia de la especie, suponían un diferenciador moral irrebatible: el fin reproductivo justifica la corrida.

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