- Entiendo que no te sientas cómodo cenando con desconocidos
y que te sirvas de un humor supuestamente iconoclasta como una especie de
escudo tras el que ocultar tu timidez, pero entiende tú que nadie quiere
sentarse a escuchar bromas sobre el SIDA cuando sale a cenar un sábado por la
noche.
Helena había aprovechado la breve pausa entre primero y
segundo para levantarse desde el otro lado de la mesa que ambos presidíamos y
susurrarme esas palabras al oído. Como ninguno de los demás comensales había
podido escuchar el contenido de su mensaje, debieron creer que entre nosotros
había surgido algún tipo de conexión, cuando más allá de las cuatro palabras
que habíamos intercambiado al llegar, mientras esperábamos al resto, era lo
primero que me decía. Considerando que el objetivo principal de la cena era
presentarnos, puesto que Carmen, la novia de Rafa, pensaba que los dos haríamos
muy buena pareja, no podía sino estar orgulloso de mi capacidad para arruinar
cualquier expectativa de sexo a la hora más temprana.
Pasé el resto de la noche sin hablar demasiado y evitando
hacer bromas sobre enfermedades de transmisión sexual, pedofilia o cualquier
otra de mis fuentes básicas de inspiración humorística, y en cuanto terminamos
el postre, me inventé alguna excusa para irme a casa.
Casi a la vez que yo, Helena se levantó y dijo que también
tenía que irse y que bien podíamos aprovechar para compartir el taxi.
- ¿Tú también tienes que madrugar? – le preguntó Carmen en
un tono pretendidamente pícaro que parecía sacado de una película de los
sesenta y que subrayó de tal modo los diferentes puntos vitales en los que nos
encontrábamos mis amigos y yo, que me hizo sentir como si fueran mis padres los
que hubieran organizado la cita.
- No, yo es porque tengo la regla y me encuentro un poco mal.
Es una excusa suficientemente explícita como para que no penséis que os estamos
mintiendo para irnos juntos, ¿verdad? – respondió mientras me guiñaba un ojo y
se colgaba de mi brazo, acciones con las que aún hoy no sabría decir si
despertó más desconcierto o excitación sexual.
Al entrar en el ascensor, empezó a reír como una loca.
- Dios, has estado tan calladito y enfadado toda la noche…
Tan mono… ¿Cómo puedes no haberme mandado a la mierda?- Me distraje pensando en la manera de envenenar tu postre sin que te enterases.
- Ya veo. Te vienes a mi casa, ¿no?
Ya allí, fue ella la que empezó a hacer chistes sobre venéreas mientras follábamos, situándose siempre como potencial portadora de las mismas. Nunca he tenido que esforzarme tanto para mantener una erección.
(Y no solo porque, aunque sabes que es broma, tampoco puedas
saberlo del todo, especialmente teniendo en cuenta los breves pero
significativos destellos de bipolaridad que nos había regalado a lo largo de la
noche, de manera que te ves pensando “¿y si esta loca me pega alguna mierda?” a
la vez que intentas mantener un ritmo lo suficientemente vivo como para que
ella disfrute, pero no tanto como para correrte antes de tiempo, sino también
porque sus bromas, más allá del discutible encanto de situarse a sí misma en la
primera persona del relato, no eran especialmente divertidas.)
Pienso en ello, y me vienen a la cabeza todas mis demás
rupturas y esas semanas que les siguen, en las que no puedes hacer nada más que
intentar encontrar el momento en que la cosa empezó a ir mal. Con Helena, no
recuerdo un solo momento en que pensase que nada fuera ni medio bien.
Éramos una pareja de ésas. O eso fue lo que todos nos
dijeron al terminar.
- Erais una pareja de ésas, ya sabes. Esas parejas a las que
les gusta discutir delante de los demás, crear situaciones incómodas, gritarse…
pero que luego hacen como si todo fuera bien, como si tuvieran algo especial y
fuesen capaces de llevar su relación a un límite que a los demás nos está vetado,
cuando en realidad son terriblemente miserables y solo queda esperar a ver
cuánto tiempo aguantan antes de destrozarse mutuamente.
Mientras formaba parte de una pareja de ésas, nadie me avisó
de que formaba parte de una de esas parejas. Quizás lo hubiera agradecido,
quizás les hubiera mandado a la mierda. En cualquier caso, hubiera estado bien
tener la opción.
Cuando Helena y yo rompimos, Carmen, para entonces ya esposa
de Rafa, negó cualquier responsabilidad a la hora de habernos juntado. Cuando
las cosas salen mal, las celestinas tienen la misma memoria débil de un
colaboracionista nazi.
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