Mira, mira por dónde dice la Jenny que te puedes meter tu opinión.
Antes de petarlo a niveles estratosféricos con Muchachada Nui, Joaquín Reyes, además de
despuntar con La hora chanante, era
uno de los monologuistas más brillantes que he visto en mi vida, quizás porque,
cuando la fiebre del “humor inteligente” de desató en España vía El club de la comedia, él no se limitó a
realizar una mera traducción cultural del stand
up comedy americano, sino que realmente imprimía a sus actuaciones una
personalidad propia con la que te podías identificar como espectador y lo hacía
todo mucho más divertido.
Recuerdo como especialmente desternillante el siguiente
monólogo en el que a partir del minuto 14:30 nos cuenta
lo siguiente a propósito de la gente que se le aproxima a hacerle críticas
negativas después de sus actuaciones bajo el pretexto de “ir con la verdad por
delante”.
Desde principios de siglo, y, desde mi punto de vista, muy
vinculado al éxito de los programas de telerrealidad tipo Gran Hermano, se ha popularizado entre algunas personas esa manera
de entender la vida consistente en decir las cosas menos apropiadas en las
situaciones menos oportunas y con el menor tacto posible al grito de “yo es que
soy muy directo”, “a mí me gusta decir las cosas a la cara” o, por supuesto, “yo
voy con la verdad por delante”. Evidentemente, el espejismo generado por la
explosión de las redes sociales que nos hace creer que nuestra opinión sobre
cualquier cosa es relevante en todo momento, no mejoró las cosas.
Cualquier persona que se dedique a una actividad creativa
que tenga una mínima exposición pública habrá tenido la oportunidad de
comprobar esto que digo, no solo de la mano de desconocidos a los que poco o
nada tendría que importar el quedar bien o mal, sino incluso cuando un amigo te
presenta a una tercera persona, situación en la que la convención social obligaría
a mostrarse mínimamente simpático:
- Así que tú eres el de Rusos Blancos. Pues tu grupo no me
gusta nada.
- Ah, muy bien. ¿Te apetece también llamar gorda a mi novia
o ya hablamos de otra cosa?
Habrá quien piense que en un ejemplo como el que acabo de
poner molestarse estaría fuera de lugar, puesto que la otra persona solo habría
expuesto su opinión de manera educada y sin faltar al respeto. A los que
piensen así les digo que valoren cómo reaccionarían si un sábado noche en un
bar se les acerca una persona que no conocen de nada y les dice “tu camisa es
feísima” o “qué mal te sienta ese corte de pelo”. “¿Y a mí qué cojones me
importa tu opinión?”, o algo así, sería la respuesta más adecuada, ¿verdad?
Pues eso.
Vale, igual a Phil Spector le habría venido bien algo de sinceridad no solicitada en este momento.
Tengo amigos que opinan que, cuando la gente se te acerca de
esa manera, lo hace porque piensan que, como estamos acostumbrados a ser
adulados, si se muestran críticos reconoceremos su singularidad y autenticidad. De
hecho, muchas de mis amigas que se dedican a alguna actividad artística pública
me dicen estar muy acostumbradas a un tipo de tío que les entra utilizando esas
mismas tácticas. “Es gracioso eso que haces”, dicho de la manera más
condescendiente posible suele ser su frase estrella.
A esa gente solo
tengo que decirle dos cosas. La primera: sin importar lo acostumbrada que pueda
estar a recibir halagos por lo guapa que es, si te parece que la manera de
llevarte a la cama a Zooey Deschanel, por ejemplo, es acercarte y decirle que tiene los
tobillos gordos, es que eres imbécil. La segunda: si crees que los músicos
indies españoles (y digo músicos por ser la profesión a la que pertenezco, pero
podéis incluir escritores, fotógrafos, cortometrajistas, etc.) estamos
acostumbrados a vivir en una nube de adulación, no es solo que seas imbécil,
sino que lo eres hasta tal punto que es posible que UPyD haya encontrado en ti al sustituto ideal para
Toni Cantó.
Toni Cantó iba con la verdad por delante en Twitter y ya veis lo bien que le ha ido.
Porque lo sucede cuando uno se dedica a una de esas
profesiones y se encuentra con un adalid de la sinceridad sin filtro es que, si
después de haber escuchado la impertinencia que te tenga que decir no les has
mandado a la mierda como deberías haber hecho, acabará dándote un consejo para
no tener que sentirse mal consigo mismo. “Tú lo que tienes que hacer…” es como
suelen empezar y conforme las palabras empiezan a llegar a tus oídos sabes que,
invariablemente, la gilipollez que le siga va a ser de aúpa.
Yo he recibido “tú-lo-que-tienes-que-hacer-es” de
representantes de todos lo estratos de nuestro mundillo, desde críticos a
promotores, pasando por camareros, deejays y técnicos de sonido. ¡Si hasta la
señora que limpiaba el Nasti por las mañanas llegó a tener un plan maestro para
relanzar mi carrera!
Curiosamente, la gente a la que mejor le va en cada una de
esas profesiones es la que solo te daba su opinión en caso de que tú se lo
pidas, haciéndolo siempre de manera educada y constructiva; mientras que
aquellos que saben qué es lo que tienes que hacer tú para triunfar, no parecen
tener tan claro qué es lo que tendrían que hacer ellos.
¿Quiero decir con todo esto que no se puede opinar de las
actividades creativas que los demás exponen en público? No. Claro que se puede.
Lo pones en tu crítica, en tu facebook, en tu twitter o se lo cuentas a tu
amigo. Pero, a no ser que te haya pedido opinión, no vas y se lo dices al
propio autor. En definitiva, criticas a la espalda que es lo que el sentido
común dicta y como se ha hecho toda la vida. ¿Que un tío en un bar tiene un
peinado muy ridículo? Pues te ríes de él desde lejo pero no vas y se lo dices. ¿Que
la tía sentada enfrente de ti en el metro tiene un moco gigantesco pegado en el
bigote? Pues no te levantas para verlo mejor, sino que la miras de reojo y, ya
si se duerme, le sacas una foto con cuidado. ¿Que el arroz que ha preparado tu
suegra es una pasta intragable? Pues se lo das con cuidado al perro y rezas
para que no se le obstruya el intestino, pero no le dices que es una puta
mierda.
Porque la base para una buena convivencia reside en decir las
cosas a la espalda y sonreírse luego, y en entender que, si bien las opiniones
son como los culos y cada uno tiene el suyo, no todos quieren ver el tuyo en
todo momento.
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