Cuando hace unos años se disparó la moda de los gintonics,
todos nos preguntábamos cuál sería la siguiente burbuja que serviría para
diferenciarse de los demás (haciendo exactamente lo mismo que todos) y creerse
mejor que el resto. Yo pensaba que el vodka, durante un breve periodo de tiempo
pareció que serían las cupcakes y
también hubo un breve estallido de la hamburguesa gourmet. Pero no. Resultó que el nuevo becerro de oro no era otro
que la ortografía.
Cualquiera que tenga un mínimo de actividad en redes
sociales ha podido comprobar como proliferan páginas y perfiles dedicados a
este tema. ¿Y acaso tiene algo de malo promover la enseñanza ortográfica? Desde
luego que no, pero en la forma en que se está haciendo hay varias cosas que me
inquietan y me molestan:
1- Aunque la idea de que, a través de esas páginas de Facebook
o perfiles de Twitter, haya quien puede refrescar normas olvidadas de los
tiempos de colegio resulta fantástica, lo cierto es (o al menos ésa es mi
sensación) que la mayoría de los seguidores que tienen esas páginas ya cometen
muy pocas faltas de ortografía, si no ninguna. Se predica, por tanto, entre los
ya creyentes, lo que transforma sus intenciones, inicialmente divulgativas, en
un ejercicio de autoafirmación a través del cual poco o nada se puede aprender.
¿Os imagináis un profesor que, en lugar de enseñar cosas nuevas a sus alumnos, o
de enfocar su discurso a transmitir a aquellos que se han quedado atrás lo que
los demás ya han aprendido, se dedicase a repetir una y otra vez algo que toda
la clase ya tiene asimilado?
2- Hacer un ejercicio de autoafirmación de vez en cuando no
está nada mal. A todos nos conviene recordar que aquello que sabemos es valioso
y que somos más hermosos de lo que a menudo pensamos. Pero no debemos dejar que
el conocimiento y disfrute de nuestras virtudes nos impidan ver nuestras
carencias. ¿Cuántas de las personas que retuitean con entusiasmo la diferencia
entre “haber” y “a ver”, como si ése fuese el elemento diferenciador clave que
separa a los humanos de las bestias, sabrían resolver una ecuación de segundo
grado? (Y, creedme, el equivalente lingüístico de resolver una ecuación de
segundo grado no es más complejo que diferenciar entre “a ver” y “haber”). Si
convenimos que el lenguaje tiene un uso más frecuente que las matemáticas (cosa
que, solo hasta cierto punto, es cierto) y que, por lo tanto, ambas cosas no
son comparables, podemos ir a disciplinas más cotidianas. ¿Cuántas de las
personas que publican orgullosas que se escriben con “b” todos los verbos
terminados en “-bir”, excepto “hervir”, “servir” y “vivir” sabrían cocinar unas
lentejas? ¿Cuántas sabrían construir una estantería que no venga prefabricada
por IKEA? Incluso limitándonos exclusivamente al uso del lenguaje, ¿cuántas de
las personas que saben de carrerilla las normas de acentuación del castellano y
que podrían escribir un texto tres veces más largo que El Quijote sin fallar una sola tilde no son capaces de construir
una oración inteligible con más de tres subordinadas?
Todos tendemos a considerar imprescindible aquello que
sabemos y a ver como superfluo aquello que saben los demás, y, volviendo al
tema de la autoafirmación, precisamente el tono de algunas de estas páginas (no
del de muchas otras, que son hasta amenas) es más el de alguien que quiere fardar
de lo que sabe que el de aquel que quiere enseñar algo. Si yo me pasase el día
tuiteando “Ey, no te olvides que Masa = Densidad X Volumen” o “No te vayas a la
cama sin pensar que la energía cinética equivale a ½ de la Masa X Velocidad al
cuadrado”, ¿cuántos de vosotros pensaríais que soy un pesado, si no un
imbécil? (Aunque he contrastado las dos fórmulas en internet, es posible que
ambas estén equivocadas). Presumir de lo mucho que se sabe nunca resulta elegante.
3- Volviendo al presunto tono jactancioso de algunas de
estas publicaciones, hay que pensar en hasta qué punto la mala ortografía se ha
convertido en un estigma social. Hay hombres casados que preferirían desvelar
que todos los fines de semanas se van de putas antes que confesar que no saben
si “coger” se escribe con “g” o con “j”, ludópatas que, más que que sus
familias averigüen en qué se gastan el dinero, temen que se descubra que no saben si "de repente"
se escribe junto o separado. Ahora en serio, a día de hoy, y desde que tenía
poco más de doce años, mi madre me pide que le corrija cada cosa que escribe
por miedo a cometer a alguna falta de ortografía. Casi nunca tiene ninguna, y
sin embargo le sigue aterrando que alguien le pille en alguna.
Con esto quiero decir que, en cierta forma, el enemigo que
estas páginas combaten es en realidad un enemigo invisible. Es decir, la figura
del tarugo que ha tenido oportunidad de estudiar y la ha despreciado, y escribe
con faltas y le importa un bledo, apenas existe (y los pocos que existen forman
parte de Nuevas Generaciones, y esa gente no utiliza Twitter para aprender,
sino para publicar
fotos en las que salen haciendo el saludo fascista). Mucha de la gente que comete faltas de
ortografía (o teme cometerlas) es gente como mi madre, que, aunque haya leído,
por un motivo o por otro, no ha tenido la oportunidad de estudiar, y habría que
plantearse si llenarles el timeline
de consejos ortográficos supone un incentivo para el aprendizaje o, por el
contrario, una forma de abrumarlos y empequeñecerlos. Pensad, por ejemplo, en
adónde queríais mandar a todos los que os venían a dar consejos sobre
conducción una y otra vez después de que suspendierais el carnet por tercera
vez consecutiva. Es por eso que digo que encontrar el tono adecuado a la hora
de corregir y aconsejar es clave.
A propósito del tono, mi exnovia Sabina, autora del blog
Sopapo y amable ilustradora de las mujeres que, sin nada que decirme, rodean el
texto que ahora lees, acaba de publicar un libro marrano sobre ortografía.
Sabina es una radical de la ortografía. Cuando digo radical, me refiero a que
hay terroristas islámicos más tolerantes con el ateísmo de lo que ella lo es
con algunas faltas. No es ése uno de los rasgos que más me guste de ella, de
hecho, alguna vez hemos discutido por ello. Sin embargo, su libro es
fantástico, y lo es por varios motivos. Primero, porque Sabina tiene mucho
talento, escribe y dibuja muy bien, y siempre es muy divertida. Segundo, porque
el tono escogido, además de acertado, es original. Y tercero, porque salen
pollas y coños, y eso siempre gusta (y no solo pollas con coños, sino también
coños con coños y pollas con pollas, así que hay para todos los gustos). Ya
sabéis que la letra, con flujo entra.
No suelo entrar a comentar en foros ni blogs, ni nada. No creo que mi opinión interese fuera de mis espacios naturales. Pero este tema, esta moda del escollo ortográfico como escondrijo de pecado y purga de leídos, me tiene hasta los pliegues vulvares. No puedo con los listillos que se quejan del uso de la palabra "bizarro" o "patrio"; me entran unas siniestras ganas de matar cuando alguien me señala una falta ortográfica; y me siento miserable cuando consulto en google como se escribe algo.
ResponderEliminar¡Qué maravilla que el lenguaje sea algo vivo! Me encanta conjugar verbos inexistentes, crear léxico de mariliendre castiza, y muero de amor si alguien me escribe " t e d m" en el móvil.
Frenemos esta burbuja, amigo. Me comprometo a encabezar esta incomprendida cruzada de la lengua. Hay veces que el fondo está tan por encima de la forma que sólo se puede sentir lastimilla por los guardianes hipsters de la RALE.
Maravillosa su ex, por cierto.