jueves, 13 de febrero de 2014

El becerro de oro ortográfico.

 
Cuando hace unos años se disparó la moda de los gintonics, todos nos preguntábamos cuál sería la siguiente burbuja que serviría para diferenciarse de los demás (haciendo exactamente lo mismo que todos) y creerse mejor que el resto. Yo pensaba que el vodka, durante un breve periodo de tiempo pareció que serían las cupcakes y también hubo un breve estallido de la hamburguesa gourmet. Pero no. Resultó que el nuevo becerro de oro no era otro que la ortografía.
Cualquiera que tenga un mínimo de actividad en redes sociales ha podido comprobar como proliferan páginas y perfiles dedicados a este tema. ¿Y acaso tiene algo de malo promover la enseñanza ortográfica? Desde luego que no, pero en la forma en que se está haciendo hay varias cosas que me inquietan y me molestan:
1- Aunque la idea de que, a través de esas páginas de Facebook o perfiles de Twitter, haya quien puede refrescar normas olvidadas de los tiempos de colegio resulta fantástica, lo cierto es (o al menos ésa es mi sensación) que la mayoría de los seguidores que tienen esas páginas ya cometen muy pocas faltas de ortografía, si no ninguna. Se predica, por tanto, entre los ya creyentes, lo que transforma sus intenciones, inicialmente divulgativas, en un ejercicio de autoafirmación a través del cual poco o nada se puede aprender. ¿Os imagináis un profesor que, en lugar de enseñar cosas nuevas a sus alumnos, o de enfocar su discurso a transmitir a aquellos que se han quedado atrás lo que los demás ya han aprendido, se dedicase a repetir una y otra vez algo que toda la clase ya tiene asimilado?
2- Hacer un ejercicio de autoafirmación de vez en cuando no está nada mal. A todos nos conviene recordar que aquello que sabemos es valioso y que somos más hermosos de lo que a menudo pensamos. Pero no debemos dejar que el conocimiento y disfrute de nuestras virtudes nos impidan ver nuestras carencias. ¿Cuántas de las personas que retuitean con entusiasmo la diferencia entre “haber” y “a ver”, como si ése fuese el elemento diferenciador clave que separa a los humanos de las bestias, sabrían resolver una ecuación de segundo grado? (Y, creedme, el equivalente lingüístico de resolver una ecuación de segundo grado no es más complejo que diferenciar entre “a ver” y “haber”). Si convenimos que el lenguaje tiene un uso más frecuente que las matemáticas (cosa que, solo hasta cierto punto, es cierto) y que, por lo tanto, ambas cosas no son comparables, podemos ir a disciplinas más cotidianas. ¿Cuántas de las personas que publican orgullosas que se escriben con “b” todos los verbos terminados en “-bir”, excepto “hervir”, “servir” y “vivir” sabrían cocinar unas lentejas? ¿Cuántas sabrían construir una estantería que no venga prefabricada por IKEA? Incluso limitándonos exclusivamente al uso del lenguaje, ¿cuántas de las personas que saben de carrerilla las normas de acentuación del castellano y que podrían escribir un texto tres veces más largo que El Quijote sin fallar una sola tilde no son capaces de construir una oración inteligible con más de tres subordinadas?
Todos tendemos a considerar imprescindible aquello que sabemos y a ver como superfluo aquello que saben los demás, y, volviendo al tema de la autoafirmación, precisamente el tono de algunas de estas páginas (no del de muchas otras, que son hasta amenas) es más el de alguien que quiere fardar de lo que sabe que el de aquel que quiere enseñar algo. Si yo me pasase el día tuiteando “Ey, no te olvides que Masa = Densidad X Volumen” o “No te vayas a la cama sin pensar que la energía cinética equivale a ½ de la Masa X Velocidad al cuadrado”, ¿cuántos de vosotros pensaríais que soy un pesado, si no un imbécil? (Aunque he contrastado las dos fórmulas en internet, es posible que ambas estén equivocadas). Presumir de lo mucho que se sabe nunca resulta elegante.
3- Volviendo al presunto tono jactancioso de algunas de estas publicaciones, hay que pensar en hasta qué punto la mala ortografía se ha convertido en un estigma social. Hay hombres casados que preferirían desvelar que todos los fines de semanas se van de putas antes que confesar que no saben si “coger” se escribe con “g” o con “j”, ludópatas que, más que que sus familias averigüen en qué se gastan el dinero, temen que se descubra que no saben si "de repente" se escribe junto o separado. Ahora en serio, a día de hoy, y desde que tenía poco más de doce años, mi madre me pide que le corrija cada cosa que escribe por miedo a cometer a alguna falta de ortografía. Casi nunca tiene ninguna, y sin embargo le sigue aterrando que alguien le pille en alguna.
Con esto quiero decir que, en cierta forma, el enemigo que estas páginas combaten es en realidad un enemigo invisible. Es decir, la figura del tarugo que ha tenido oportunidad de estudiar y la ha despreciado, y escribe con faltas y le importa un bledo, apenas existe (y los pocos que existen forman parte de Nuevas Generaciones, y esa gente no utiliza Twitter para aprender, sino para publicar fotos en las que salen haciendo el saludo fascista). Mucha de la gente que comete faltas de ortografía (o teme cometerlas) es gente como mi madre, que, aunque haya leído, por un motivo o por otro, no ha tenido la oportunidad de estudiar, y habría que plantearse si llenarles el timeline de consejos ortográficos supone un incentivo para el aprendizaje o, por el contrario, una forma de abrumarlos y empequeñecerlos. Pensad, por ejemplo, en adónde queríais mandar a todos los que os venían a dar consejos sobre conducción una y otra vez después de que suspendierais el carnet por tercera vez consecutiva. Es por eso que digo que encontrar el tono adecuado a la hora de corregir y aconsejar es clave.
A propósito del tono, mi exnovia Sabina, autora del blog Sopapo y amable ilustradora de las mujeres que, sin nada que decirme, rodean el texto que ahora lees, acaba de publicar un libro marrano sobre ortografía. Sabina es una radical de la ortografía. Cuando digo radical, me refiero a que hay terroristas islámicos más tolerantes con el ateísmo de lo que ella lo es con algunas faltas. No es ése uno de los rasgos que más me guste de ella, de hecho, alguna vez hemos discutido por ello. Sin embargo, su libro es fantástico, y lo es por varios motivos. Primero, porque Sabina tiene mucho talento, escribe y dibuja muy bien, y siempre es muy divertida. Segundo, porque el tono escogido, además de acertado, es original. Y tercero, porque salen pollas y coños, y eso siempre gusta (y no solo pollas con coños, sino también coños con coños y pollas con pollas, así que hay para todos los gustos). Ya sabéis que la letra, con flujo entra.

1 comentario:

  1. No suelo entrar a comentar en foros ni blogs, ni nada. No creo que mi opinión interese fuera de mis espacios naturales. Pero este tema, esta moda del escollo ortográfico como escondrijo de pecado y purga de leídos, me tiene hasta los pliegues vulvares. No puedo con los listillos que se quejan del uso de la palabra "bizarro" o "patrio"; me entran unas siniestras ganas de matar cuando alguien me señala una falta ortográfica; y me siento miserable cuando consulto en google como se escribe algo.
    ¡Qué maravilla que el lenguaje sea algo vivo! Me encanta conjugar verbos inexistentes, crear léxico de mariliendre castiza, y muero de amor si alguien me escribe " t e d m" en el móvil.
    Frenemos esta burbuja, amigo. Me comprometo a encabezar esta incomprendida cruzada de la lengua. Hay veces que el fondo está tan por encima de la forma que sólo se puede sentir lastimilla por los guardianes hipsters de la RALE.
    Maravillosa su ex, por cierto.

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