Los futboleros le recordarán, pero incluso entre ellos habrá
quien le haya perdido la pista; los no aficionados, sin embargo, es muy posible
que no sepan de quién estoy hablando, a pesar de que durante un par de
años fue la próxima gran estrella del fútbol español.
Bojan Krkic debutó en Primera División en septiembre de
2007, con diecisiete años recién cumplidos, en el Barcelona crepuscular de
Ronaldinho, Deco y Eto’o. Con el equipo entrenado por Rijkaard en plena
descomposición, su buen desempeño en sus primeros partidos fue uno de los pocos
estímulos ilusionantes que la afición azulgrana recibió en toda la temporada.
La euforia fue tal que apenas se habló de él como una sólida promesa de buen
jugador, sino que enseguida fue elevado a la máxima categoría de las futuras estrellas mundiales,
circunstancia a la que sin duda contribuyó también el pesimismo reinante ante
la selección española dirigida por Luis Aragonés, que venía de ser eliminada en
octavos en el Mundial de 2006, a la que se había dejado de llamar a Raúl y que
no estaba haciendo una fase de clasificación especialmente brillante para la
siguiente Eurocopa. Siempre falto de gol, el equipo al que pronto se empezaría
a llamar La Roja (o, más bien, sus aficionados) parecía haber encontrado en
Bojan a un delantero de unidad nacional que nos guiaría hacia el éxito, o nos
ilusionaría por encima de nuestras posibilidades una vez más.
El caso es que, contra todo pronóstico, se acabó ganando la
Eurocopa de 2008, a la que Bojan había renunciado a ir a pesar de ser
convocado, con un fútbol brillante del que los centrocampistas eran la máxima
expresión y los máximos responsables (ergo,
los delanteros pasaron a estar un poco out;
algo así como “ser delantero es tan 2005…”).
Los motivos de la renuncia de Bojan nunca quedaron del todo
claros. Es posible que un chico tan joven realmente necesitase un par de meses
de relax para digerir todo lo que le había pasado. También es posible que el
chaval fuese un poco crecidito y no quisiera quemarse siendo partícipe de un
grupo al que todo el mundo auguraba una hostia monumental. Lo que sí que tengo
claro es que poner a alguien tan joven en la posición de tomar una decisión que
marcaría para siempre su futuro profesional puede ser demasiado y que quizás no
debiera estar permitido convocar a un menor de edad para una competición de tan
alto nivel y tan mediatizada.
Ya bajo las órdenes de Guardiola, Bojan jugó tres temporadas
más en el Barcelona en las que, a pesar de tener unos cuantos meses buenos en
la primera, su estrella se fue apagando poco a poco. Empezó entonces su
peregrinaje por varios equipos europeos, en ninguno de los cuales se llegó a
asentar, quedando cada vez más claro que aquella promesa de gran futbolista
nunca se haría realidad.
Una vez hecha esta introducción destinada a explicar quién
es Bojan a aquellos que no lo supieran (y que posiblemente solo haya interesado
a quienes ya lo conocían), diré que con frecuencia me acuerdo del ya no tan
joven delantero cuando veo el hype que
se genera en torno a algún grupo emergente, no porque espere que sus carreras
se acaben desinflando como le pasó a la del futbolista, sino porque me hace
pensar en los riesgos que conlleva generar unas expectativas desmesuradas.
Que te hagan pensar que eres mejor de lo que eres resulta
dañino en todas las etapas de la vida, pero puede serlo mucho más cuando se
produce en etapas formativas. En el pop (entendido como fenómeno de música
popular juvenil, no como género) conviven como en pocas disciplinas la
inseguridad y la arrogancia tan propias de la postadolescencia. De hecho, parte
fundamental de su encanto reside en la combinación de ambos ingredientes, que
si en el caso de un futbolista ha de ser lo suficientemente equilibrada como
para no convertirlo en un cretino, en el caso de los grupos, ahora que incluso
los más exitosos están lejos de ser celebridades, habrá de serlo para evitar,
cuando menos, que las canciones resultantes sean peores de lo que pudieran
haber sido.
A la hora de formar un grupo, de empezar a hacer música, no
hay nada más difícil que encontrar tu propia voz. Sucede igual a la hora de
afrontar cualquier otra labor creativa, puesto que todas desembocan, a mi
juicio, en dos preguntas fundamentales: ¿quién soy?, y ¿cómo lo expreso a
través de la pintura, la escritura, la cocina…?
A los Rusos nos llevó años, no ya encontrar nuestra propia
voz (tarea que debe ser constante), sino delimitar siquiera los terrenos en los
que la buscaríamos. Durante ese tiempo transitamos por todas las etapas por las
que pasa un grupo que intenta encontrar su sitio: las letras
oscuro-tremendistas, los plagios indisimulados (aún menos disimulados que los
que podamos hacer hoy), el creernos a la última por imitar una tendencia
llegada desde EE UU hace dos años, las versiones de Joy Division, el ukelele… Tocábamos
y tocábamos, solo venían a vernos los mismos de siempre (cuando los mismos de
siempre éramos menos que ahora) y recibíamos menos atención de la que creíamos
merecer.
Mis pantalones rojos dejan claro cómo de confusos pueden ser los primeros pasos de un grupo.
Es posible que los demás grupos de nuestra generación con
los que tocamos por aquella época (Cosmen Adelaida, Ingeniero Alemanes, Hazte Lapón,
Solletico…) la recuerden de manera similar, con la sensación muy presente de
que no estábamos teniendo la repercusión debida. Entonces no existían ni la
mitad de blogs dedicados al pop underground
que pueden existir ahora, ni tantas iniciativas activas a la hora de montar
conciertos (cuando todos esos grupos empezamos ni siquiera existía La
Fonoteca). Y, sin embargo, a día de hoy creo que el que no se hablase de
nosotros tan pronto nos benefició a todos esos grupos.
Nada más lejos de mi intención que mis palabras sean un
reproche para aquellos grupos que cosechan elogios al poco tiempo de aparecer.
Primero, porque nadie es responsable de la calidad de las alabanzas y de las
críticas que recibe. Y segundo, porque a nadie le amarga un dulce, nadie
escarmienta en cabeza ajena y yo en su lugar las hubiera recibido con el mismo
orgullo.
Solo digo que un grupo que empieza es un ecosistema muy
delicado para el que puede resultar igualmente perjudicial una sequía de apoyos
que una inundación de halagos. Y por eso, cada vez que veo que se forma un hype en torno a uno que da sus primeros pasos, por
ilusionantes que estos puedan ser, me acuerdo de Bojan y pienso si el
entusiasmo desmedido no nos privará de un futuro de grandes canciones.
Dicho lo cual, por mucho que hubiera que evitar que
Marruecos le convocase primero, me preocupa la sobreexposición de Munir.
Qué curioso, lo de su extraña renuncia a la eurocopa 2008. No lo recordaba. Me gusta el blog. Percibo naturalidad. Te sigo leyendo. Saludos.
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