Acabo de comprar mi entrada para el concierto de Morrissey
y, tal y como me pasaba con una chica con la que solía quedar hace unos años y
que siempre anulaba nuestras citas hasta en tres o cuatro ocasiones hasta que
finalmente nos veíamos, más que emocionado, me siento inquieto ante la posible
decepción.
Pocas mujeres han despertado en mí un nivel de deseo
irracional tan elevado como el que despertaba Clara. Desde la primera vez en
que la vi me sentí absoluta e incontrolablemente atraído por ella, atracción
que no hizo más que aumentar en las siguientes ocasiones en que nos cruzamos, a
pesar de que en ninguna de ellas llegáramos a intercambiar palabra.
Cuando por fin llegó el día en que coincidimos en
condiciones favorables (esto es, sin estar su novio presente y yendo yo lo
suficientemente borracho como para olvidar mi timidez en el lavabo), empezamos
a hablar y nos caímos simpáticos. Esa noche nos acostamos y mi eyaculación fue
tan rápida que hubiera podido desafiar a Usain Bolt en una final olímpica. Creo
que nunca en mi vida he durado menos. Y eso que iba ciego como una rata. Tal
era el grado de deseo que sentía por Clara.
Durante los meses siguientes quedamos con cierta frecuencia,
aunque, como he dicho, ella siempre posponía el encuentro en tres o cuatro
ocasiones hasta que finalmente nos veíamos, un par de semanas después de la
fecha prevista. A lo largo de esas citas comprobé que, si bien el grado de
atracción que sentía por ella no había disminuido en lo más mínimo, no podía
decir lo mismo de mi simpatía, no solo por los continuos plantones, sino
porque, tal y como me habían adelantado algunos amigos que ya la conocían,
Clara estaba bastante lejos de ser una buena persona.
Así, la fascinación inicial dio lugar al descubrimiento de
una persona egocéntrica y banal que cuando quería ser ingeniosa se mostraba más
bien maleducada y se comportaba de manera terriblemente desconsiderada en sus
relaciones con los demás. A pesar de lo cual… la seguía deseando de manera
enfermiza. Bien, pues algo así es lo que me pasa con el Morrissey actual.
56 eurazos de entrada. ¡Toma mandarina!
Creedme que no exagero si os digo que descubrir a los Smiths
me cambió la vida. De hecho, sé que todos aquellos que también los
descubristeis en vuestra adolescencia sabéis perfectamente de lo que hablo y
compartís el mismo sentimiento.
No quiero extenderme demasiado en los efectos que ese primer
contacto produjo en mí, puesto que se trata de una historia que se ha sido
contada un millón de veces por un millón de personas distintas, pero con muy
pocas diferencias entre los distintos relatos (paradójicamente, The Smiths
terminan por tener un efecto homogeneizador sobre aquellos que nos acercamos a
ellos por sentirnos diferentes, aspecto que encuentra su mejor metáfora visual
en los clones de Morrissey que aparecen en el videoclip de Stop Me If You Think That You’veHeard This One Before). Y si la historia les puede parecer redundante a
aquellos que la han vivido en carne propia, me temo que para aquellos que no,
resultará del todo incomprensible.
Y no es que The Smiths sean la única vía posible a través de
la cual vivir ese rito iniciático que para otros pueden haber pilotado cualquier
otro músico, escritor o cineasta, pero, sinceramente, creo que pocos pueden
resultar tan atractivos para alguien que se encuentra en una etapa de búsqueda
personal y siente que no encaja con lo convencional.
Por resumir mucho aquello en lo que estoy intentando no
extender, descubrir a los Smiths ampliaba tu mundo, te hacía ser conocedor de
un secreto compartido, casi de una verdad revelada. Te hacía sentir especial.
Poco después de mi
revelación y tras haberme fundido todos sus discos, cuyas letras podía
recitar de memoria, empecé a investigar la carrera de Morrissey en solitario. En
ella, resultaba imposible no añorar la guitarra de Johnny Marr (hay creadores
que están condenados a trabajar juntos si quieren dar lo mejor de sí mismos;
ninguno de los dos volvería nunca a brillar como lo hicieron cuando
colaboraban), pero seguía teniendo canciones brillantes. Además, poco después
editó el You Are the Quarry después
de siete años de silencio, que a día de hoy me sigue pareciendo un discazo.
En definitiva, la fascinación que yo sentía por Morrissey en
aquella época no me alejaría demasiado de cualquier gemelier o belieber actual.
Sin embargo, los discos siguientes resultaron cada vez más
pobres (aunque hace poco he recuperado el Rigleader
of the Tormentors y hay cositas…) hasta llegar al último, World Peace Is None of Your Business,
que me parece lo peor que ha publicado nunca. Desde mi punto de vista, apenas
hay dos canciones que se salven en él, y no porque sean buenas, sino porque
podrían ir en un recopilatorio de caras B.
El problema lo encuentro no solo en el apartado musical, situación
que ya se ha repetido en otros momentos de su carrera en solitario, donde
Morrissey ha terminado por rodearse de músicos efectivos pero no brillantes y
que, me da la sensación, deben mostrarse bastante complacientes con los
caprichos de la estrella (nada de raro hay en que no quieran arriesgar su
principal fuente de ingresos haciéndole notar que una melodía es pobre o una
letra poco trabajada a alguien célebre
por sus rabietas). Para mi sorpresa, es en el apartado lírico donde el disco
más me ha decepcionado. La antigua brillantez de Morrissey se ve aquí reducida
a una sucesión de ingeniosos eslóganes en los títulos de las canciones que en
ningún caso terminan por ofrecer lo que anuncian (por ejemplo, su proclama
abstencionista – “each time you vote, you support the process – en la canción
titular, parece propia de un niño de quince años que acaba de descubrir la política).
A todo esto, hay que sumar que su personaje (que probablemente
haya devorado a su persona, y este no es un chiste sobre gordura), cuyas
excentricidades podían resultar divertidas años atrás, se ha vuelto del todo
insoportable. La sucesión de noticias de los últimos meses hace que el nivel de
vergüenza pública que tenemos que soportar sus fans solo sea igualable al que
tuvieron que sufrir los hinchas del Madrid cuando Floren y Aznar se abrazaron
por la consecución de la décima: anulación de conciertos por motivos
caprichosos, declaraciones faltonas contra cualquier otro artista, amenaza de
no publicar su autobiografía para que Penguin la incluyera en su colección de
clásicos, expulsión de la gira con escarnio público a su telonera, abandono dela discográfica pocos meses después de haber fichado…
Bien, pues expuestas todas las razones por las que sus fans
deberíamos haber tirado la toalla con Morrissey, me es imposible despreciarle
como me era imposible despreciar a Clara. Por mucho que mis amigos no lo
entendieran, al igual que los detractores de Morrissey tampoco lo puedan
comprender, el ser conscientes de todos estos aspectos negativos no nos impide
ver a un ser vulnerable e inseguro que en el fondo solo busca afecto de manera
desesperada, con toda la belleza y ternura que de ello se desprende.
Pero sobre todo, ninguna de sus imperfecciones puede apagar
la llama del deseo de aquel primer descubrimiento y que en la noche del 9 de
octubre intentaremos reavivar, por improbable que parezca.
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