Las relaciones de pareja no se inventaron para perpetuar la
especie; eso fue el sexo. Las relaciones de pareja se inventaron para tener
alguien con quien pasar los domingos.
Por esa misma razón se inventó el fútbol.
Por esa misma razón se inventó la religión y, con ella, las
canciones espirituales de domingo que nos acercan a nuestro amigo imaginario.
Y también por esa misma razón se inventaron los grupos
terroristas: los solteros ateos solitarios y no futboleros también tienen
derecho a tener un pasatiempo para el último día de la semana.
La soledad tiene dos caras, dos realidades que conviven cuyo
control se escapa de nuestras manos. Aun cuando estamos convencidos de que
nuestro retiro es voluntario, resulta imposible predecir cuál de las dos caras
saldrá cuando atrapemos la moneda: la de la necesidad satisfecha y la
independencia anhelada, o el reverso de la nostalgia y el desamparo. Los domingos
presentan una curiosa desviación estadística por la que la segunda de las
opciones se produce en un porcentaje notablemente mayor que el primero.
Es por eso que este día se desaconsejan los juegos de azar. Es
por eso que te gustaría no estar aquí. Es por eso que ahora mismo deseas la
extinción de la raza humana.
Está claro que existen otras formas de pasar los domingos,
formas que algunos llamarían optimistas en un claro ejemplo de la frecuencia
con la que audacia y temeridad se confunden. Una de ellas es afrontar el
domingo como si fuese una extensión del sábado en eso a lo que hoy en día se le
dice mañaneo, y que antes se llamaba ser de Valencia (algún día los creadores
de las expresiones mañaneo, latineo, etc. tendrán que responder por
su crimen ante el Tribunal de la Haya).
Si digo que en esta alternativa la temeridad se traviste de
audacia es porque parte de una idea tan antigua e irrealizable como la vida
misma: quedarse con lo bueno de las cosas y desechar lo malo. Fantástica idea.
¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? ¡Tengamos una semana sin domingo!
Pues no. No se puede. Solo estás posponiendo el desastre,
pero, créeme, el domingo llegará, porque no vas a ser tú más listo que nadie. Si
decides tener dos sábados, el domingo llegará el lunes; si eliges tener tres,
lo hará el martes… Y así sucesivamente. Y cuanto más lo pospongas, más grande
será el domingo. No ibas a ser tú más listo que nadie.
Y cuando el domingo llegue, te obligará a hacer balance, te
hará plantearte dónde estás, sentirás el aliento del mundo en tu nuca, el peso
de los años perdidos.
Y querrás tener a alguien a tu lado.
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