1.He abierto el blog y, aunque no he sido tan
disciplinado escribiendo como querría, lo mantengo vivo.
2.Hemos sacado un disco nuevo con los Rusos, del
que estoy muy orgulloso, además. Me alegra haber podido transformar la mierda
sentimental vivida en 2012 en algo hermoso.
3.Hemos dado muchos conciertos y lo hemos pasado
estupendamente juntos. Incluso en uno de ellos tuvimos la ocasión de protagonizar la
versión gallega de “Colega, ¿dónde está mi coche?”
4. He cantado Déjese querer por una loca con Fran Nixon. Todos sabéis lo mucho que admiro a Fran. Si cuando empecé con el grupo en la universidad alguien me hubiera dicho que cantaría esa canción con él, me habría dado por más que satisfecho.
Fran protegiéndose la huevada ante un libre directo tirado por Cristiano.
5.He escrito canciones para un disco nuevo. 6.Casi hemos terminado de pagar la grabación del último disco.
7.Por primera vez en mi
vida vivo solo. Ni padres, ni pareja, ni compañeros. Solo (casi) siempre es
mejor.
8.Bueno, solo no. Con Trini.
9.Gracias a mi nueva casa, mis adorables vecinos
(pero vecinos, vecinos: puerta con puerta, ventana con ventana) son Juan Manuel
de Prada y señora, a los que admiro profundamente gracias al vídeo de abajo. A veces flirteo con ella en el portal. Es muy guapa (de
belleza pepera, pero bella al fin y al cabo) y no sé si parece muy feliz. El
último día que nos cruzamos me dijo que me parecía a John Lennon.
Los gordos y sus pequeñas chances.
10.Volví brevemente a las clases particulares. Aunque
la experiencia en sí no fue muy satisfactoria, me ofreció la oportunidad de
conocer a BEATÓN 6000, el robot ultracatólico construido con la caja de la Wii
por un niño de 10 años que siempre vestía en batín mientras acariciaba a su
gato persa llamado Miss Michi y que posiblemente acabe siendo un supervillano
de talla mundial.
BEATÓN rechaza la reforma del aborto por blanda.
11.Encontré trabajo.
12. He aparecido en el programa del Follonero y ahora la gente me conoce por ello. Manda cojones que montes un grupo, saques tres discos y te reconozcan por salir en el programa de otro.
Como veis, también me he dejado bigotito, pero eso casi nadie lo ha notado.
13.He follado bajo un busto de Lenin. Fue un polvo de embestida controlada porque temía que en el momento del orgasmo todo el peso del comunismo me cayera en la cabeza.
Red is sexy.
14.He mantenido una prolongada relación amistoso-sentimental-sexual
con la dueña del busto. Y como dos que duermen en el mismo colchón se vuelven
de la misma condición, me he acercado al bolivarismo. Me gusta lo de reencarnarse
en pajaritos, pero me desconcierta la estética.
¡Toma selfie en el lavabo! No perdáis de vista el papel higiénico DÍA. Y estoy levantando la mano correcta: el móvil invierte la imagen.
15.No me he acostado con ninguna de mis exnovias. Ya
está bien de tanto eterno retorno.
16.Me he pasado al azúcar moreno e intento comer
mucha fruta.
17. He decidido que tengo que apuntarme a un gimnasio.
18. He decidido que voy a comprarme la Play 4, el FIFA y pasar del gimnasio.
19. He descubierto lo que puede pasar cuando le pides a un niño chino que se disfrace de mago para el belén.
Tengo un podio en mi casa. Soy el primero cuando quiero.
1-La lista en la que más me hubiera gustado
aparecer en mi vida es la de “los guapos de la clase” de cuando iba al colegio.
Cada año en la entrega de los Nobel, muchos de los galardonados piensan eso
mismo al recoger su premio.
2-Sospecho que, precisamente, el motivo por el que
muchos de los que hacemos cosas-susceptibles-de-ser-listadas hacemos
cosas-susceptibles-de-ser-listadas es para compensar la decepción de no haber
aparecido en esa lista.
3-A todos nos gusta aparecer en la listas de los
mejores del año en lo que sea que hagamos, y nos enfada no hacerlo. El mejor
ejemplo de ello es Cristiano Ronaldo, a quien no le basta con ser guapo, rico y bueno, sino que necesita que el Balón de Oro (votado por un montón de
seleccionadores exfutbolistas que no le llegaban ni a las suelas y por
periodistas que ni tan siquiera pueden soñar con lo que él hace) le diga que es
el mejor. Es un pequeño caramelo que endulza nuestras muchas inseguridades.
El joven Cris tampoco fue votado el más guapo de la clase.
4-A todos los que hacemos música nos gusta ser
reconocidos por la crítica, sin importar lo grande que pueda ser el grupo o
artista. No hace falta irnos a Bisbal (a quien estoy seguro de que también le
jode no aparecer en Pitchfork), sino a grupos más cercanos como Lori Meyers o Supersubmarina a los que también estoy
seguro que les sentará mal no aparecer entre lo mejor del año de la Rockdelux. Otra
cosa es que no les vaya la vida en ello, porque tienen una base de fans
suficientemente grande como para hacer su carrera sin que las críticas les
afecten.
5-A muchos otros grupos sí nos va la vida en ello. Me explico: el 95% de los grupos semiprofesionales de nuestra escena
vivimos en una economía de subsistencia en el que el pequeño detalle de
aparecer en la lista de JNSP, Radio 3 o Rockdelux puede derivar en hacer cinco
bolos más al año siguiente que supongan la diferencia entre poder hacer un
disco más o no. Somos enfermos terminales a los que igual que cualquier brisa
de aire se puede cargar, cualquier fármaco experimental nos da un par de años
extra. Es por eso que cuando no aparecemos me enfado y…
"Para grabar un single", "para masterizar", "para alquilar la furgo"...
6-…cualquier lista de prestigio que no nos incluya
queda inmediatamente desacreditada y la de cualquier medio pequeño que sí lo
haga se convierte en relevante. Es posible que gente más madura que yo lo viva
de otra manera. Aunque lo dudo.
¡Otra vez Kokoshca número 1! ¡Me cago en la puta!
7-El punto 6 era una broma (aunque no del
todo, para que veáis lo de las inseguridades…). Lo que sí que es cierto es que,
igual que desconfiaría de una lista de las mejores películas del año que
incluya solo blockbusters tanto como
de otra que solo incluyese cine experimental europeo, desconfío de cualquier
lista musical que solo incluya grupos underground
tanto como de la de los 40
Principales, que solo incluye a Pablo Alborán y compañía, y si acaso a
Justin Timberlake ya que pasaba por allí (y que ha hecho un discazo este año,
por cierto).
8-No hay que olvidar que el motivo último por el
que los medios hacen listas (además de porque es algo divertido en sí mismo, o
al menos así lo veo yo) es para fidelizar a su público, y por eso nos dicen
aquello que queremos que oír. Si La Sexta se muestra como una cadena izquierda-friendly no es por la
conciencia social de su dueño, José Manuel Lara (dueño también de La Razón),
sino porque ahí hay un nicho de mercado. Del mismo modo, los medios musicales
protegen el nicho que les ha tocado en suerte, bien masajeando el ego de sus
lectores (“lo que tú escuchas es lo mejor del año; eres un tío guay; tú sí que
molas”), bien presentándose como los poseedores de una verdad revelada a la que
solo ellos te pueden dar acceso (“lo mejor del año es este trompetista etíope
ciego al que solo nosotros te hemos hecho llegar”).
A él también le jode no estar en la lista de los niños populares.
9-El punto anterior no es una crítica en absoluto.
Me parece normal que cada medio atienda
a los intereses de su audiencia al igual que los grupos lo hacemos con nuestro público.
Es más, estoy seguro de que en alguna ocasión nos habremos visto beneficiados
de ser afines a la línea editorial de
algún medio.
10-Dicho esto, y ahora que soy adulto, la lista en
la que más ilusión me haría aparecer cada año es la de chicos guapos de JNSP. Pero, a pesar de que estoy mejorando con los años, me temo que no me alcanza. En 2014
voy a apuntarme al gimnasio.
Hace unos días comentaba en twitter y facebook mi
preocupación por los efectos que la deriva übersexual
que la carrera de Miley Cyrus está tomando puedan tener en el futuro
profesional de Hanna Montada, una joven española que lleva varios años
intentado labrarse un nombre en la industria pornográfica gracias a su parecido
físico con la actriz que interpretó a Hannah Montana.
¿Por qué todas las chicas guapas encuentran irresistible el sabor de su propio índice?
Como todos imaginaréis, el potencial de nuestra Hanna, la
española, la que no canta, la que no es amiga de Dolly Parton, se basa fundamentalmente
en el contraste entre su notable parecido con la antigua estrella infantil y su
exhibición sexual pública. Sin embargo, ahora que Miley está cada vez más
marrana, ese contraste se difumina, y la señorita Montada cada vez tiene menos
espacio para desarrollar su carrera. Caben ahora, pues, dos posibilidades:
1-Que la actriz porno haga escenas cada vez más
duras, de manera que el contraste antes mencionado siga vigente y pueda seguir
ganándose la vida haciendo aquello que le gusta, que es lo que todo joven debe
perseguir, tal y como me recordaba un sindicalista francés el otro día en la
tele.
2-Que sea la propia Miley Cirus la que haga
escenas cada vez más duras, que Tony Richardson suba de una vez los vídeos en
los que la hace de todo, y sea nuestra Hanna la que, aprovechándose de nuevo de
ese contraste, pero a la inversa, se convierta en una estrella infantil. Más o
menos como Xuxa. Telecinco, ¿hay alguien ahí?
Terry Richarson: being a Nabokov's fan since...
(Habrá quien piense en una tercera posibilidad consistente en que Hanna encuentre trabajo, pero, seamos serios, estamos en España).
El caso es que no es la primera vez que un imitador ve amenazado
el pan de sus hijos por una invasión de terreno por parte de su imitado. Fijaos
en lo que pasó con Aznar y su guiñol:
En el año 2000, después de una legislatura de derechas relativamente
disimulada por su insuficiente peso parlamentario, el PP logró la mayoría
absoluta y nuestro presidente de entonces se desbocó y sacó a pasear el
humorista que lleva dentro. Lo que en principio parecía una buena noticia para Los guiñoles, enseguida se reveló como una
seria amenaza para el programa. ¿Cómo competir en chistes con un tipo que va a
Estados Unidos y decide afrontar las ruedas de prensa hablando con acento
texano; con alguien que narra historias en las que, con los pies subidos encima
de la mesa, afirma tener una marca de 100 metros digna de presencia olímpica?
En realidad es muy injusto que me mofe de lo del acento. A mí se me pega cualquier acento en menos de dos minutos.
¿Cómo se solucionó el problema? Dando el cambiazo de
Aznares. José María Aznar, el real, el de carne y hueso pasó a trabajar como
cómico en el programa de Canal+, tras cuya cancelación colaboró como guionista
en varios programas, como El club del
chiste, hasta que el fracaso de la versión española de Cheers le hizo ser incluido en el primer ERE de Globomedia.
Por su parte, el otro José María Aznar, el guiñol, pasó a
liderar a la derecha española y es por eso que a día de hoy no consigue llevar
un bigote en condiciones: todas las niñas son suficientemente listas como para
saber que si le cortan el pelo a su muñeca, éste no crecerá más; Ana Botella,
no. Aunque, salvando el problema capilar, la alcadesa estuvo encantada desde el
primer momento con que su nuevo marido siempre estuviera duro.
El otro, sin embargo, a menudo tenía que usar el dedo.
Así que mi consejo, señorita Cyrus (y, tras Sinead y Sufjan, conmigo ya van tres estrellas del pop que se interesan por su situación), es que no se convierta usted en su propia parodia. Más que nada, porque conociendo el afán
recaudatorio de su padre, llevaría cuidado, no sea que contacte con la señorita Montada, la convenza de cambiar pollas por micrófonos y de repente se vea usted rodando con Torbe mientras la otra acude a los Grammy.
No sé si Miley dirá muchos tacos, pero sin duda necesita urgentemente que le laven la lengua con jabón.
En cuanto a usted, señorita Montada, la insto a que persiga su sueño de ser actriz porno y trabaje duro por conseguirlo. No lo he hablado ni con Sinead ni con Sufjan, pero seguro que están de acuerdo conmigo.
- Entiendo que no te sientas cómodo cenando con desconocidos
y que te sirvas de un humor supuestamente iconoclasta como una especie de
escudo tras el que ocultar tu timidez, pero entiende tú que nadie quiere
sentarse a escuchar bromas sobre el SIDA cuando sale a cenar un sábado por la
noche.
Helena había aprovechado la breve pausa entre primero y
segundo para levantarse desde el otro lado de la mesa que ambos presidíamos y
susurrarme esas palabras al oído. Como ninguno de los demás comensales había
podido escuchar el contenido de su mensaje, debieron creer que entre nosotros
había surgido algún tipo de conexión, cuando más allá de las cuatro palabras
que habíamos intercambiado al llegar, mientras esperábamos al resto, era lo
primero que me decía. Considerando que el objetivo principal de la cena era
presentarnos, puesto que Carmen, la novia de Rafa, pensaba que los dos haríamos
muy buena pareja, no podía sino estar orgulloso de mi capacidad para arruinar
cualquier expectativa de sexo a la hora más temprana.
Pasé el resto de la noche sin hablar demasiado y evitando
hacer bromas sobre enfermedades de transmisión sexual, pedofilia o cualquier
otra de mis fuentes básicas de inspiración humorística, y en cuanto terminamos
el postre, me inventé alguna excusa para irme a casa.
Casi a la vez que yo, Helena se levantó y dijo que también
tenía que irse y que bien podíamos aprovechar para compartir el taxi.
- ¿Tú también tienes que madrugar? – le preguntó Carmen en
un tono pretendidamente pícaro que parecía sacado de una película de los
sesenta y que subrayó de tal modo los diferentes puntos vitales en los que nos
encontrábamos mis amigos y yo, que me hizo sentir como si fueran mis padres los
que hubieran organizado la cita.
- No, yo es porque tengo la regla y me encuentro un poco mal.
Es una excusa suficientemente explícita como para que no penséis que os estamos
mintiendo para irnos juntos, ¿verdad? – respondió mientras me guiñaba un ojo y
se colgaba de mi brazo, acciones con las que aún hoy no sabría decir si
despertó más desconcierto o excitación sexual.
Al entrar en el ascensor, empezó a reír como una loca.
- Dios, has estado tan calladito y enfadado toda la noche…
Tan mono… ¿Cómo puedes no haberme mandado a la mierda?
- Me distraje pensando en la manera de envenenar tu postre
sin que te enterases.
- Ya veo. Te vienes a mi casa, ¿no?
Ya allí, fue ella la que empezó a hacer chistes sobre
venéreas mientras follábamos, situándose siempre como potencial portadora de
las mismas. Nunca he tenido que esforzarme tanto para mantener una erección.
(Y no solo porque, aunque sabes que es broma, tampoco puedas
saberlo del todo, especialmente teniendo en cuenta los breves pero
significativos destellos de bipolaridad que nos había regalado a lo largo de la
noche, de manera que te ves pensando “¿y si esta loca me pega alguna mierda?” a
la vez que intentas mantener un ritmo lo suficientemente vivo como para que
ella disfrute, pero no tanto como para correrte antes de tiempo, sino también
porque sus bromas, más allá del discutible encanto de situarse a sí misma en la
primera persona del relato, no eran especialmente divertidas.)
Pienso en ello, y me vienen a la cabeza todas mis demás
rupturas y esas semanas que les siguen, en las que no puedes hacer nada más que
intentar encontrar el momento en que la cosa empezó a ir mal. Con Helena, no
recuerdo un solo momento en que pensase que nada fuera ni medio bien.
Éramos una pareja de ésas. O eso fue lo que todos nos
dijeron al terminar.
- Erais una pareja de ésas, ya sabes. Esas parejas a las que
les gusta discutir delante de los demás, crear situaciones incómodas, gritarse…
pero que luego hacen como si todo fuera bien, como si tuvieran algo especial y
fuesen capaces de llevar su relación a un límite que a los demás nos está vetado,
cuando en realidad son terriblemente miserables y solo queda esperar a ver
cuánto tiempo aguantan antes de destrozarse mutuamente.
Mientras formaba parte de una pareja de ésas, nadie me avisó
de que formaba parte de una de esas parejas. Quizás lo hubiera agradecido,
quizás les hubiera mandado a la mierda. En cualquier caso, hubiera estado bien
tener la opción.
Cuando Helena y yo rompimos, Carmen, para entonces ya esposa
de Rafa, negó cualquier responsabilidad a la hora de habernos juntado. Cuando
las cosas salen mal, las celestinas tienen la misma memoria débil de un
colaboracionista nazi.
Al entrar al ultramarinos me he encontrado a una mujer con un bebé en brazos al que, por la familiaridad con la que le trataba, debía de unirle algún tipo de parentesco. Cuanto menos, debían de frecuentarse a menudo, porque se les veía muy hechos el uno al otro. Mientras los tres (el niño, la señora y yo) hacíamos cola, la dependienta de origen asiático se ha interesado por la edad del bebé utilizando una expresión que dejaba claro lo muy integrada que estaba en nuestros usos verbales: - ¿Qué tiempo tiene?
A mí, esta forma de preguntar los años siempre me ha remitido más al tiempo que nos queda por delante que al que hemos consumido ya. Como si la dependienta estuviese preguntando, de una manera increíblemente cortés, eso sí, cuántos años de vida le quedaban al bebé.
Pero antes de que pudiera detenerme a pensar en mi morboso equívoco (¡oh, la mortalidad infantil, esa fuente de inagotable comedia!), la respuesta de la mujer me trastornó aún más:
- Pues no sé... ¿Cinco o seis meses? No debe de tener más, pero no te creas que lo tengo muy claro tampoco.
La cajera asiática y yo hemos cruzado nuestras miradas. Ambos estábamos bastante seguros de que podíamos estar asistiendo a un nuevo caso Madelaine, pero ni mi timidez ni sus buenos modales de tradición milenaria nos permitían decir nada: más vale un millón de niños robados que pasar un mal rato en la cola del súper.
Tengo un amigo que a menudo comenta que ser mujer, a día de
hoy, no debe ser nada fácil porque, según él, en el cerebro femenino se
enfrentan dos ideas irreconciliables: por un lado, la sociedad actual les dice
que han de ser mujeres independientes, liberadas sexualmente y más preocupadas
de desarrollar sus carreras profesionales o proyectos vitales que de encontrar una
pareja y formar una familia (como en su momento lo estuvieron la mayoría de
nuestras madres) aspirando, por tanto, a puestos y formas de vida que hasta hace pocos años
parecían reservadas para los hombres; por otro lado, ese constructo al que
hemos bautizado como “reloj biológico” y que no es otra cosa que el instinto
animal, presente en nosotros como lo está en las demás especies, les pide que
encuentren un macho, formen el nido y se reproduzcan.
“Y es por eso que van como locas”, suele concluir mi amigo
como colofón a esta teoría 100% suya, sobre la que yo no me he pronunciado y a
propósito de la cual le remitiré gustoso vuestras críticas.
Si hay algo de razón en sus palabras o no es algo que no sé
con certeza, pero lo que sí os puedo garantizar es que la vida de los hombres
actuales es igualmente complicada gracias a luchas similares que tienen lugar
en nuestras cabezas debido a los caminos opuestos que en ocasiones recorren el
instinto y la evolución social. Sin necesidad de entrar en temas tan espinosos
y trascendentales como los del primer párrafo, voy a poner como ejemplo algo
que se encuentra entre mis mayores temores en todo el Universo (muy por encima
de la hecatombe nuclear),
temor al que, por circunstancias de la vida, he tenido que enfrentarme muchas
más veces de las que quisiera hasta convertirme en un maestro en su dominio: la
charleta.
La charleta, o conversación trivial intrascendente con un
desconocido, es una realidad al que el adulto común no tiene que enfrentarse a
menudo, a no ser que su sitio favorito para socializar sean los velatorios (el
bar del tanatorio es el único after que
nunca cierra), se frecuenten clubes swinger
o se cambie mucho de trabajo, como ha sido mi caso. Cuando la charleta se desarrolla
dentro de un grupo siempre resulta menos tensa que cuando tiene lugar entre dos
personas solas, especialmente si las personas en cuestión son hombres, porque
por todos es conocida la maldición gitana que impide que dos varones adultos
que acaban de conocerse tengan una conversación medio sensata que no se reduzca
a clichés übermasculinos propios de
la mili.
Puesto que años de evolución social nos han permitido a los
hombres que aceptemos el uso de cremas faciales o que nos depilemos las
pelotas, pero no han conseguido ningún avance en nuestra capacidad comunicativa
con nuestros congéneres desconocidos, aquí recojo algunos highlights que me han resultado de gran ayuda:
1. Hablar de fútbol: Cuando dos hombres heterosexuales que
no se conocen se quedan a solas, hablarán de fútbol. No importa su edad, no
importa su condición social, no importa su ideología; cuando se produzca el
primer silencio incómodo, ante ambos resplandecerá el fútbol como ese tema de
conversación que acude al rescate del tedio que les provoca su mutua compañía. Por
no importar, ni siquiera importa que no se sepa absolutamente nada de fútbol. Es
más, el 90% de estas conversaciones se producen entre hombres que a duras penas
sabrían nombrar a cinco futbolistas que no jueguen en el Madrid o el Barça.
Y, tal y como sucede cuando se quiere destacar en cualquier
tema de conversación sobre el que no se tiene ni puta idea, es por eso que
muchos se aventuran a soltar boutades indefendibles
con las que fingirse en posesión de una verdad revelada fuera del alcance del resto de los mortales, tipo “Butragueño habría sido un gran mediocentro defensivo”,
“Iván Campo es un central de técnica
exquisita” o “Messi es muy bueno, pero Cristiano es mejor”. De hecho, si hasta
ahora tenía claro que el origen de la suplencia de Casillas en el Madrid se
encontraba en una vez que Mou se quedó encerrado en el ascensor con un
desconocido y, para quedar por encima del otro (ya sabéis cómo es Mou), no se
le ocurrió nada mejor que decir que el mejor portero del mundo en realidad no
era tan bueno, ahora sé que la otra persona presente en ese ascensor era
Ancelotti, que, obligado por la gentileza masculina de aceptar como verdadero
cualquier disparate de tu interlocutor, no tuvo más remedio que darle la razón.
Y de esos polvos, estos lodos.
2. Actuarás como si fueras un manitas y vivieras pegado a un
cinturón de herramientas: Si hay cualquier cosa (mueble, máquina o
electrodoméstico) rota en vuestro entorno, intentaréis arreglarla para llenar
vacíos de la conversación. Si no estás especialmente dotado para estas tareas,
te acercarás y, tras mirar fijamente al objeto roto (con suerte, en algún
momento tu mirada coincidirá con lo que sea que esté roto en él) dirás “si
tuviera aquí mi caja de herramientas…”. En el caso de que el objeto roto esté en
vuestro entorno, pero no tengáis potestad para arreglarlo y haya una tercera
persona haciéndolo, miraréis desde lejos, criticaréis la manera en que se desenvuelve y afirmaréis que vosotros lo haríais mucho mejor.
Lo importante es dejar la idea de que eres un genio de la
mecánica, lo que inevitablemente llevará a otro tema de conversación comodín en
el que no tener ni puta idea no será ningún problema: el motociclismo y la Fórmula
1 (único tema de los aquí expuestos al que no me rebajo a hablar a con NADIE,
lo que tradicionalmente ha generado desconfianza por parte de mis acompañantes
de charleta).
3. Utilizarás motes para referirte a tu compañero: Como
apenas acabáis de conoceros, es posible que te cueste recordar el nombre de la
persona que te acompaña. Es por eso que te referirás a él de las siguientes
maneras: ‘máquina’, ‘compi’, ‘rey’, ‘jefe’, ‘fiera’, ‘campeón’, ‘tigre’, ‘compae’, ‘artista’, ‘primo’ o, incluso, ‘champion’. Al ser todos motes de connotaciones
positivas, al utilizarlos, aliviaréis cualquier duda que el otro pueda albergar
acerca de cómo os sentís respecto a su compañía.
4. Evaluarás a cada mujer que pase por vuestro lado: Por lo
general, cuando estoy con mis amigos, con la gente con la que tengo confianza,
solo nos detenemos para hacer notar una presencia femenina cuando ésta
realmente destaca por encima de lo habitual: una chica realmente preciosa, de
culo especialmente perfecto o tetas paranormalmente gigantes.
Eso no sucede así cuando estás acompañado por otro hombre
con el que no tienes de nada de que hablar, sino que el miedo aterrador al
silencio incómodo os llevará a valorar a cada mujer que se encuentre en un
radio de cincuenta metros y a clasificarlas en dos grandes grupos: “me la
tiraría” y “no me la tiraría”. En ocasiones se podrá recurrir a un tercer
grupo, a veces bautizado “en un momento de apuro”, a veces bautizado “a las
seis de la mañana” o “para hacerle un favor”, en el que incluirás a esas
mujeres que, definitivamente, te tirarías, pero no quieres reconocerlo por
temor a que tu nuevo amigo se pueda llevar una mala imagen de ti.
En ocasiones, y para demostrar que tienes un fino sentido
del humor, dirás “a ésa sí que me la tiraría”, señalando de forma irónica a
alguna mujer de avanzada edad que, a ser posible, tenga alguna tara física,
como que le falte una pierna, esté calva o sufra de obesidad mórbida. Esta broma
se puede hacer cada dos horas y siempre funciona, a no ser que la mujer de
avanzada edad a la que le falta una pierna, está calva o sufre de obesidad
mórbida, sea familiar de vuestro interlocutor.
5. Hablarás mal de tu novia: No importa que tu vida fuese un
pozo negro sin fondo ni esperanza hasta que esa maravillosa mujer que es hoy tu
pareja acudió al rescate, cuando hables de ella con un varón desconocido
dejarás bien claro que, aunque la quieres, ES UNA PESADA. No importa en
absoluto que no sea así. No importa que seas tú quien de manera ultraposesiva
le pone cincuenta whassaps al día, lo
que transmitirás es que ella quien vive obsesionada por saber dónde estás. No importa
que te encante quedar con sus amigas y no puedas esperar a que llegue la noche
para ver a Estela, Fani y Piluca y te cuenten qué tal les fue el finde, tú
dirás “la pesada de mi novia me hace ir con sus amigas y me pierdo el Granada –
Betis”. No importa que seas tú quien insiste en ver Sálvame o ¿Quién quiere
casarse con mi hijo? mientras ella te suplica que pongáis una película de
Bergman, cuando al día siguiente comentes esos programas, dejarás bien claro
que fue ella quien te arrastró a verlos.
Expuestos estos cinco puntos que evidencian lo
increíblemente jodidos que están nuestros cerebros, solo puedo pediros, chicas,
que seáis comprensivas con nosotros. Ser un hombre es muy difícil.
Hace un par de semanas, después de bromear en twitter acerca
de que no me podía creer que fuese a cenar solo tras haber preparado unos
deliciosos filetes rusos acompañados de salmorejo, una ex me escribió el
siguiente mensaje: “He estado a punto de autoinvitarme a tu casa, pero he
tenido un problema con un mooncup”.
Después de buscar qué es mooncup
en google, surgieron en mi cabeza dos preguntas que transmití a mi ex: 1) “¿Tan
claro tenías que la cena iba a acabar pasando por esa parte de tu cuerpo?”; 2)
“¿Qué demonios hace un cáliz menstrual dentro de tu vagina?”
La primera pregunta respondía a que soy un hombre de
naturaleza pícara que sabe que, en la vida, hay pocas cosas tan placenteras y
decadentes como el sexo con una ex. O, dicho de otra manera, “si cuela, cuela”.
La segunda pregunta, por su parte, encontraba su razón de ser en que, como
tantos hombres, a pesar de haber tenido unas cuantas novias y de incluso haber
vivido con alguna de ellas, no tengo ni la menor idea de la regla ni de
cualquier cosa relacionada con ella.
Mi grado de desconocimiento no se me hizo evidente hasta que,
hace tres años, trabajando como profesor particular, tuve que hacerme cargo del
refuerzo de biología de un alumno de 3º de la E.S.O. al que daba otras materias
(alumno al que perdí para siempre cuando, al llegar al aparato digestivo, no se
me ocurrió nada mejor que contarle, a modo de anécdota para distender la clase,
que en el ano tenemos unas papilas gustativas poco desarrolladas que explican
por qué los pedos pueden escocer después de comer comida muy picante. Mi fiable
fuente de información para aventurarme a dar tal dato: una tira cómica de Mauro
Entrialgo). En cualquier caso, antes de tal debacle educativa y de que mi
alumno no pudiera estar conmigo sin parar de reírse a la vez que repetía en voz
baja “pedos…”, tuvimos que pasar por el aparato reproductor.
No puedo decir que estos días de clase fueran especialmente
cómodos para mí. Llamadme inmaduro, pero no me siento a gusto viendo fotos de
genitales y repitiendo sus nombres en voz alta con un chico de catorce años,
por mucho que sus padres me paguen por ello. Y si no me siento cómodo es porque,
si dejamos de lado los órganos externos (que no es que quiera presumir, pero no
conozco mal del todo), no tengo ni idea de qué demonios pasa ahí dentro. El interior
de vuestro cuerpo, al igual que el nuestro, es todo un enigma para mí.
Trompas de Falopio, cérvix, útero… en éstas estábamos cuando
llegamos a la menstruación. Si hasta entonces había conseguido disimular a
duras penas, llegados a este punto, era evidente que aquello que leía era nuevo
para mí. Fase folicular, fase lútea… Por no tener claro, no tenía claro ni que
el ciclo medio dura 28 días. No ha habido ni una sola vez en que, estando en
pareja, cuando mi chica me decía que le había bajado la regla, mi respuesta no
fuese “¿Ya? ¿Otra vez?”.
Volviendo a la conversación con mi ex, no sé cómo el tema
derivó en que, según ella me decía un tanto malhumorada, en cualquier caso, si había mooncup, no había manera de que hubiera
sexo, puesto que yo siempre me negaba a follar cuando ella tenía la regla. Y esta
acusación me ofendió sobremanera, puesto que, aunque no es que yo tenga ningún
tipo de filia por la menstruación, tampoco tengo ninguna fobia, sino que más
bien me sitúo en un área de gris indiferencia con respecto a ella en el que la
posibilidad del sexo es tan esperanzadora y hermosa como siempre y el hecho de
que se consume o no depende de la voluntad de la mujer.
¿Por qué podía pensar entonces mi ex que yo tenía problemas
a la hora de follar cuando ella tenía la regla? Bien, yo creo que la información
en este tema no fluye demasiado bien entre hombres y mujeres. Hay mucho
secretismo, algo de doble moral y poca comunicación.
Por un lado, a lo largo de los años, me he encontrado con
varias chicas que entendían que su manera de ver la cuestión no era una manera de ver la cuestión, sino la manera acertada. Esto es, que
pensaban que lo normal es que, si tienen la regla, quieran hacerlo igualmente,
porque lo contrario es de mojigatas, o, por el contrario, que querer hacerlo
teniéndola, es de cerdas. Y las posturas intransigentes no se limitan a estos
dos extremos, sino que abarcan todas las posibilidades, que son casi infinitas:
mujeres a las que hacerlo en los últimas días del periodo les parece perfecto,
pero durante los dos primeros les resulta una ofensa a los mismos dioses;
mujeres que convierten esa semana en una auténtica feria reivindicativa del
sexo anal en la que la felación pasa a estar proscrita; mujeres a las que les
encanta hacer mamadas o pajas durante esos días, pero vetan cualquier
aproximación a su zona genital bajo amenaza de muerte.
Y, ni que decir tiene, que cualquiera de estas opciones me
parece perfecta. Faltaría más. Lo que me sorprende, como digo, es lo mal
recibidas que han sido cualquiera de las alternativas por mis amantes y
exnovias, de manera que cuando alguna de ellas pronunciaba por primera vez en
nuestra relación las fatídicas palabras “me ha bajado la regla”, nunca sabía de
primeras lo que me quería decir exactamente, si esperaba que me diera igual o
era un aviso de que ese día no iba a pasar nada.
En fin, mujeres, en serio os digo que nos invitéis a un gran
bautismo de sangre en el que todos bebamos de ese cáliz siliconado llamado mooncup, porque si nos dejáis solos, nunca dejaremos de ser tardoadolescentes que se ríen de
pedos que pican.
“Espero que seáis muy felices durante el tiempo que estéis
juntos.”
Ésta fue la dedicatoria que escribí para los novios en una
boda a la que asistí recientemente.
Mi deseo, rodeado de parabienes tan bienintencionados como
manidos, escrito en un bonito libro de tamaño enciclopedia con tapas de piel y
fotos de la pareja en sus momentos cotidianos felices, situado en el centro de
la única página que encontré sin estrenar y al lado de otra con una fotografía
(seguramente la más hermosa de todas, por lo espontánea) donde ambos retozan en
el césped tumbados junto a su mascota, bien podría parecer la maldición
pasivo-agresiva de un sociópata desencantado con el amor (sin ser yo nada de
eso). En el mejor de los casos, soy consciente de que como elogio nupcial
resulta tan descafeinado como la condena que de un atentado terrorista pueda
hacer el brazo político afín.
Efectivamente, al descubrir mis palabras, y como si acabase
de perpetrar algún tipo de atentado contra el amor romántico, mi madre me pidió
explicaciones en un tono más severo que el que Rosa Díez emplearía ante un
miembro de Bildu que se acaba de comer la última porción de una pizza pagada a
escote. No entendía cómo podía ser tan insensible como para haber escrito algo
así.
Releí entonces la frase varias veces hasta darme cuenta de
que el problema era el “durante” que de alguna manera acotaba en el tiempo la
futura felicidad del nuevo matrimonio. No existe tabú más poderoso que el de la
finitud del amor. Ni siquiera el fin de la propia existencia está tan vetado en
el contexto social.
“Hasta que la muerte os separe”, les había dicho el cura un
par de horas antes, a una pareja joven que se reunía para celebrar su amor con
espíritu festivo. Y a nadie le pareció fuera lugar.
Evidentemente, por escasas que sean mis habilidades
sociales, hasta yo soy consciente de que mencionar el fin del amor en un
contexto así no resulta del todo apropiado, y si lo hice y acabé expresando el
lugar común que quisiera expresar de una manera tan torpe no fue porque tuviera
ningún mal deseo hacia los novios o les albergara el más mínimo rencor o
envidia, sino porque realmente me cuesta abstraerme de mi visión del amor como
algo temporal (especialmente si llevo un par de vinos encima).
Tras explicarle a mi madre mi falta de mala fe y valorar
brevemente con ella la posibilidad de usar tipex para subsanar mis desliz (otra
brillante idea fruto del vino que, por suerte, desechamos), ambos convinimos
que mi horrible caligrafía impediría que cualquier otro ser viviente pudiese
descifrar lo escrito con certeza. Superada la crisis, y tras intentar mandarme
a la cama castigado a mis casi treinta años, mi madre pidió un ron-cola y bailó
aliviada al ritmo de “Chiquilla”, de Seguridad Social.
Desde esa noche he pensado a menudo en que el ‘amor eterno’
es la gran mentira social de nuestro tiempo, por encima no solo de la ilusión
de inmortalidad, como ya mencionaba antes, sino también de otros grandes
engaños colectivos, como la existencia de Dios, la negación de la miseria y el
hambre en el mundo o los ictus de los
famosos.
Os invito a hacer la prueba en vuestro entorno. Cualquier
día que estéis cenando con vuestra familia o amigos, mientras esperáis al café
o al postre, mencionad que en unos años todos los presentes habréis muerto, lo
que significará que habréis dejado de existir, puesto que las posibilidades de
que exista algo parecido a un Dios son remotísimas vista la cantidad de gente
inocente en el mundo que sufre a niveles que nosotros ni siquiera podemos
concebir. Y una vez hayáis roto el hielo con esta animada declaración, mirad
fijamente a los ojos a vuestra madre y decirle que lo peor no es eso, que lo
peor es que, si su presentadora favorita lleva tres semanas sin presentar el
matinal no es porque se esté recuperando de un pequeño derrame, sino porque
ella solita ha consumido más cocaína que en la suma de cinco ediciones del
Primavera Sound juntas. Explicadle entonces a vuestra madre que, a partir de
ahora, siempre que ponga la tele después de comer, tendrá que vivir con LA
VERDAD.
Bien, pues una vez hagáis todo eso, comprobaréis como la
ruptura de cualquiera de esos tabús no es recibida con demasiado escándalo.
Acto seguido, decidle a vuestra pareja amiga que probablemente dentro de unos
meses (si no menos) habrán roto y se odiarán a muerte, o haced ver a vuestros
padres que si siguen juntos es más por costumbre y comodidad que otra cosa.
Poned en duda el amor eterno, y veréis lo poco que tardáis en quedaros solos
con la cuenta.
En esta línea de pensamiento me encontraba yo esta semana,
cuando recordé Algo contigo, de Los
Panchos, una canción que siempre me ha fascinado y que ahora valoro
especialmente, porque si ha habido un arte que ha ayudado a perpetuar LA GRAN
MENTIRA, es la música popular. Frente a tantas canciones que insisten en
presentar la eternidad como una única expresión sincera y pura del amor
romántico, resulta maravilloso encontrarse con una que trata no solo el
enamoramiento, sino también el deseo, de manera tan sensata y realista.
Cierto es que la canción acaba derivando hacia terrenos algo
posesivos que de algún modo desvirtúan el enfoque inicial (“Necesito controlar
tu vida, saber quién te besa y quién te abriga.”), pero que, para mí, son
igualmente honestos en lo que a la manera de vivir el amor se refiere
(desconfiad de aquella gente que afirma no ser nada celosa, ¡ja!) y que líricamente
quedan del todo compensados al usar más tarde una expresión tan genial como
“aunque pueda parecerte un desatino”.
Pero por encima de ese posible pequeño inconveniente, Algo contigo no solo tiene el
ingrediente clásico que toda canción de amor necesita para ser grande, es
decir, el hecho de expresar algo prohibido (en este caso por la amistad que une
al interlocutor con la amada), sino que además lo enmarca en una eventualidad
subrayada no solo por la mención a la muerte (“no quisiera yo morirme…”), sino
también por ese algo indefinido, intangible, tan terrenal
como hermoso, tan finito como necesario, tan leve como trascendental.
El amante de la canción no solo no pide demasiado, sino que
pide algo que sabe que acabará, y que seguramente acabará como suelen acabar
estas cosas, es decir, mal. Y aun así, aun sabiendo que el dolor de la pérdida
será mil veces peor que el del desamor (siempre lo es), siente la necesidad de
estar con su amada, porque la posibilidad de dejar de existir sin haberla
tenido en sus brazos le-lleva-loco. Y, básicamente, eso es el amor: desear algo
que sabes que acabará y que te hará sufrir, pero desearlo y perseguirlo, porque podríamos morir en cualquier
momento y no hay nada peor que no haber tenido siquiera la oportunidad de lamentarse.
¿Qué es la eternidad comparada con tener algo (lo que sea)
contigo?