martes, 16 de septiembre de 2014

Los que empezamos en negativo.


Los diarios generalistas españoles se han llenado estos días de loas a Emilio Botín e Isidoro Álvarez tras la muerte de ambos. Dejando de lado otras valoraciones no menos cuestionables que se hicieron de ellos (patriotas, solidarios, genios de la estrategia empresarial, etc.) y que también despertaron en muchos otros lectores la misma sensación de rabia e indignación que provocaron en mí, detengámonos primero en la perplejidad que provoca ver que los distintos medios no paren de describir a los dos empresarios fallecidos como hombres-hechos-a-sí-mismos.

Ya con la muerte del primero me resultó sorprendente que se dijera que había empezado desde cero, puesto que la actividad a la que dedicó su vida fue a la banca y era bisnieto, nieto, hijo y sobrino de banqueros. Este dato, que tampoco se ocultaba en ningún artículo (de hecho, se repetía en todos como si de una oración mortuoria se tratase), creo que resulta bastante incompatible con lo de empezar de cero. Quiero decir, si habiendo sido bisnieto, nieto, hijo y sobrino de banquero hubiera montado un imperio de fontanería, pues igual podría compartir lo del comienzo desde la nada, perola verdad es que no lo veo.

Cuatro días después, con la muerte de Isidoro Álvarez, también pude leer numerosos artículos en los que se nos explicaba cómo había empezado desde abajo en El Corte Inglés. Dos líneas después, se nos explicaba que era el sobrino del dueño y fundador de la empresa y que fue nombrado consejero con tan solo veinticuatro años. Imagino que a la hora de dar el puesto se estuvo dudando hasta el último momento entre él y otros candidatos que no compartían parentesco.

Bien, pues como decía, después de indignarme un ratito, ya con la cabeza fría, pensé que el cero en realidad es una cantidad muy subjetiva, que la nada está sujeta a matices. Ejemplo de ello es las diferentes realidades que simboliza el cero según se utilice en la escala Celsius de temperatura o en la Kelvin. Si en la primera el cero se corresponde con el punto de congelación del agua, en la segunda el cero representa el ceroabsoluto, la temperatura teórica más baja posible, a partir de la cual las partículas de un cuerpo carecen de cualquier movimiento. El cero en la escala Kelvin equivale a -273’15 grados centígrados.

Como digo, las escalas responden a diferentes lógicas internas y todas pueden ser igualmente válidas. Eso sí, si aceptamos que Botín e Isidoro Álvarez empezaron desde cero (que, oye, ¿por qué no?), habrá que buscar una nueva expresión para referirnos al lugar desde el que empezamos tantos otros; habremos de convenir que los demás empezamos en negativo.

De hecho, ahora que lo pienso, me parece una manera mucho más acertada de expresarlo, porque mientras ellos y otros de su línea empezaron en las cómodas temperaturas de la escala Celsius, el resto nos movemos en la gelidez de la otra escala, arrastrando los carámbanos de las cuentas en negativo, cada vez más próximos al cero absoluto. Un concepto que a ellos, por remoto, les resulta tan incomprensible como pudiera parecérselo a un estudiante que se ofusca con la física.

martes, 9 de septiembre de 2014

Bojan Krkic, los grupos emergentes y las fases de crecimiento.


Los futboleros le recordarán, pero incluso entre ellos habrá quien le haya perdido la pista; los no aficionados, sin embargo, es muy posible que no sepan de quién estoy hablando, a pesar de que durante un par de años fue la próxima gran estrella del fútbol español.

Bojan Krkic debutó en Primera División en septiembre de 2007, con diecisiete años recién cumplidos, en el Barcelona crepuscular de Ronaldinho, Deco y Eto’o. Con el equipo entrenado por Rijkaard en plena descomposición, su buen desempeño en sus primeros partidos fue uno de los pocos estímulos ilusionantes que la afición azulgrana recibió en toda la temporada. La euforia fue tal que apenas se habló de él como una sólida promesa de buen jugador, sino que enseguida fue elevado a la máxima categoría de las futuras estrellas mundiales, circunstancia a la que sin duda contribuyó también el pesimismo reinante ante la selección española dirigida por Luis Aragonés, que venía de ser eliminada en octavos en el Mundial de 2006, a la que se había dejado de llamar a Raúl y que no estaba haciendo una fase de clasificación especialmente brillante para la siguiente Eurocopa. Siempre falto de gol, el equipo al que pronto se empezaría a llamar La Roja (o, más bien, sus aficionados) parecía haber encontrado en Bojan a un delantero de unidad nacional que nos guiaría hacia el éxito, o nos ilusionaría por encima de nuestras posibilidades una vez más.

El caso es que, contra todo pronóstico, se acabó ganando la Eurocopa de 2008, a la que Bojan había renunciado a ir a pesar de ser convocado, con un fútbol brillante del que los centrocampistas eran la máxima expresión y los máximos responsables (ergo, los delanteros pasaron a estar un poco out; algo así como “ser delantero es tan 2005…”).
Los motivos de la renuncia de Bojan nunca quedaron del todo claros. Es posible que un chico tan joven realmente necesitase un par de meses de relax para digerir todo lo que le había pasado. También es posible que el chaval fuese un poco crecidito y no quisiera quemarse siendo partícipe de un grupo al que todo el mundo auguraba una hostia monumental. Lo que sí que tengo claro es que poner a alguien tan joven en la posición de tomar una decisión que marcaría para siempre su futuro profesional puede ser demasiado y que quizás no debiera estar permitido convocar a un menor de edad para una competición de tan alto nivel y tan mediatizada.

Ya bajo las órdenes de Guardiola, Bojan jugó tres temporadas más en el Barcelona en las que, a pesar de tener unos cuantos meses buenos en la primera, su estrella se fue apagando poco a poco. Empezó entonces su peregrinaje por varios equipos europeos, en ninguno de los cuales se llegó a asentar, quedando cada vez más claro que aquella promesa de gran futbolista nunca se haría realidad.


Una vez hecha esta introducción destinada a explicar quién es Bojan a aquellos que no lo supieran (y que posiblemente solo haya interesado a quienes ya lo conocían), diré que con frecuencia me acuerdo del ya no tan joven delantero cuando veo el hype que se genera en torno a algún grupo emergente, no porque espere que sus carreras se acaben desinflando como le pasó a la del futbolista, sino porque me hace pensar en los riesgos que conlleva generar unas expectativas desmesuradas.

Que te hagan pensar que eres mejor de lo que eres resulta dañino en todas las etapas de la vida, pero puede serlo mucho más cuando se produce en etapas formativas. En el pop (entendido como fenómeno de música popular juvenil, no como género) conviven como en pocas disciplinas la inseguridad y la arrogancia tan propias de la postadolescencia. De hecho, parte fundamental de su encanto reside en la combinación de ambos ingredientes, que si en el caso de un futbolista ha de ser lo suficientemente equilibrada como para no convertirlo en un cretino, en el caso de los grupos, ahora que incluso los más exitosos están lejos de ser celebridades, habrá de serlo para evitar, cuando menos, que las canciones resultantes sean peores de lo que pudieran haber sido.

A la hora de formar un grupo, de empezar a hacer música, no hay nada más difícil que encontrar tu propia voz. Sucede igual a la hora de afrontar cualquier otra labor creativa, puesto que todas desembocan, a mi juicio, en dos preguntas fundamentales: ¿quién soy?, y ¿cómo lo expreso a través de la pintura, la escritura, la cocina…?

A los Rusos nos llevó años, no ya encontrar nuestra propia voz (tarea que debe ser constante), sino delimitar siquiera los terrenos en los que la buscaríamos. Durante ese tiempo transitamos por todas las etapas por las que pasa un grupo que intenta encontrar su sitio: las letras oscuro-tremendistas, los plagios indisimulados (aún menos disimulados que los que podamos hacer hoy), el creernos a la última por imitar una tendencia llegada desde EE UU hace dos años, las versiones de Joy Division, el ukelele… Tocábamos y tocábamos, solo venían a vernos los mismos de siempre (cuando los mismos de siempre éramos menos que ahora) y recibíamos menos atención de la que creíamos merecer.

Mis pantalones rojos dejan claro cómo de confusos pueden ser los primeros pasos de un grupo.

Es posible que los demás grupos de nuestra generación con los que tocamos por aquella época (Cosmen Adelaida, Ingeniero Alemanes, Hazte Lapón, Solletico…) la recuerden de manera similar, con la sensación muy presente de que no estábamos teniendo la repercusión debida. Entonces no existían ni la mitad de blogs dedicados al pop underground que pueden existir ahora, ni tantas iniciativas activas a la hora de montar conciertos (cuando todos esos grupos empezamos ni siquiera existía La Fonoteca). Y, sin embargo, a día de hoy creo que el que no se hablase de nosotros tan pronto nos benefició a todos esos grupos.

Nada más lejos de mi intención que mis palabras sean un reproche para aquellos grupos que cosechan elogios al poco tiempo de aparecer. Primero, porque nadie es responsable de la calidad de las alabanzas y de las críticas que recibe. Y segundo, porque a nadie le amarga un dulce, nadie escarmienta en cabeza ajena y yo en su lugar las hubiera recibido con el mismo orgullo.

Solo digo que un grupo que empieza es un ecosistema muy delicado para el que puede resultar igualmente perjudicial una sequía de apoyos que una inundación de halagos. Y por eso, cada vez que veo que se forma un hype  en torno a uno que da sus primeros pasos, por ilusionantes que estos puedan ser, me acuerdo de Bojan y pienso si el entusiasmo desmedido no nos privará de un futuro de grandes canciones.

Dicho lo cual, por mucho que hubiera que evitar que Marruecos le convocase primero, me preocupa la sobreexposición de Munir.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo: Valoraciones sobre el último disco de Morrissey y su próxima visita.


Acabo de comprar mi entrada para el concierto de Morrissey y, tal y como me pasaba con una chica con la que solía quedar hace unos años y que siempre anulaba nuestras citas hasta en tres o cuatro ocasiones hasta que finalmente nos veíamos, más que emocionado, me siento inquieto ante la posible decepción.

Pocas mujeres han despertado en mí un nivel de deseo irracional tan elevado como el que despertaba Clara. Desde la primera vez en que la vi me sentí absoluta e incontrolablemente atraído por ella, atracción que no hizo más que aumentar en las siguientes ocasiones en que nos cruzamos, a pesar de que en ninguna de ellas llegáramos a intercambiar palabra.

Cuando por fin llegó el día en que coincidimos en condiciones favorables (esto es, sin estar su novio presente y yendo yo lo suficientemente borracho como para olvidar mi timidez en el lavabo), empezamos a hablar y nos caímos simpáticos. Esa noche nos acostamos y mi eyaculación fue tan rápida que hubiera podido desafiar a Usain Bolt en una final olímpica. Creo que nunca en mi vida he durado menos. Y eso que iba ciego como una rata. Tal era el grado de deseo que sentía por Clara.

Durante los meses siguientes quedamos con cierta frecuencia, aunque, como he dicho, ella siempre posponía el encuentro en tres o cuatro ocasiones hasta que finalmente nos veíamos, un par de semanas después de la fecha prevista. A lo largo de esas citas comprobé que, si bien el grado de atracción que sentía por ella no había disminuido en lo más mínimo, no podía decir lo mismo de mi simpatía, no solo por los continuos plantones, sino porque, tal y como me habían adelantado algunos amigos que ya la conocían, Clara estaba bastante lejos de ser una buena persona.

Así, la fascinación inicial dio lugar al descubrimiento de una persona egocéntrica y banal que cuando quería ser ingeniosa se mostraba más bien maleducada y se comportaba de manera terriblemente desconsiderada en sus relaciones con los demás. A pesar de lo cual… la seguía deseando de manera enfermiza. Bien, pues algo así es lo que me pasa con el Morrissey actual.

56 eurazos de entrada. ¡Toma mandarina!

Creedme que no exagero si os digo que descubrir a los Smiths me cambió la vida. De hecho, sé que todos aquellos que también los descubristeis en vuestra adolescencia sabéis perfectamente de lo que hablo y compartís el mismo sentimiento.

No quiero extenderme demasiado en los efectos que ese primer contacto produjo en mí, puesto que se trata de una historia que se ha sido contada un millón de veces por un millón de personas distintas, pero con muy pocas diferencias entre los distintos relatos (paradójicamente, The Smiths terminan por tener un efecto homogeneizador sobre aquellos que nos acercamos a ellos por sentirnos diferentes, aspecto que encuentra su mejor metáfora visual en los clones de Morrissey que aparecen en el videoclip de Stop Me  If You Think That You’veHeard This One Before). Y si la historia les puede parecer redundante a aquellos que la han vivido en carne propia, me temo que para aquellos que no, resultará del todo incomprensible.

Y no es que The Smiths sean la única vía posible a través de la cual vivir ese rito iniciático que para otros pueden haber pilotado cualquier otro músico, escritor o cineasta, pero, sinceramente, creo que pocos pueden resultar tan atractivos para alguien que se encuentra en una etapa de búsqueda personal y siente que no encaja con lo convencional.
Por resumir mucho aquello en lo que estoy intentando no extender, descubrir a los Smiths ampliaba tu mundo, te hacía ser conocedor de un secreto compartido, casi de una verdad revelada. Te hacía sentir especial.

Poco después de mi revelación y tras haberme fundido todos sus discos, cuyas letras podía recitar de memoria, empecé a investigar la carrera de Morrissey en solitario. En ella, resultaba imposible no añorar la guitarra de Johnny Marr (hay creadores que están condenados a trabajar juntos si quieren dar lo mejor de sí mismos; ninguno de los dos volvería nunca a brillar como lo hicieron cuando colaboraban), pero seguía teniendo canciones brillantes. Además, poco después editó el You Are the Quarry después de siete años de silencio, que a día de hoy me sigue pareciendo un discazo.

En definitiva, la fascinación que yo sentía por Morrissey en aquella época no me alejaría demasiado de cualquier gemelier o belieber actual.


Sin embargo, los discos siguientes resultaron cada vez más pobres (aunque hace poco he recuperado el Rigleader of the Tormentors hay cositas…) hasta llegar al último, World Peace Is None of Your Business, que me parece lo peor que ha publicado nunca. Desde mi punto de vista, apenas hay dos canciones que se salven en él, y no porque sean buenas, sino porque podrían ir en un recopilatorio de caras B.

El problema lo encuentro no solo en el apartado musical, situación que ya se ha repetido en otros momentos de su carrera en solitario, donde Morrissey ha terminado por rodearse de músicos efectivos pero no brillantes y que, me da la sensación, deben mostrarse bastante complacientes con los caprichos de la estrella (nada de raro hay en que no quieran arriesgar su principal fuente de ingresos haciéndole notar que una melodía es pobre o una letra poco trabajada a alguien célebre por sus rabietas). Para mi sorpresa, es en el apartado lírico donde el disco más me ha decepcionado. La antigua brillantez de Morrissey se ve aquí reducida a una sucesión de ingeniosos eslóganes en los títulos de las canciones que en ningún caso terminan por ofrecer lo que anuncian (por ejemplo, su proclama abstencionista – “each time you vote, you support the process – en la canción titular, parece propia de un niño de quince años que acaba de descubrir la política).

A todo esto, hay que sumar que su personaje (que probablemente haya devorado a su persona, y este no es un chiste sobre gordura), cuyas excentricidades podían resultar divertidas años atrás, se ha vuelto del todo insoportable. La sucesión de noticias de los últimos meses hace que el nivel de vergüenza pública que tenemos que soportar sus fans solo sea igualable al que tuvieron que sufrir los hinchas del Madrid cuando Floren y Aznar se abrazaron por la consecución de la décima: anulación de conciertos por motivos caprichosos, declaraciones faltonas contra cualquier otro artista, amenaza de no publicar su autobiografía para que Penguin la incluyera en su colección de clásicos, expulsión de la gira con escarnio público a su telonera, abandono dela discográfica pocos meses después de haber fichado…

Bien, pues expuestas todas las razones por las que sus fans deberíamos haber tirado la toalla con Morrissey, me es imposible despreciarle como me era imposible despreciar a Clara. Por mucho que mis amigos no lo entendieran, al igual que los detractores de Morrissey tampoco lo puedan comprender, el ser conscientes de todos estos aspectos negativos no nos impide ver a un ser vulnerable e inseguro que en el fondo solo busca afecto de manera desesperada, con toda la belleza y ternura que de ello se desprende.

Pero sobre todo, ninguna de sus imperfecciones puede apagar la llama del deseo de aquel primer descubrimiento y que en la noche del 9 de octubre intentaremos reavivar, por improbable que parezca.