jueves, 4 de septiembre de 2014

Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo: Valoraciones sobre el último disco de Morrissey y su próxima visita.


Acabo de comprar mi entrada para el concierto de Morrissey y, tal y como me pasaba con una chica con la que solía quedar hace unos años y que siempre anulaba nuestras citas hasta en tres o cuatro ocasiones hasta que finalmente nos veíamos, más que emocionado, me siento inquieto ante la posible decepción.

Pocas mujeres han despertado en mí un nivel de deseo irracional tan elevado como el que despertaba Clara. Desde la primera vez en que la vi me sentí absoluta e incontrolablemente atraído por ella, atracción que no hizo más que aumentar en las siguientes ocasiones en que nos cruzamos, a pesar de que en ninguna de ellas llegáramos a intercambiar palabra.

Cuando por fin llegó el día en que coincidimos en condiciones favorables (esto es, sin estar su novio presente y yendo yo lo suficientemente borracho como para olvidar mi timidez en el lavabo), empezamos a hablar y nos caímos simpáticos. Esa noche nos acostamos y mi eyaculación fue tan rápida que hubiera podido desafiar a Usain Bolt en una final olímpica. Creo que nunca en mi vida he durado menos. Y eso que iba ciego como una rata. Tal era el grado de deseo que sentía por Clara.

Durante los meses siguientes quedamos con cierta frecuencia, aunque, como he dicho, ella siempre posponía el encuentro en tres o cuatro ocasiones hasta que finalmente nos veíamos, un par de semanas después de la fecha prevista. A lo largo de esas citas comprobé que, si bien el grado de atracción que sentía por ella no había disminuido en lo más mínimo, no podía decir lo mismo de mi simpatía, no solo por los continuos plantones, sino porque, tal y como me habían adelantado algunos amigos que ya la conocían, Clara estaba bastante lejos de ser una buena persona.

Así, la fascinación inicial dio lugar al descubrimiento de una persona egocéntrica y banal que cuando quería ser ingeniosa se mostraba más bien maleducada y se comportaba de manera terriblemente desconsiderada en sus relaciones con los demás. A pesar de lo cual… la seguía deseando de manera enfermiza. Bien, pues algo así es lo que me pasa con el Morrissey actual.

56 eurazos de entrada. ¡Toma mandarina!

Creedme que no exagero si os digo que descubrir a los Smiths me cambió la vida. De hecho, sé que todos aquellos que también los descubristeis en vuestra adolescencia sabéis perfectamente de lo que hablo y compartís el mismo sentimiento.

No quiero extenderme demasiado en los efectos que ese primer contacto produjo en mí, puesto que se trata de una historia que se ha sido contada un millón de veces por un millón de personas distintas, pero con muy pocas diferencias entre los distintos relatos (paradójicamente, The Smiths terminan por tener un efecto homogeneizador sobre aquellos que nos acercamos a ellos por sentirnos diferentes, aspecto que encuentra su mejor metáfora visual en los clones de Morrissey que aparecen en el videoclip de Stop Me  If You Think That You’veHeard This One Before). Y si la historia les puede parecer redundante a aquellos que la han vivido en carne propia, me temo que para aquellos que no, resultará del todo incomprensible.

Y no es que The Smiths sean la única vía posible a través de la cual vivir ese rito iniciático que para otros pueden haber pilotado cualquier otro músico, escritor o cineasta, pero, sinceramente, creo que pocos pueden resultar tan atractivos para alguien que se encuentra en una etapa de búsqueda personal y siente que no encaja con lo convencional.
Por resumir mucho aquello en lo que estoy intentando no extender, descubrir a los Smiths ampliaba tu mundo, te hacía ser conocedor de un secreto compartido, casi de una verdad revelada. Te hacía sentir especial.

Poco después de mi revelación y tras haberme fundido todos sus discos, cuyas letras podía recitar de memoria, empecé a investigar la carrera de Morrissey en solitario. En ella, resultaba imposible no añorar la guitarra de Johnny Marr (hay creadores que están condenados a trabajar juntos si quieren dar lo mejor de sí mismos; ninguno de los dos volvería nunca a brillar como lo hicieron cuando colaboraban), pero seguía teniendo canciones brillantes. Además, poco después editó el You Are the Quarry después de siete años de silencio, que a día de hoy me sigue pareciendo un discazo.

En definitiva, la fascinación que yo sentía por Morrissey en aquella época no me alejaría demasiado de cualquier gemelier o belieber actual.


Sin embargo, los discos siguientes resultaron cada vez más pobres (aunque hace poco he recuperado el Rigleader of the Tormentors hay cositas…) hasta llegar al último, World Peace Is None of Your Business, que me parece lo peor que ha publicado nunca. Desde mi punto de vista, apenas hay dos canciones que se salven en él, y no porque sean buenas, sino porque podrían ir en un recopilatorio de caras B.

El problema lo encuentro no solo en el apartado musical, situación que ya se ha repetido en otros momentos de su carrera en solitario, donde Morrissey ha terminado por rodearse de músicos efectivos pero no brillantes y que, me da la sensación, deben mostrarse bastante complacientes con los caprichos de la estrella (nada de raro hay en que no quieran arriesgar su principal fuente de ingresos haciéndole notar que una melodía es pobre o una letra poco trabajada a alguien célebre por sus rabietas). Para mi sorpresa, es en el apartado lírico donde el disco más me ha decepcionado. La antigua brillantez de Morrissey se ve aquí reducida a una sucesión de ingeniosos eslóganes en los títulos de las canciones que en ningún caso terminan por ofrecer lo que anuncian (por ejemplo, su proclama abstencionista – “each time you vote, you support the process – en la canción titular, parece propia de un niño de quince años que acaba de descubrir la política).

A todo esto, hay que sumar que su personaje (que probablemente haya devorado a su persona, y este no es un chiste sobre gordura), cuyas excentricidades podían resultar divertidas años atrás, se ha vuelto del todo insoportable. La sucesión de noticias de los últimos meses hace que el nivel de vergüenza pública que tenemos que soportar sus fans solo sea igualable al que tuvieron que sufrir los hinchas del Madrid cuando Floren y Aznar se abrazaron por la consecución de la décima: anulación de conciertos por motivos caprichosos, declaraciones faltonas contra cualquier otro artista, amenaza de no publicar su autobiografía para que Penguin la incluyera en su colección de clásicos, expulsión de la gira con escarnio público a su telonera, abandono dela discográfica pocos meses después de haber fichado…

Bien, pues expuestas todas las razones por las que sus fans deberíamos haber tirado la toalla con Morrissey, me es imposible despreciarle como me era imposible despreciar a Clara. Por mucho que mis amigos no lo entendieran, al igual que los detractores de Morrissey tampoco lo puedan comprender, el ser conscientes de todos estos aspectos negativos no nos impide ver a un ser vulnerable e inseguro que en el fondo solo busca afecto de manera desesperada, con toda la belleza y ternura que de ello se desprende.

Pero sobre todo, ninguna de sus imperfecciones puede apagar la llama del deseo de aquel primer descubrimiento y que en la noche del 9 de octubre intentaremos reavivar, por improbable que parezca.

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