lunes, 13 de enero de 2014

El amor me pilló por sorpresa.

 
El amor me pilló por sorpresa, abrazado a ella, como habíamos despertado tantas mañanas. Puede que llevara tiempo anunciando su llegada, pero, al igual que sucede con algunas visitas que invariablemente siempre llegan tarde, decidiese que la mejor forma de hacer tiempo era seguir con mi vida. O puede que llevase meses parado en mi puerta y yo no me decidiese a abrir.
El caso es que yo ya no esperaba al amor. No hay nada más patético y a la vez más hermoso que un enfermo terminal que no pierde la esperanza. Y yo puedo haber sido patético muchas veces, pero bien sabe Dios que en mi vida he sido hermoso. Y por eso hacía tiempo que había dejado de esperar nada del amor.
Y aun así, llegó una mañana, de improviso, mientras ella aún dormía y mi estómago empezaba a fantasear con el desayuno.
Pensaba al mismo tiempo (creo que esto lo pensaba con la cabeza, que es una parte del cuerpo, en principio, más racional que el estómago, pero mucho menos fiable) en cómo no lo había visto antes. Pensaba en que es posible que el amor sea la relación que se establece entre el culo de una persona obesa y el cojín de un viejo sofá. Solo que todavía hoy no tengo claro si en la metáfora yo era el cojín, por fin rendido al hueco que el obeso culo había cavado en él, o el culo orondo que tras haber probado muchos asientos solo encuentra descanso y paz sobre cierto cojín de un sofá viejo.
En estas cosas pensaba cuando ella se despertó. Me gustaría decir que todo fue bien a partir de aquí.

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