domingo, 11 de enero de 2015

Agua pasada. Pintura rupestre. Cicatriz.

Hace unas semanas me encontré con la siguiente foto en internet y me fascinó:


Agua pasada.


Para aquellos que no sepáis inglés, se trata de una captura correspondiente al hilo de comentarios de alguna página, imagino que a Youtube. Un chico comenta, a propósito de la canción compartida: “me hicieron mi primera mamada mientras sonaba esta canción”; a lo que alguien responde “hice mi primera mamada mientras sonaba esta canción… JOHN?”.

“Wow. Vaya… esto es incómodo. Así que… cómo te va, Alice?”, responde el chico, a lo que la posible Alice contesta: “Más de lo mismo… chupándosela a tíos mientras suenan canciones… tengo un hijo ahora”.

Si la historia es verdad, me parece el mejor comienzo posible que hoy en día se puede escribir para una comedia romántica, aunque también es muy probable que pueda ser un fake, o que simplemente dos desconocidos se hayan seguido el juego (GENIOS, si es así). En cualquier caso, me produjo, al mismo tiempo, una gracia y ternura enormes, y a la vez me hizo pensar en un par de cosas.

Pintura rupestre.


Por un lado, resulta curioso pensar cómo los que creemos los momentos trascendentales de nuestra vida en realidad los compartimos con absolutos desconocidos. Esta hipótesis podría resultar ventajista si os dijese que pensaseis en qué sabéis a día de hoy de aquella persona con la que os disteis el primer beso, de aquella con la que perdisteis la virginidad o que se convirtió en vuestro primer novio o novia. En muchos casos, incluso vuestros mejores amigos, aquellos de los que parecíais inseparables, con los que jugasteis al fútbol por primera vez, visteis las primeras pelis porno, compartisteis el primer viaje al extranjero, os bebisteis las primeras cervezas y fumasteis vuestros primeros porros, hoy se han convertido en extraños con los que apenas tenéis nada en común, a los que llamáis por teléfono una vez al mes para preguntaros “¿qué tal todo?” para responder “bien” con independencia de lo poco o nada que ese adverbio se adecúe a vuestro momento vital. Una vez al año (dos o tres, si hay alguna boda de por medio) os reunís, y antes de que llegue el segundo ya estáis rememorando anécdotas para no morir de sopor.

Pero, como digo, mi propuesta de que los ritos iniciáticos de nuestra vida los compartimos con desconocidos resulta bastante obvia si la reducimos a la infancia, puesto que está claro que todos crecemos y evolucionamos bastante desde entonces. Pero es algo que no se circunscribe solo a la niñez. También en la vida adulta, amistades inquebrantables se rompen (o, simplemente, se distancian) provocando que aquellas personas con las que compartisteis todos y cada uno de los fines de semana de tu vida desde los veinte hasta los treinta pase a ser poco más que un recuerdo borroso de una persona que ya no existe.

Desde luego, que esta misma situación también se repite continuamente en el ámbito laboral. Si bien es posible que con nuestros compañeros de trabajo apenas compartamos ningún momento trascendental de nuestra existencia, también es cierto que son las personas con las que más tiempo pasamos, muy por encima de nuestros padres, parejas, hijos o demás seres queridos (sé que resulta jodido pensarlo, pero es ASÍ). Luego hay grados y grados, porque hay trabajos que requieren una interacción directa con el compañero mucho mayor que otros. No es lo mismo ser el informático o la recepcionista de una empresa, que trabajar en una tienda pequeña, como es mi caso, en la que la mayor parte del día la pasas con una persona a la que si mañana cambiase de trabajo es muy posible que jamás vuelvas a ver.

Y en lo relativo al amor, todos conoceréis casos de parejas que después de muchos años de relación rompen y no vuelven a saber nada el uno del otro (me refiero a relaciones ya en la adultez, no al típico noviazgo de instituto). Puede que aquella persona con la que tuviste hijos (y es difícil convenir un momento más trascendental que ese) acabe siendo para ti alguien no más cercano que el panadero o el vecino del quinto. Puede, incluso, que tus propios hijos o tus propios padres acaben siendo los extraños.

Todo esto me llevó también a pensar en la excesiva importancia que en ocasiones le damos a las primeras veces, cuando las realmente trascendentales son las últimas. Poco peso tendrá en tu vida la primera persona a la que te follaste en comparación con la última a la que lo harás; los amigos con quienes te tomaste tus primeras copas en comparación con los que tomarás las últimas; las personas con las que primero compartiste tu vida adulta a aquellas con las que la terminarás.

Cicatriz.


Con frecuencia pienso en el amor en particular, y en las relaciones humanas en general, como una cicatriz. Me refiero a que la capacidad humana para recuperarse del dolor y seguir adelante me parece increíble. Los ejemplos que antes mencionaba deberían resultar descorazonadores por sí mismos, darnos ganas de hundirnos en la cama y no salir de ella nunca más, y a pesar de ello, cada día salimos a la calle en busca de nuevos amores y amistades que el tiempo terminará por borrar.

Esa capacidad de recuperación me parece, al mismo tiempo, infinitamente bella e infinitamente triste, porque subraya sobremanera que todos somos contingentes, que (casi) ninguna ausencia es tan terrible como para matar por sí misma. Es infinitamente bello e infinitamente triste que una madre pueda sobreponerse a la muerte de un hijo, que alguien pueda superar la muerte del ser amado.

El amor perdido termina por convertirse en agua pasada, en pintura rupestre. En una cicatriz donde solía haber una herida que, peor o mejor curada, ya no sangra; que, si acaso, molesta en las tardes de frío y en los cambios de tiempo, pero que, aun con menos ligereza que la que acostumbrábamos, no nos impide seguir adelante.

Yo por ti seré agua pasasa, yo ti por seré pintura rupestre.

4 comentarios:

  1. Leo tu blog desde hace tiempo y cada vez que en facebook me aparece que has publicado algo nuevo me lleno de felicidad. Me fascina leer cada palabra que escribes. Espero que no dejes de hacerlo.

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  2. Muy buena reflexión, infinitamente bella (e infinitamente triste).

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  3. Manu, sigo este blog desde que lo abriste porque me encanta y apenas entro aquí a comentar, pero concretamente esta entrada me parece la mejor que has hecho (me gustó mucho también el de la chica francesa de "Todo esto es tan teenager", jeje).
    Hay cosas de las que apenas se habla por miedo a que la vida, el día a día, se nuble y todo parezca tener menos sentido. Enhorabuena por el texto.

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  4. Genial blog, genial entrada y genial canción. Gracias por escribir.

    Saludos :)

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