Me imagino que todos habréis leído o, cuanto menos, oído
hablar de las declaraciones de Michael Douglas en las que culpaba a la práctica
reiterada del cunnilingus de su cáncer de garganta (por cierto, que en los
titulares solía aparecer en singular, "Michael Douglas culpa al cunnilingus", pero imagino que no culpa a un cunnilingus concreto, sino a la suma
de varios). Como sabéis, estas palabras derivaron en una considerable polémica,
que, por un lado entiendo a la perfección, y por otro me parece bastante
excesiva.
Me parece excesiva porque, cuanto menos para mí, está claro
que lo decía en tono de broma para quitar hierro a otros vicios peor vistos
(tabaco, alcohol, fagocitación de bebés foca), y de paso dárselas de Don Juan. Y también me parece excesiva porque, tal y
como ha confirmado casi cualquier médico experto al que se haya consultado en
los muchos artículos escritos al respecto, la posibilidad de que el virus del
papiloma humano se transmita a través del sexo oral y derive en algún tipo de
cáncer, no es en absoluto descabellada. Quiero decir, que tampoco es como si
hubiera dicho que la culpa de su cáncer de garganta la tenga en calentamiento
global, el derecho a voto de la mujer o la injusta cancelación de Bored to Death.
También he de decir que hasta ahora yo no pensaba que se
pudiera saber a ciencia cierta el origen de un tumor. Creía que, si el cáncer
de laringe de una persona que lleva fumando una cajetilla diaria durante
treinta años o el cáncer de hígado de un alcohólico crónico se atribuían al tabaco
o al gusto por empinar el codo, respectivamente, era por mera probabilidad estadística,
pero que también pudiera ser que cualquiera de las dos enfermedades tuviese
origen genético, o de algún otro tipo, y no había forma de saber si habrían aparecido igualmente si
los pacientes hubiesen prescindido de sus vicios. Pensaba, entonces, que
Michael Douglas se había aventurado a hacer un cálculo aproximado del número de
cigarrillos, copas y coños consumidos al día, y que había concluido que estos
últimos ganaban por goleada y que, por tanto, eran la causa más probable de su
tumor.
Pero no. Por lo que leo en dichos artículos, resulta que al
biopsiar un tumor se puede conocer qué lo ha originado. Por lo menos en los
provocados por el virus del papiloma humano. E igual esto es algo que sabe todo
el mundo, pero insisto en que yo no lo sabía. Y, al descubrirlo, pienso que si
Douglas ha afirmado que ésa es la razón de su cáncer, será porque así se lo han
hecho saber los médicos. Aunque igual no. Vaya usted a saber qué pasa por esta
cabecita.
Entiendo perfectamente que haya a quien le moleste que en la
cobertura mediática del asunto se haya puesto tanto énfasis en la palabra “cunnilingus”
como sinónimo de enfermedad mortal, cuando tiene exactamente el mismo riesgo
que una felación o que cualquier otra práctica que pueda implicar el contacto
con un papiloma, desde el annilingus o los besos con lengua, hasta lamer un
sobaco, si es que diese la casualidad de que hubiera un papiloma por allí.
Entiendo también que el camino que muchas chicas han tenido
que recorrer hasta que el cunnilingus ha sido incluido como parte del menú
básico en los encuentros sexuales esporádicos con chicos, no ha debido ser
fácil precisamente. Es más, aunque carezco de datos en los que apoyarme, dudo
que el número de veces que ellas practican sexo oral en primeros encuentros y
el que lo hacemos nosotros esté siquiera cerca de la paridad. No es de extrañar,
por tanto, que con el bombo dado a las declaraciones de Douglas, millones de
mujeres se hayan visto aterradas pensando “Dios mío, va a ser imposible encontrar a un hombre dispuesto a comerme el coño sin llevar antes seis meses prometidos”.
Bien, pues ahora os hablo con la legitimidad que dan años
con un nivel de hipocondría que asombrarían al mismísimo Woody Allen. Sí, nos
dirigimos a un futuro donde a la mitad de la población humana adulta (la mitad
que haya disfrutado de una vida sexual satisfactoria) le faltará la mandíbula,
un trozo de lengua o hablará por un tubito en la tráquea. Y sí, es la mejor
alternativa posible, porque las otras dos que se me ocurren son, o que dejemos de
comernos los coños y las pollas, alternativa que me niego siquiera a barajar, o hacerlo
con unas medidas de seguridad desmedidas, nivel aeropuerto norteamericano, como
me tocó a mí hacer hace unos cuantos años por culpa de una loca que me ligué.
A continuación os lo relato, para que veáis a dónde podría
llevarnos el sinsentido proteccionista.
Creo que era primavera del 2008, cuando una chica me entró
en un bar de manera bastante obscena. Por lo general, los chicos heterosexuales
no solemos ser abordados con estas intenciones de manera tan explícita, sobre
todo los que no somos especialmente guapos (digáis lo que digáis las chicas,
nos sigue tocando a nosotros dar el paso a la hora de ligar, salvo honrosas excepciones).
Entre lo contento que estaba porque me hubieran entrado sin necesidad de hacer
nada, que la chica era bastante mona y lo mucho que me gusta a mí que me digan
cosas guarras al oído, sea en el idioma que sea, me tenía ganado. Empezamos a
enrollarnos, y en seguida me dijo de ir a su casa, con la promesa de hacerme
cosas ante las que palidecería al mismísimo Yong Li Ou.
Cuando por fin llegamos a su piso y, después de besarnos un
rato más, se agachó frente a mí y me bajó los pantalones, me pidió, para mi
sorpresa, que me pusiese un condón antes de chupármela.
No me entendáis mal, yo defiendo como el que más el uso del
preservativo en las relaciones sexuales esporádicas, abiertas o con gente que
no se conoce, no solo por el riesgo de embarazo, sino, evidentemente, también
por las enfermedades (que por muy interesante que pueda ser la gente que se conozca en la clínica de venéreas, no compensa). Pero nunca se me había
ocurrido usarlo también para el sexo oral, y nunca me lo habían pedido. Era la
primera vez que me pasaba, y a día de hoy sigue siendo la única vez que me ha
pasado.
No molesto, pero sí desconcertado, me aseguré de que no
bromeaba. Y, efectivamente, no lo hacía. Me explicó, como colofón de un juicio
moral tan completo como inesperado viniendo de una chica tan directa en el
ligoteo y con un auténtico museo del juguete erótico en su cuarto, que no se
iba a fiar de lo que pudiera tener un tío como yo, que se iba a casa con
alguien que acababa de conocer en un bar.
Con el condón puesto, manteniéndonos aún en la dimensión
oral y magreo del encuentro, y veinte minutos después de la mamada más anodina
y absurda que nunca he tenido oportunidad de disfrutar, ella me pidió que se lo
comiera.
-
¿Pero quieres que lo haga a pelo?
-
Claro.
-
Es decir, que tú necesitas protección para
chupármela y no te fías de mí, pero yo me tengo que fiar de ti y hacerlo a pelo.
-
Hombre, ¿es que yo qué me voy a poner?
Y para aquel momento mi confusión ya se había transformado
casi enteramente en enfado.
Pero a la vez soy un hombre justo, y creo que lo apropiado
es dar tanto como has recibido, de manera que me avine a corresponder a su
estimulación oral, pero solo en las mismas condiciones que ella había utilizado
conmigo. Su propuesta inicial fue la de abrir un condón por la mitad y ponérselo
encima, pero, sinceramente, la idea de pasarme un buen rato lamiendo el látex,
con su líquido lubricante incluido, no me atraía demasiado.
Notaba que ella empezaba a estar bastante irritada también y
que sospechaba que no iba a cumplir mi parte del trato, cosa que en absoluto se
me pasaba por la cabeza, y ya no solo por justicia, sino también por miedo, porque
estaba en casa de una desconocida cuya salud mental no me daba demasiada
seguridad, y no sabía cómo podía acabar la cosa.
Entonces se me ocurrió:
-
¿Tienes papel film?
La posibilidad de contagiarse siquiera un salpullido era
mínima, pero no tan baja como la posibilidad de disfrutar mínimamente de aquello.
Yo, desde luego, no lo hice, y parecía que ella tampoco.
Por resolver la historia, os diré que a pesar de lo
frustrantes que resultaron los preliminares, íbamos tan salidos que acabamos follando
igualmente en uno de los polvos más extraños que he tenido en mi vida. Básicamente, porque no nos caíamos nada bien. Y, a pesar de ello, al terminar
repetimos un par de veces más, ya prescindiendo por completo del sexo oral.
Pero lo importante, y nunca pensé que alguien tan neurótico
como yo diría algo así, es que no podemos dejar que el miedo nos prive de los
placeres de la vida. Y entre ellos, el sexo oral es uno de los principales.
Además, de algo hay que morir, y, como bien sabe Jon ‘Cunninlingus’
Snow, mejor de un cáncer de garganta que sorprendido por un ‘caminante blanco’.
En parte es algo comprensible, tanto por asqueroso y porque no os conocíais. Pero si ella te entra sabe a lo que se expone.
ResponderEliminarPero si, de algo hay que morir.