jueves, 19 de junio de 2014

Saber romper: el estilo no es negociable.


Me encanta el concepto “primera cita” en su versión más americana, la que hemos aprendido a través de sitcoms y comedias románticas, bases, no nos engañemos, de la educación sentimental de nuestra generación. Por cómo se desarrollan nuestras vidas, cuando menos la mía, hoy en día es más habitual que la parte sexual a la hora de iniciar una relación preceda a la parte de conocer a la otra persona: hablas con una chica en un bar, os hacéis un par de bromas, os vais a casa y os acostáis; coincidís alguna vez más y se repite la jugada e incluso recurrís a alguna booty call que da sus frutos, de manera que apenas sabéis nada el uno del otro cuando ya os habéis acostado unas cuantas veces, creándose así cierta intimidad con una persona a la que en realidad apenas conoces.

Frente a ese esquema de relación, al que en absoluto me opongo y que en ocasiones me resulta enormemente atractivo, a veces añoro la mezcla de nervios, incertidumbre y excitación que domina una primera cita con una persona con la que aún no te has acostado, cuando comienzas a conocer al otro más a través de la conversación que del sexo y el juego de seducción pierde la verticalidad propia de las noches etílicas para convertirse en un tiqui-taca más pausado, pero potencialmente más hermoso y profundo.

(Podría haber dicho algo tan petulante como que no hay mejor manera de conocer a una persona que follártela, pero, por efectiva que pudiera resultar la frase, todos sabemos que eso es solo una media verdad, que hay personas que follando pueden ser generosas y entregadas y ser Satanás en la vida real, igual que hay magníficas personas que en la cama se vuelven egoístas y mezquinas).

Hará un par de semanas tuve una primera cita como las que arriba describo, de las de verdad, no con alguien con quien ya me hubiera acostado, y me llamó la atención que, en un momento dado, de manera casi simultánea, en el pequeño interrogatorio con el que ambos pretendíamos valorar nuestra idoneidad como potenciales parejas se nos ocurrió la misma pregunta: “¿cómo te llevas con tus ex?”.

Desconfío enormemente de la gente que sistemáticamente se lleva mal con sus ex. Es más, la mayoría de estas personas ni siquiera sienten pudor al exhibir lo mal que se llevan con aquellos a los que en otro tiempo amaron, sino que se muestran hasta orgullosos, convirtiéndolo en su estandarte.

Sé que hay ex con los que es imposible mantener una buena relación y de los que incluso es imposible guardar un buen recuerdo porque pueden haber sido muy dañinos para nuestra vida. Todos tenemos a alguien así, pero lo normal, por pura estadística, es que sean los menos. E incluso en aquellos casos, no puedo evitar sentir como un fracaso personal el que lo negativo supere a lo positivo al final de la relación.

En definitiva, la manera en que nos relacionamos y hablamos de aquellos que en su día nos hicieron felices, dice mucho de nosotros.

¿Y a qué viene todo esto?

España ha sido eliminada del Mundial en primera ronda y muchos de los que hasta hace nada enarbolaban eslóganes tan terribles como “Soy español, ¿a qué quieres que te gane?”, como si ellos hubieran tenido nada que ver en las victorias, hoy claman contra los jugadores y piden la cabeza de Del Bosque en un ajusticiamiento tan revanchista como cobarde.

Tanto mi generación como las inmediatamente anteriores teníamos apuntado “ganar un Mundial” en nuestra Lista de Cosas Imposibles, debajo de “acostarnos con una supermodelo” y encima de “ver la llegada de la III República”. Atacar sin piedad ahora a aquellos que convirtieron una quimera en realidad es como renegar de aquella persona que nos dio los mejores años de nuestra vida cuando ya no creíamos en el amor. Ni el fútbol ni el amor son eternos, y tan complicado como saber detectar el momento en que cada uno ha de seguir su camino es conseguir hacerlo con elegancia.

A Del Bosque se le pueden achacar muchas cosas hoy. Tan elogiable es el decidir morir con una idea y un grupo como reprochable es apostar por la comodidad de algo tan seguro como agotado, en lugar de afrontar el riesgo que supone adentrarse en algo nuevo, seguramente aterrador, posiblemente exitoso. Pero lo que nadie puede criticar a nuestro entrenador es el estilo, en la victoria y en la derrota. A la hora de romper, a la hora de permanecer juntos o poner tierra de por medio, a la hora de amar o de dejar de hacerlo, en todas las facetas de la vida en general, el estilo no es negociable.

Decía Santiago Segurola, en un artículo, como siempre, brillante que “en el fútbol basta esperar para cargarse de razones”, pero “en el caso de la selección ha habido que esperar una eternidad”. Volviendo brevemente a las relaciones, pasa algo parecido, porque todos cometemos errores, es imposible que, tarde o temprano, en algún momento, no puedas a fallar a quien te quiere, igual que quien quieres te podrá fallar a ti. Como dice una amiga, “si buscas mierda, al final la encuentras”. Que ese fallo borre todo lo bueno o no, es decisión tuya.

Puedes quedarte con esto:


O con esto:


Yo elijo quedarme con lo bueno.

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