jueves, 14 de marzo de 2013

Svetlana

1

Un día se puso a llorar encima de mí nada más correrse. No es que yo sepa mucho sobre mujeres, pero me recuerdo pensando  “no, esto no es una buena señal”. Yo aún estaba dentro de ella y ella había hundido la cara en mi pecho, mojándome con sus lágrimas. No era un llanto leve, no era una tristeza moderada, sino la llorera inconsolable de una niña pequeña. El hipo le entrecortaba la respiración, de por sí acelerada tras el orgasmo, y le impedía articular palabra. Al mismo tiempo, al llorar, se movía levemente arriba y abajo, haciendo que mi excitación se quedase pausada justamente en el instante previo a la eyaculación. También recuerdo que tuve miedo a correrme antes de que se calmase.

Poco después, entre varios “lo siento” y un “no sé qué me ha pasado” aún ligeramente entrecortados, se tranquilizó. Se quitó de encima de mí, se limpió las lágrimas, se limpió los mocos, y se acurrucó a mi lado, poniendo la cabeza sobre la almohada esta vez. Dudo que llegase a preguntarle nada. No parecía apropiado, así que le acaricie el pelo en silencio mientras me masturbaba. Cuando me corrí, se fue quedando dormida mientras extendía mi semen por su tripa y jugaba con él entre los dedos.


2
Otro día (y éste era uno de los días buenos), se tiñó el pelo de rojo y jugamos a llamarle Svetlana. El contraste del rojo con su piel, tan blanca, sus ojos, tan verdes, y sus labios, que sin tener nada de soviéticos son suficientemente bonitos como para merecer ser mencionados, ciertamente le daban el aspecto de una espía de la KGB.

Svetlana era la última agente activa de su sección. Había conseguido escaparse de Moscú durante la caída del comunismo, cuando le iban a borrar la memoria. Todo esto me lo contaba mientras compartíamos una improvisada cena rusa que había ideado y bajado a comprar después de inventarnos su mote, mientras yo estaba en la ducha. Entre bocado y bocado, me miraba fijamente, muy seria, y decía:

- ¿Te crees que no te recuerdo? ¿Lo que me hiciste a mí? ¿A mi familia?

Cuando acabé el postre, me hizo saber que había envenenado mi comida y que apenas me quedaban unos minutos de vida. Tan metido en mi papel como pude, me limpié los labios con la servilleta y me bebí el vodka que quedaba en mi vaso.

- Yo maldigo tu nombre, ¡SVETLANAAAAA!

Caí al suelo arrastrando parte del mantel conmigo. Ella empezó a recoger la mesa sin mirarme, pero riéndose de forma exagerada, como una villana de película. Cuando terminó, se tumbó a mi lado y me abrazó.

- Ya está bien de fingir. Svetlana ha cocinado. Tú friegas.


3
Svetlana y yo nos enamoramos en la clínica de venéreas. Como cabría esperar, fue ella la que rompió el hielo. Estábamos sentados el uno enfrente del otro en la sala de espera. Ella entró después de mí, y aunque sí que me llamó la atención, intenté centrarme en mi libro y abstraerme del deprimente entorno.

Debió haber pasado una media hora cuando me preguntó:

- Oye, ¿qué lees?

Aunque no había demasiada distancia entre nuestros asientos, sí que había la suficiente como para que los demás pacientes se girasen. Primero hacia ella, cuando hizo la pregunta, después hacia mí, esperando mi respuesta.

Tenía mis dudas de que realmente fuese a mí a quien hablaba, así que tardé en responder.

- Un cómic.

- Sí, eso ya lo veo. Digo que qué cómic lees.

Lo cierto es que yo llevaba intentando tapar la portada de mi libro desde que había entrado a la clínica. Yo no soy ningún aficionado a los cómics, pero pensé que sería una lectura ligera que me ayudaría a mantener la cabeza distraída mientras esperaba, de manera que entré en el cuarto de mi compañero de piso y cogí el primero que pillé, que resultó ser Pagando por ello. Memorias de un putero, de Chester Brown. Lo que no descubrí hasta que ya estaba en el metro.

Svetlana, que sí que era una aficionada (gran fan de Chester Brown, de hecho), había conseguido identificar el cómic a pesar de mi disimulo, y le había parecido muy gracioso por mi parte que me llevase justamente esa obra a la clínica. Pensó que era una especie de reivindicación. Mi particular Desfile del Orgullo Putero.

Cuando le conté la verdad, creo que se desencantó un poco, pero aun así se levantó y se sentó a mi lado, ante las miradoras incriminatorias de los presentes. Porque cuando vas a una clínica de venéreas, no se supone que debas conocer a gente nueva. Se supone que has de estar sentado, mirando al suelo con vergüenza, lamentándote por tu disoluta vida.

- ¿Tú qué tienes? – No esperó a estar a mi lado para preguntar, lo que hizo que todo el mundo nos mirase de nuevo. Mientras se sentaba, matizó – Bueno, si es que lo sabes.

Le expliqué la escasa gravedad de mi problema intentando no entrar en demasiado detalles, y, sin tener muy claro si lo cortés era devolverle la pregunta o no, me interesé por lo que ella pudiera tener. Antes de que le diese tiempo a responder, la enfermera salió y dijo mi nombre. Svetlana se ofreció a entrar conmigo, pero antes de terminar la frase rompió a reír.

Al salir de la consulta, volví a sentarme a su lado y esperamos juntos a que llegase su turno. Mientras la atendían, seguí leyendo a Chester Brown, y cuando salió, nos fuimos juntos. Ninguno de los dos tenía nada grave.

Yo no había desayunado. Por alguna razón, me pareció apropiado ir sin desayunar. Por si tenían que hacerme análisis. Le propuse ir a un bar, pero ella se ofreció a prepararme el desayuno en su casa. Durante los dos días siguientes, apenas dejamos su habitación. Habituados como estábamos ambos a una promiscuidad alcohólica y despreocupada, el inicio de un romance cimentando en antibiótico y sexo seguro, nos resultó de lo más exótico.

2 comentarios:

  1. Genial, el 2 fue el que más me gustó. Tener ese tipo de relaciones, esa "química" es genial. ^^

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