viernes, 29 de marzo de 2013

Motivos por los que adoro a Jens (I).


Cualquiera que me conozca, o que haya visitado el facebook o el twitter de los Rusos con cierta regularidad, sabe que mi fanatismo por Jens Lekman ruborizaría a las beliebers más extremas, provocaría la vergüenza ajena del niño de “leave Britney alone” o haría que Tomás Roncero se replantease su pasión por Mou, al darse cuenta de que tanto amor por alguien con quien no te acuestas no puede ser sano. Soy consciente de ello, y aun así no puedo evitar que la música de Jens (sus palabras en general, cantadas o escritas) provoque en mí sensaciones propias de una quinceañera, sensaciones que no recordaba desde que me compré el The Queen Is Dead, que creía muertas y que solo dormitaban, y que, eso sí, el pobre Morrissey ya nunca podrá despertar. Bastante tiene él son su vejiga infectada.

El caso es que (y parafraseo aquí a otro Trueba, en esta ocasión, uno más feo) yo no creo en Dios, pero sí que creo en Jens Lekman. No es que pueda decir que Dios me haya fallado, del mismo modo que no puedes pensar que Santa Claus, los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez te hayan fallado. No se le pueden pedir cuentas a entes que no existen. Si te falló alguien, fueron tus padres. Y con esa sensación andaba yo por el año 2007, cuando tuve que independizarme.

Mis padres habían decidido abandonar Madrid e irse a vivir a un pueblo, plan que a mí, de entrada, me apetecía regular. Por lo que decidí quedarme por mi cuenta, sin saber muy bien cómo o de qué iba a vivir. El desamparo que viví los meses siguientes a mi mudanza fue bastante grande y no podía evitar sentir cierto rencor hacia mis padres, del todo injustificado (mi padre llevaba muchísimos años trabajando dieciséis hora diarias en el taxi, y bien se merecía una reducción de jornada que, con la crisis, ay, no fue tal).
El problema no era vivir solo, si no el no tener un hogar al que regresar, porque ese chalet que mis padres se habían comprado en un pueblo de Castilla en el que yo no conocía a nadie, no era mi casa. Mientras tanto, en Madrid compartía piso con un bailarín de cuarenta años en lucha constante con su sexualidad y que veía cómo los mejores años de su carrera se agotaban sin haber llegado a triunfar. Los padres del chico se habían muerto recientemente (sí, los dos, seguiditos), y el chaval, que para más inri era hare krishna, vivía desquiciado. Para que os hagáis una idea de su nivel de locura, solo os digo que el día de mudanza decidió desnudarse en mi cuarto mientras yo recogía los muebles.
El caso es que durante esos meses tuve la suerte de descubrir a Jens y el magnífico Night Falls Over Kortedala. Escuchar ese disco me hacía sentir seguro, me reconfortaba. Estaba en casa.
 
La canción empieza diciendo "estaba cortando un aguacate". ¿Cómo no amarle?
 
Después del bailarín, empecé a compartir piso con Iván, un chico que me había presentado Fran Nixon. Con él refundé los Rusos y sentí que empezaba hacer las canciones que siempre había querido hacer.
Y apenas cuatros meses después, me fui a vivir con Arti, una chica con la que había compartido clase durante cinco años de carrera sin cruzar palabra, hasta que una noche nos encontramos en un bar y nos enamoramos. A la mañana siguiente, llamé a mi novia de por aquel entonces para dejarlo, y los siguientes dos años fui muy feliz.
Como os digo, yo creo en Jens, lo que no quita para que él, inescrutables como son sus caminos, se tome su tiempo en hacer las cosas. Pero fallarme, no me ha fallado nunca.
En enero del 2010, Arti y yo lo dejamos, y dentro de lo mutuamente acordadas que son todas las rupturas, ella me dejó a mí más que yo a ella. Yo estaba devastado, porque realmente creía que iba a pasar el resto de mi vida con Arti. Quiero decir, REALMENTE LO CREÍA. De manera que para mí, esa ruptura, sí, era el fin del mundo.
Salió entonces Jens de su silencio, y me hizo ver que no, que el fin del mundo es mucho más grande que un corazón roto. Que es, incluso, más grande que un iceberg, que una araña flotando en tu copa y más grande que todos tus problemas (aunque, de verdad, tienes que resolverlos).

Pensaba entonces que la edición del nuevo disco era inminente, pero ya os digo que Jens se toma su tiempo. Más aun sabiendo que yo estaba bien, entretenido saltando de relación intrascendente a relación intrascendente como hice el resto de 2010 y 2011, y estando él ocupado en que le rompiesen su propio corazón.
En abril del año pasado (creo que, curiosamente, cuando presentemos el disco en Sol hará justo un año) la chica con la que salía y yo cortamos. Ya habíamos estado juntos antes del verano anterior, y ya tuvimos una ruptura no precisamente bonita. En diciembre de 2011 volvimos juntos, y, aunque pasamos semanas geniales, no éramos capaces de convivir sin querer matarnos el uno al otro.
Cuando rompimos, yo pensé que iba a estar bien. Pude conocer chicas nuevas y me reencontré con antiguas amantes. Como digo, pensé que iba a estar bien. No fue así, y en agosto toqué fondo. Tenía claro que no quería estar con esa chica, que la mayor parte del tiempo me hacía sentir infeliz, y aun así, no podía parar de pensar en ella.
Anunció entonces Jens su nuevo disco, I Know What Love Isn’t, y durante la siguientes semanas me hundí en él. Un disco de Jens Lekman dedicado íntegramente a su ruptura, era justo lo que necesitaba. A veces me reconfortaba, a veces me dolía. No te recuperas de un corazón roto; simplemente aprendes a llevarlo con elegancia.
 
Después de lo que os he contado, podéis imaginaros cuánta fue mi alegría cuando el verano pasado Jens, a quien nunca había visto en directo, anunció que venía a tocar a Madrid. Recuerdo que llamé a Laura entusiasmado y le dije que me daba igual qué concierto nos pudiera salir, que aunque los Stones nos ofreciesen ser sus teloneros en una gira mundial que empezase ese mismo día, el 8 de septiembre yo iba a ver a Jens. Y más o menos ésta fue mi reacción cuando días después, Josiño, nuestro mánager, me llamó para decirme que nos había salido un festival ese mismo día.

El concierto estaba muy bien pagado y no podíamos decir que no, así que la opción de verle en Madrid se esfuamaba.Pero por suerte finalmente pude cuadrar un día libre en el curro e ir a ver a Jens el día 7 a Barcelona (y de paso visitar a mi amiga Eva, que vive allí y me dio cobijo).
No me suelen gustar los conciertos. Mi capacidad de atención es muy, muy escasa, y, además, no me gusta estar rodeado de gente. Me hace sentir incómodo. Pero durante ese concierto fui absolutamente feliz. No es habitual que la gente me vea sonreír, pero creo que nadie, salvo Eva ese día, ha tenido la oportunidad de verme sonreír hora y media seguida.
En fin, os cuento todo esto que no os pensaba contar, para deciros que el “I” que sigue a “Motivos por los que adoro a Jens” en el título pretende indicar que ésta será una sección recurrente en el blog, porque me he decidido a difundir su palabra, para que vosotros le améis como yo le amo.
Os dejo con la versión de I Want a Pair of Cowboy Boots que Jens tocó en Barcelona la noche en que él y yo nos vimos por primera vez. El vídeo al principio se mueve mucho, pero el audio es bastante bueno.
 

3 comentarios:

  1. Así como lo cuentas y parándose a escucharlo resulta difícil no "enamorarse" un poco de él. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  2. Yo estaba! La historia de cuando quería entrar en una discoteca porque dentro estaba Kirsten Dunst, y llevaba un periódico en el que Kirsten decía que le gustaban sus canciones... <3

    ResponderEliminar
  3. Kirsten Dunst is bellisima and great artist,todo el mundo tiene su talento y atractivo particular,saludos,buena pagina.

    ResponderEliminar